Entre sueños y pesadillas

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*Tres meses después de la muerte de Benjamín Suredal


Dahana se revolvió entre las sábanas, sus manos estaban apretadas en puños y de sus ojos, aún cerrados, escurrían ligeras lágrimas.

Estaba teniendo una pesadilla, otra más.

Últimamente aquellos sueños inquietaban su mente y le impedían descansar, había probado de todo para alejarlos por las noches pero nada funcionaba, ni los tés de Charlotte ni tampoco los somníferos que habían conseguido para ella, nada...

Una y otra vez soñaba con lo mismo, veía a su madre morir, a su abuelo, los veía y no podía hacer nada para impedirlo.

Veía como aquella luz que en algún momento la iluminó se alejaba hasta extinguirse por completo.

Estiró la mano intentando alcanzarla, tanto en sueños como en la vida real, pero en vez que capturar aquel orbe de luminosidad terminó sintiendo otra cosa. Algo cálido, suave, largo, unos dedos muy conocidos, una mano que adoraba, envuelta en vendas hasta la muñeca.

-Tania...-

El nombre brotó de sus labios aún cuando estaba media dormida, podía estar incluso inconsciente y sabía que siempre reconocería ese tacto, sin importar qué sabría que era ella.

Tania sonrió al ver la expresión de Dahana relajarse, y sin protestar la dejó apresar su brazo entero mientras ella tomaba asiento a un lado de la cama para que su compañera siguiera durmiendo.

-Aquí estoy Didy, aquí estoy.- Dijo en un susurro que se perdió en el silencio.

Dahana no respondió pero como a partir de ahí no volvió a tener problemas con su sueño, Tania supuso que la había escuchado.


***

Cuando el despertador sonó a las seis menos cinco Dahana comenzó a parpadear, había dormido suficiente pero sentía como si en realidad no lo hubiera hecho.

Con un poco de pereza comenzó a frotarse los ojos y a erguirse, ese día tenía que apresurarse para terminar sus pendientes, al menos ese día...

Sus pensamientos se detuvieron cuando observó que se encontraba totalmente sola en su habitación. Las cortinas estaban abiertas, dejando entrar los primeros rayos del sol, Tania las había abierto al despertar sin duda alguna, las flores que habían reemplazado a sus hermanas marchitas también lo había hecho ella, pero por mucho que Dahana buscaba no lograba dar con su compañera.

Ella simplemente ya no estaba allí.

Un puchero se formó en el rostro de Dahana, era infantil, demasiado, pero hacía al menos un par de meses que se había dado cuenta de lo que en realidad sentía respecto a Tania y odiaba pasar mucho tiempo lejos de aquella chica única y extraña a su manera. Por igual odiaba que la abandonara tan de repente.

Un poco molesta Dahana volvió a enterrarse entre las sábanas. 

Sabía que debía levantarse e ir a trabajar pero repentinamente sus ganas y energías se habían evaporado como nieve debajo del sol.

Transcurrieron quince minutos antes de que por fin decidiera pararse, por muchos pucheros que hiciera no podría solucionar nada, ella ya se había marchado y no pensaba traerla de regreso solo porque no le dio su beso de buenos días.

Un gruñido se escapó de los labios de Dahana antes de que se pusiera de pie y comenzara a acomodar su cama. 

Estaba terminando cuando la perilla de la puerta que conectaba con el pasillo comenzó a girar lentamente y un agradable olor a comida invadió cada rincón del enorme cuarto. 

ND Secretos de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora