Veneno en el desayuno

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Nunca le gustó cocinar.

En su vida había puesto algo de interés a las personas en los restaurantes que se encargaban de mezclar, traer y llevar ingredientes para formar los elaborados, o no tanto, platillos que adoraba consumir, algunos con más frecuencia que otros.

Cuando llegaba a un restaurant lo único que hacía era buscar una mesa que fuera de su agrado, pedir los platos favoritos que le gustaban del menú, observar a la gente que entraba y salía, luego comía, volvía a comer, y así hasta que llegaba a la hora de pagar la cuenta que, costaba más que su vida y su dignidad juntas.

No le importaba pagar, podía hacerlo, y le gustaba gastar en diferentes platillos que llamaban su atención, pero aunque su amor por la comida llegaba lejos, jamás llegó tan lejos como para que fuera ella quien la cocinara.

Lo había intentado porque no estaba de más, a la primera incendió una de las ollas, la segunda vez la licuadora explotó y logró prenderle fuego a toda la cocina, la tercera vez... Bueno, bastaba decir que desde la primera llevó consigo en número de los bomberos y hasta la tercer ocasión hizo uso de ese dato que creyó innecesario hasta cierto punto.

Desde ahí juró que nunca más.

Mantuvo su promesa, por unos cuantos años hasta ahora.

Aún no se hacía bien a la idea de como había sucedido, pero de todas los motivos por los que creyó que podría cocinar en algún momento, jamás, pero jamás imaginó que terminaría siendo por amor.

Tania adoraba comer, por eso se alegró de que la persona con la que comenzó a pasar más tiempo que con el internet fuera igual. Luego de unos meses descubrió que a la idiota que tenía por nombre Dahana le encantaba la comida, sobre todo los bocadillos dulces, pero solía reprimirse por un temor causado por la presión de su madre durante su infancia y parte de su juventud.

De todos modos le agradó que a Dahana le gustase disfrutar del placer de la comida, lo que no le gustó nada fue su exigente paladar que incluso rebasaba al suyo.

Paladar que poco a poco se retó a satisfacer.

Los cocineros de la mansión de su compañera ya le conocían por haberse colado en distintas ocasiones con la sola intención de hurtar la comida que guardaban en las neveras y despensa, por esto no dudaron en lanzarle una sartén cuando la vieron llegar con cara de que iba a hacer algo.

Tania esquivó el objeto y solo se limitó a observar a todos, analizó la forma en la que el cocinero más viejo mezclaba aquellos ingredientes que degustaba el paladar de la joven de mechón blanco, también miró con detenimiento las manos hábiles de las ayudantes al mezclar la masa, vio como los reposteros ponían chispas y demás, luego esperó para saber el tiempo que cada plato necesitaba pasar en el horno, la estufa y el refrigerador.

Cuando los platillos de la comita estuvieron listos simplemente se fue.

Los miembros del personal la miraron confusos y algo preocupados, ya era bien sabida la mala fama de Tania en las cocinas, si entraba allí solo era para robar, pero desde ese momento dejó de ir a hacer eso, cuando llegaba la hora de la comida ingresaba y pedía material e ingredientes, los mezclaba y repetía procesos alternos a los que había visto, nunca causó un destrozo como los que había hecho en años anteriores pero sus platillos eran no aptos para el ser ingeridos por un humano.

Tardó cerca de tres semanas en lograr hacer una galleta decente, luego de eso dejó de ir a la cocina por un mes, y para cuando regresó ya sabía cocinar como una chef de prestigio.

¿Cómo?

Pues tuvo que pasarla en restaurantes la mayor parte del tiempo, aprendió recetas de distintas comidas y gastó horas y horas practicándolas hasta que nadie supiera que ella fue quien las hizo.

ND Secretos de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora