7. Gula

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El apetito sexual no era nada comparado con el que ahora tenía

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El apetito sexual no era nada comparado con el que ahora tenía. 

En el motelito ya me habían dejado unos dos mensajes que me solicitaban en la recepción, pues estaba ya cerca la hora de salir de ahí. Preguntaría en recepción a qué hora más o menos Jorge se había ido. Me levanté y anoté su número en mi agenda telefónica, para darme una buena ducha y tratar de esclarecer un poco la mente. 

Agradecía que no había bebido nada en absoluto porque luego ir en motocicleta sería una misión suicida, la cual no había discusión alguna sobre los riesgos a los cuales me estaba enfrentando. Me dolía un poco la cabeza y por suerte en la habitación había un pequeño botiquín de primeros auxilios con medicamentos básicos como ibuprofeno, diclofenaco y también analgésicos con triptán.

Leí el frasco que decía Sumigrán con 1 mg de ergotamina, venga ya. Me metí la píldora a la boca y en cuestión de 10 minutos ya la vena de la cabeza había dejado de doler un poco. Bingo.

Una pastilla como esa no te va a quitar el dolor de cabeza, y lo sabes.

—Es que joder, ni siquiera porque acabo de follar a lo bestia, ustedes no se van... Me cago en la...

En la tuya, hijo e' puta. —me respondió de una manera graciosa pero refunfuñona.

De las voces que había en mi cabeza y de todas las que había podido grabar sus intenciones y el modo en el cual hablaban, esta era la menos agresiva. Siempre aparecía después de un día rudo en el trabajo y no era coincidencia que, de todas esas veces, una gran mayoría era por no haber ingerido alimento alguno. Recordé que de nuevo había olvidado comer y que solo llevaba lo que había consumido con Delta en el bar. El estómago gruñó: en verdad estaba hambriento.

Al salir del lugar, la recepcionista me indicó que en realidad Jorge había dejado la noche completa paga, pero que como me disponía a salir antes, solo me darían en 75% de lo que se había pagado. En realidad, me importó un poco dejarles unos treinta eurillos de más, pues la había pasado bien y eso en realidad era lo importante. 

Mil euros en mis bolsillos que irían a parar a mi fondo de ahorro de adulto independiente. con ingresos altos, pero con un sentido de administración de finanzas deficiente y de mierda, mucha mierda, la verdad. Al menos esto me ayudaría a entender que se sentía ser un scort y no estar juzgando a la gente que lo hacía.

La motocicleta estaba en el sitio donde la había dejado. Sana y salva. El casco me estorbaba, así que pensé en tomar una ruta para llegar a casa diferente a la que habitualmente usaba. Eso incluía pasar por un sitio de comida rápida. Recordé la putiza que le había dado al idiota del restaurante la noche anterior. Me dolían los nudillos un poco, pero al menos hice algo de justicia y desde luego me sentía muy bien con eso.

—Me pregunto qué estará haciendo Martín. —Dije.

Seguro debe estar en casa, acostado, con la panza llena y desde luego siendo feliz. Creo que debes dejar de preguntarte eso y entender que lamentablemente tú ahí ni con un litro de lubricante, chavalillo.

Yo, Ibrahim Cooper Donde viven las historias. Descúbrelo ahora