Una asesina no se puede estar quieta

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Todas las celdas de la prisión preventiva que estaba en cuatro pisos bajo tierra, eran hechas de un material similar al acero solo que con mayor resistencia, en vez de barrotes habían puertas especiales, las cuales solo podían ser abiertas por contadas personas que poseían el código correcto para desbloquearlas.

El diseño y los colores del ambiente eran iguales a los de la superficie, pero a diferencia de los pisos sobre tierra, allí abajo  toda la iluminación provenía de lámparas especiales. Las celdas ocupadas tenían una luz morada brillando en las runas talladas de la puerta, las demás mantenían una luz azulada, eso, junto con los números tallados les ayudaron a encontrar con facilidad la que estaban buscando.

No estaba tan solitaria como creyeron que estaría, desde afuera era custodiada por al menos una docena de guardias que pertenecían a la división especial del parlamento internacional, varios líderes se amontonaban junto a la entrada exigiendo ver a la persona en el interior, a ninguno se le brindó acceso, Dahana temió que a ella igual le dejaran fuera, pero a diferencia del resto el líder anfitrión le abrió paso y la adentró junto a las dos personas que le seguían.

Por dentro la celda era blanca en su totalidad, blanca y lisa, no había mosaicos o ranuras, solo una gran superficie plana y algo resbaladiza.

-Aquí.- El líder anfitrión activó un botón que Dahana no tuvo tiempo de ver de donde lo había sacado, con la señal dada un campo de fuerza invisible se apagó dejando ver a la persona en su interior.

Estaba atada de pies y manos a un poste metálico, un collar similar a los de los perros se aferraba a su cuello emitiendo un pitido cada segundo, Dahana conocía ese collar a la perfección, si el preso escapaba solo debían de activarlo y su cabeza volaría hecha pedazos.

Aún así la expresión de la presa era  tranquila, casi divertida, como si el hecho de estar allí, amenazada hasta los dientes fuera algo similar a estar rodeada de juegos en un parque de diversiones.

Pero no fue la expresión lo que hizo que Dahana sufriera un pequeño ataque de diversas emociones, tampoco lo que tenía en el cuello... Sino quien era.

R pareció estar sufriendo lo mismo porque tardó unos segundos en procesarlo todo antes de agregar en un tono molesto y divertido:

-Espero que la información que traigas sea buena o de lo contrario seré yo quien te mate y esparza tus cenizas en el mar.-

Tania rio con ganas.

-¿Puedes hacer eso? Hasta lo que yo tengo entendido, sería yo quien suelte tus cenizas al mar, y respecto a la información... ¿Te digo que fue lo que encontré?-

-Antes, antes.- El líder anfitrión pasaba su mirada de una a otra intentando digerir como aquello  resultó tomar un rumbo distinto al que supuso, ya estaba listo para mandar la orden de que se le volara la cabeza a la impostora, no había llegado a prepararse para perdonarla. -¿Si es miembro de la UESI?-

-Lo es.- Dahana  respondió esta vez. No sabía que rayos hacía ahí su compañera pero le agradaba verla, aunque las condiciones no fueran las mejores. -Es mi segunda al mando.-

-Me resultas conocida.- Lord Tanya se inclinó para mirar cara a cara a Tania.

-¿De verdad?- Tania lo miró también con bastante interés. -No sabía que era tan famosa como para que el nuevo rey de séquito bonito me reconociera.-

-Oh, ya te recuerdo.- El lord se levantó de golpe y soltó un largo suspiro resignado. -T.N.N.V... ¿No me equivoco verdad?-

La sonrisa ladina de Tania se ensanchó, nunca pensaría que aquel hombre la reconocería luego de casi cinco años sin verse, pero bueno... Cuando te topas con el príncipe de una nación en un centro comercial y le tiras encima toda una bandeja con comida, haciéndole pasar un mal rato no es fácil que seas borrada de su mente, y más aún cuando ese evento se repitió cerca de dos veces, sumando igual otras tantas travesuras.

ND Secretos de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora