Esa mañana era distinta. Habían pasado días desde la última vez que habíamos estado juntos. En parte, la complicada agenda que tenía en su consulta y también porque tenía trabajo que hacer, hacían que todo fuese un poco cuesta arriba.
Estaba enfrascado en dejar de lado mi segundo trabajo, el que me proporcionaba el dinero de los vicios y también el que me estaba dejando una pequeña adicción a probar cosas nuevas con un tío casado, que se desvivía por una profesión honorable y que, desde luego, tenía que rendir cuentas en casa.
Ella llamaba cada cierto tiempo cuando estaba conmigo. Ni me molestaba en escuchar lo que le decía porque entendía que ese no era mi asunto y también estaba eso de que una voz en mi cabeza, un susurro en pleno cataclismo, me siseaba al oído que yo no podía pretender ocupar un lugar que no me correspondía. Esa batalla no era mía y no me habían entrenado lo suficiente como para jugar a ese papel.
Negación.
Era una sensación extraña todo lo que se había desarrollado a lo largo de esos meses, porque me había enseñado a protegerme sentimentalmente de muchas cosas, como por ejemplo de la depresión o también del dolor emocional que, en mi propio sentir, era peor que el físico porque muchas veces no existía, o el del cargar maletas que no eran mías.
Me había incluso acercado a mis padres, a mis hermanos y había comenzado a tener una rutina más saludable, completamente distinta a todas esas veces que me había sumergido en relaciones tóxicas, pero por alguna razón, me negaba a la posibilidad de llamar esto una relación porque de plano y sencillamente no lo era.
De hecho: no podía serlo, porque no estaba preparado para una y yo mismo lo sabía de muchas e incalculables formas, pero esa partecita de mí estaba jugando a ser capitán en un barco que ni era suyo.
Entendía que no podía colocar agua en una vasija rota porque el líquido se escapaba. Por puro masoquismo, y uno que otra falta de respeto a mis principios, comencé a maquinar un plan de "vida perfecta" en el que tenía todas las bases cubiertas. En el bate, el pitcher, el cátcher, primera, segunda y tercera base y desde luego los jardineros estaban cubiertos, pero algo fallaba en mi ecuación. Algo estaba saliendo mal y entonces repetía los pasos una y otra vez.
Sabía que algo estaba mal.
Sabía que siempre había estado enamorado de Martín desde hacía mucho tiempo, pero no quería aceptar que todo en el universo tiene consecuencias que, tarde o temprano, te alcanzan ya sean buenas o malas.
En líneas generales, quería creer que esto era algo genuino, pero se resquebrajaba al final del día cuando hacía hincapié a su vida "normal" y eso causaba un estupor dentro de mí. Yo, que estaba acostumbrado era solo a sexo y una que otra salida a un club nocturno, esto me resultaba fascinante. Y no era que no me gustase, era que en realidad no quería tener que remendar de nuevo el saco de excusas que traía a cuestas para seguir lanzando porquerías en él.
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Yo, Ibrahim Cooper
Mistero / ThrillerEn un suburbio de Madrid, el doctor Martín Baduy ofrece una consulta psicológica. Ibrahim Cooper, su paciente estrella, presenta problemas de depresión y una actitud autodestructiva que Martín intenta detener a toda costa: es su llave que abrirá la...