9. Preámbulo

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Martín continuaba parado en la puerta

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Martín continuaba parado en la puerta.

Había acordado que tendríamos una sesión ese día y yo ni por enterado me había dado.

—Te lo he dejado en el buzón de tu contestador. —Me dijo. — ¿No oíste el mensaje?

—La verdad... No. Perdona. Yo... He estado un poco ocupado y... se me ha pasado.

—Eh... ¿Estás con alguien? Si quieres puedo pasar luego... debí haberte insistido por mensajes —Decepción en sus ojos.

Dentro de mi cabeza había una lista de reproducción de gritos de mis voces contenidas, queriendo salirse por las narices, por los oídos y por los ojos. Estaba a punto de volver a tener una cefalea como la de anoche.

—No. Pasa, vamos...

Me observó.

Tenía solo unos gayumbos, un short corto y estaba prácticamente sin nada más encima. Él olía como siempre: un olor que me hacía olvidar que nosotros los hombres a veces no servíamos para una mierda. Ni siquiera para hacernos felices los unos a los otros, porque hasta en la historia estaba escrito que las guerras de toda la humanidad, la mayoría, las habíamos comenzado nosotros, los hombres.

Si hablábamos de guerra, una había comenzado en mi cabeza. Preferiría estar ahogándome con una sobredosis que con este tormento en los sesos y con el corazón queriéndose salir por la boca. 

Un flashback directo a mi mente: esto era como una dosis de ketamina en las venas... era una convulsión a los sentimientos. No se comparaba siquiera a esnifar china blanca de la buena, de la que se conseguía cerca de plaza del Sol, ni mucho menos por la calle donde estaba el Corte Inglés.

Me observó los brazos e hizo un gesto raro.

—¿Qué has hecho estos días? No sabía que trabajabas en algo tan forzado... —Se sentó.

Por la luz del día debía de estar ya un poco más de las seis. El tiempo se estaba pasando muy rápido y eso solo me decía que Martín se iba a quedar de nuevo en casa. Eso desde luego por mí no era problema, era raro, sí, pero yo estaba feliz de verlo de nuevo ahí. Aunque no pasara nada. Aunque fuera solo un momento. Aunque solo eso pasara en mi mente.

Me tomó de las manos y giró para ver unas pequeñas marcas que estaban en mi antebrazo, que sabía perfectamente que había visto, por el gesto raro que hizo. Soltó un bufido.

—Ibrahim... Dame una... respuesta. —Tragó grueso.

—¿Cuál?

—¿Te has vuelto a drogar? —Me observó

Solté un bufido y comencé a reírme. Era irónico que me preguntase eso y desde luego era obvio que sí. Y no solo me había dado algunos puyazos, pues en el encuentro con Jorge me había dado un colocón con María.

Yo, Ibrahim Cooper Donde viven las historias. Descúbrelo ahora