Los ojos del caos

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Minerva era buena para jugar a las escondidas por el mismo hecho de que sabía donde esconderse, desde que nació, si es que podía llamarse así al extraño momento en el que vino al mundo desde dentro de un huevo apenas mayor que ella, siempre se sintió segura escondiéndose en lugares casi imposibles, apartada del mundo y de sí misma.

Ahora agradecía contar con esa habilidad porque estaba segura que, de lo contrario, su cabeza y la de la joven que llevaba hubieran rodado por el suelo, lejos de sus cuerpos, desde hacía bastante rato.

¿Cómo era que todo estaba de mal en peor? 

No tenía la menor idea, pero cuando aquellos hombres encapuchados ingresaron a la habitación abriendo fuego y causando estragos, ellas no dudaron en atacar y Minerva no dudó en tomar a su amiga y huir por una puerta escondida que encontró dentro del armario, y que al final no había resultado más que un pasadizo directo a una bodega, de la cual igual tuvo que huir, así hasta llegar a donde se encontraban actualmente, en un pequeño espacio dentro del reloj central.

¿Tenía espacio para moverse? 

No.

¿Había obtenido alguna información de lo que pasaba?

Tampoco.

¿Necesitaba medicinas para la joven herida justo  en el suelo frente a ella?

Probablemente.

¿Quería matar a alguien?

Sin duda.

Maldiciendo en voz baja y en todos los idiomas que existían, Minerva se acurrucó contra una de las manecillas inmóviles de aquel reloj que ahora les servía de guarida, sabía que Tania resistiría, su energía se estaba recuperando luego de que le suministraran a la fuerza vitaminas, pero para los armeros la energía fundamental provenía de los alimentos, por tal motivo Minerva se vio obligada a cargar también con un costal lleno de comida, ahora lo único que faltaba era que Tania la comiera.

Era tedioso, pero no se podía hacer más.

Los líderes asesinos intentaron resistirse pero aquellos hombres eran listos, o al menos el que los dirigía, ya que era de suponer que el plan de regar más droga fue obra suya, aún desconocía quien era el culpable y los motivos que este tenía, pero internamente almacenaba su coraje para soltarlo cuando se desvelase su identidad.

Cuando la nueva droga entró en el torrente sanguíneo de los líderes, todos perdieron sus dones, y, aunque la dosis no era mortal, fue suficiente para que todos obedecieran, ninguno era tan tonto como para arriesgarse a morir.

R inesperadamente pensaba lo contrario, por eso a ella no dudaron en darle más de aquel polvo, Dahana intervino a tiempo y con algo de fe quizá siguiera viva, si es que sus intestino no se habían desecho ya por la droga.

Minerva debía de dejar de pensar en cosas malas, quería dormir pero si bajaba la guardia y las encontraban, todo se iría a la mierda por tercera vez, y no quería eso.

Por ahora lo único que le quedaba era esperar, si Tania se recuperaba, todo habría terminado. 

Le quedaba rezar para que no la descubrieran antes de que eso pasara.


***

Había estado una vez en aquellas celdas, pero no como prisionera.

Aunque la situación se volvió confusa y algo extraña ella no tenía miedo, o más bien no podía sentir miedo, el dolor de sus múltiples heridas evitaban que sintiera otra cosa que no fuera la constante agonía de la piel rasgándose y sus órganos internos derritiéndose, como si fuera hielo en medio de una hoguera.

ND Secretos de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora