6.53 am
Los primeros rayos del sol hacían un buen rato que danzaban a travez de mi ventana, posandose de a poco en mi rostro. Me negaba a abrir los ojos. Hacerlo significaba sentir de nuevo esa angustia insoportable de la soledad. Mas cuál fue mi sorpresa cuando un suave roce en mis labios, avisaba que el tierno y desaliñado gato, todavía estaba a mi lado. Igual no quise abrir los ojos y el tenue contacto se fue convirtiendo en algo más intenso. Más cálido que el astro rey, más dulce que el néctar de las flores.
Mi mano derecha se dirigió a su nuca por inercia, mientras que las suyas se deslizaron por mis caderas para apretarlas con deseo. Aun quedaban restos de somnolencia en mí, pero su lengua abriéndose paso, húmeda, traviesa, juguetona, le terminó el trabajo al despertador. Incluso así no pude abrir los ojos. Era increíble que ni tres tragos dobles de whisky pudieran provocarme tanta embriaguez como los besos de Yeongu. Jamás otro despertar superaría este.
—Ya me tengo que ir —susurró en mis labios y negué jadeante, mientras mordía con suavidad los suyos, intentando retenerlo.
Se apartó con rapidez y mi quejido no se hizo esperar. Parecía una mendiga implorando por más de él.
—¿Por qué? —pregunté en tono ñoño, entreabriendo los ojos.
—No quería marcharme sin despedirme como la otra vez, pero creo que fue peor la cura que la enfermedad —musitó mientras se terminaba de poner los zapatos, sentado en la orilla de la cama—. Tengo que ir a trabajar, ayer por poco me echan por demorar tanto en un reparto y no puedo darme ese lujo —concluyó al tiempo que se levantaba.
—Lo siento, fue mi culpa.
—No lo fue, pequeña, y no me arrepiento de nada, es más, lo haría otra vez con gusto, pero no hoy.
—Está bien, lo entiendo. —Me arrodillé en la cama y abrí mis brazos—. Pero dame un ultimo beso, ¿sí?
Yeongu sonrió con esa manera tan suya y tan bella, me hizo un ademán indicándome que me acercara y yo gateé para luego subir por su abdomen, simulando ser una gatita y, estampando mis labios a los suyos en un dulce y corto beso. ¡Ah, pero a míster: «no puedo darme el lujo de llegar tarde al trabajo!», pareció no bastarle. Me tomó de la nuca con sus dos manos y lo profundizó, haciéndolo más íntimo, más voraz, mas caliente. Dios sabe que intenté con todas mis fuerzas dejarlo ir, ¡pero él no ayudaba!, y mis súplicas fueron escuchadas de una manera ¿peculiar?
—¿Seong? —La voz de mi madre, unida a sus varios intentos de abrir la puerta, logró separarnos por completo. Ambos nos miramos asustados y sin saber qué hacer—. Princesa, ¿por qué tienes la puerta cerrada? —Volvió a hablar mamá, esta vez, con tono de preocupación.
—Y-ya y-ya voy, ma —avisé con un gritito de pura adrenalina, mientras Yeongu, con su risita pícara de complicidad, tomaba mi mano y me llevaba a la ventana.
—Te escribo más tarde, pequeña —susurró y su acostumbrado beso en mi frente no pudo faltar, antes de agarrarse del tubo de la calefacción y comenzar a descender como uno de esos escaladores de riesgo. Su destreza me asombró—. Y me encantó. —Volvió a susurrar a mediados del descenso.
—¿Qué?
—El olor a lavanda de tu cabello, me encantó.
ESTÁS LEYENDO
Diario de una canción ✔️
Ficțiune adolescențiPensaba que amar le sería tan fácil como componer un rap... pero se equivocó. 🎼🎼🎼 Él vivía enamorado de la música. Ella se convirtió en su canción más perfecta. Pero no todas las melodías necesitan letra y no todas...