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8.11 am

A pesar de tener ganas de gritar, reclamarle y, hasta de golpear a mi padre... no lo hice. Era mi padre después de todo, la persona que más admiraba en el mundo y aunque en aquel momento lo odiaba, decidí no tomarle en cuenta la gran estupidez que había dicho. Tenía la convicción de que pronto se le olvidaría. Era de esperar que como dueño de una gran empresa y caudales tan extensos, procurara por todos los medios posibles defender su fortuna y, un matrimonio arreglado, seguro pensaba que era la mejor opción, pero ya me encargaría yo de hacerle ver que estaba en un error... Mas no hoy.

Me limité a intentar comprender su punto. Me tranquilicé y no le di más importancia al asunto del que debía, porque una cosa era que mi padre se propusiera comprometerme contra mi voluntad y otra, muy distinta, que lo lograra. ¡Nadie podrá separarme de Yeongu!

—Que tengan un buen día —dijo el señor Kim cuando nos detuvimos frente a la empresa. Mis pensamientos no me habían dejado darme cuenta de que ya habíamos llegado.

Mi padre salió del auto sin decir palabra, para luego dar la vuelta y abrirme la puerta. El ambiente se sentía pesado. Tal vez hasta él mismo comenzaba a darse cuenta de la tontería que había propuesto y hasta querría retractarse, sin embargo, no lo hizo...

—Pa, ¿Taesung puede venir? —pregunté bajito, sin apenas atreverme a mirarlo.

—Puede..., pero se aburrirá. No tendrás mucho tiempo para atenderlo —respondió con cierto tono áspero y avanzó hacia la puerta de entrada del edificio.

—No te preocupes, Seoni —pidió mi amigo, haciéndome un guiño—, de todas formas quiero pasar tiempo con mis hermanos. Nos vemos más tarde, ¿sí? —concluyó esbozando una de sus hermosas sonrisas cuadradas y sin darme tiempo a despedirme como era debido, el señor Kim aceleró el auto y en pocos segundos, este se perdió de mi vista.

Me sentí impotente, triste, rabiosa. Tanto tiempo sin ver a mi amigo y ahora, simplemente no podía disfrutar de su compañía por el capricho de papá y mis estúpidas obligaciones con la empresa. Obligaciones que había prometido cumplir porque desde luego, nunca pensé que llegarían tan pronto.

Emprendí mi camino hacía la puerta principal de Moon-Kang, cabizbaja, arrastrando los pies, cuando un fornido brazo pasó por encima de mi hombro y se quedó muy a gusto allí. Miré hacia arriba, ¡muy arriba! y pude ver unos hermosos ojos risueños que me observaban con cariño. Un cariño extraño. Un cariño que definitivamente no estaba ahí anoche.

—¿Se puede saber qué rayos haces, Jihu? —inquirí, un tanto enojada.

Estaría mintiendo si dijera que me molestó su atrevimiento. En otro momento su contacto siquiera me hubiese importado, pero por su culpa, por su estúpida presencia en la empresa, mi padre me había quitado tiempo con mi Tae-Tae y eso no lo podía pasar por alto.

—Saludo a mi prima. ¿No puedo? —respondió sin borrar aquella sonrisa del todo, pero claramente un poco confundido por mi tono.

—Que yo sepa, en Corea no es bien visto tanto toqueteo —puntualicé y quité su brazo de mi hombro—. ¿Creíste que por no ser de «raza legítima», podrían gustarme esos excesos de confianza? —ironicé y sus mejillas se tiñeron de un rojo intenso.

—¡N-no! L-lo l-lo siento, Seong... —tartamudeó y no puedo negar que por un instante me arrepentí de haberlo tratado tan brusco, pero la verdad es que no me agradaba mucho el contacto físico y era mejor dejarlo claro ya.

En toda mi vida solo había sido capaz de derretirme ante el tacto de alguien: Yeongu, pero de ahí en fuera, me costaba aceptar hasta las caricias de mis padres. ¿Y a Taesung...? Bueno, a él me aproximaba yo cuándo y cómo quería. Mi Tae-Tae estaba más que conforme con eso y nunca me reclamó nada.

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