Prólogo

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*Día del velorio de Benjamín Suredal


Había un uniforme que solo podía ser usado dos ocasiones.

Un uniforme de tonos oscuros, seda y oro, un uniforme formal, demasiado. Debía de ser acompañado por zapatos de charol lustrados y guantes blancos de algodón. 

Este era el uniforme que la UESI portaba cuando alguien se casaba o se moría.

Y en esta ocasión no era lo primero por desgracia.

La muerte es ese algo que nadie busca o desea, pero que sin importar que siempre llega. Dahana lo había prendido desde hacía tiempo, lo había prendido y aún así no podía evitar que aquellos sentimientos oscuros brotaran de su ser, invadiéndola por completo.

Su mente era un nubarrón de pensamientos y memorias que se repetían como fotos instantáneas del tiempo. 

Se encontraba de pie sobre una tarima, las personas con rostros borrosos pasaban de una en una estrechándole la mano y presentando su pésame por su pérdida. Había lágrimas ajenas, llantos y susurros por todo el enorme salón en el que el velorio de su abuelo tenía lugar, las cortinas negras se movieron con suavidad cuando una brisa sopló desde el exterior; no solo las cortinas, todo y todos allí iban del mismo color, negro y... Blanco.

Aquella habitación estaba cargada de un aura que agobiaba a la joven Suredal, sentía que cada vez le costaba más y más respirar, una presión se situaba sobre sus pulmones, sobre su corazón...

Primero había sido su madre, ahora era su abuelo. 

Tal parecía que el destino quería jugarle una mala pasada, una tan mala que dejaba un amargo sabor de boca que le resultaba imposible sacarse de encima.

-...Fue un gran hombre, jamás los olvidaremos, hizo tanto por nosotros, por el pueblo y...- 

La mujer que le sostenía la mano dejó de hablar en cuanto notó que la respiración de Dahana se volvía demasiado lenta, al observarla bien notó que incluso parecía más pálida que de costumbre, lo entendía, sobrellevar la muerte de un ser amado era algo difícil, y para aquella joven que había perdido a dos personas en un lapso tan corto de tiempo debía de ser abrumador, destructivo.

-Lady Suredal.- Llamó con amabilidad la mujer, no soltó la mano de Dahana y gracias a esto pudo sentir como el pulso de la muchacha comenzaba a menguar. -¡Lady Suredal!-

-Yo...- Dahana se llevó una mano a la cabeza, a pesar de que toda la tarde estuvo recibiendo palabras de consuelo sentía que ninguna había hecho efecto en sanar su nueva herida. Fingió estar bien pero sabía que su actuación no duraría mucho, ahora incluso podía decir que estaba por llegar a su fin. -Estoy bien.- Agregó Dahana con una falsa sonrisa que no tranquilizó en nada a la mujer frente a ella.

-Lady Suredal, creo que necesita un respiro.- Sugirió la mujer sin alzar demasiado la voz. Varias miradas habían recaído sobre ambas cuando soltó su exclamación segundos antes, y estaba segura de que no era bueno que la joven Suredal comenzara siendo la líder de familia con el pie izquierdo, por ende decidió comportarse y simular que nada pasaba, de esa forma los curiosos dejaron de mirar al poco rato.

Ninguno de los presentes era tonto, sabían que como Benjamín Suredal había muerto su lugar como jefe de la familia había quedado vacío, luego de que el testimonio del hombre se hiciera viral por culpa de su nuera Cleopatra, el hecho de que la nueva sucesora era Dahana dejó de ser un secreto. Muchos fueron al funeral porque verdaderamente lamentaban la muerte del hombre, pero la gran mayoría estaba allí para juzgar de cerca a la siguiente líder, estaban allí para buscar algo que les permitiera juzgarla y reírse a sus espaldas.

ND Secretos de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora