10. Lujuria

70 19 72
                                        


Martín ese día no salió de casa y yo tampoco

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Martín ese día no salió de casa y yo tampoco. Era uno de mis días libres que me habían dado en el trabajo por concepto de vacaciones atrasadas y tenía muchas cosas que hacer en mi desordenada vida, como por ejemplo liberar estrés a la mejor manera.

A pesar de que me sentía bien con Martín a mi lado, no podía obviar la parte de que estaba casado y que, aunque lo intentase, él no iba a estar conmigo.

No era persona de tener sexo todo el tiempo, pero cuando me atacaban las ganas tenía un harén de personas disponibles que se atrevían a todo con tal de darme y recibir placer. Esa noche, un compañero de estudios llamado Cristopher llegó al apartamento.

Martín me observó con cara muy ajena, pero comprendió que no pasaba nada malo, que era sólo una cana al aire que iba a tener con Cristopher, o eso pensaba cuando entramos a la habitación. Observé sus ojos, fríos y oscuros taladrar cada centímetro de mi cráneo.

¿Qué era eso? ¿Acaso eran celos?, pero me hizo sentir un poco más allá de querido. Aunque los celos aplicaban al miedo irracional de perder algo. Sí, quizás eran celos, después de todo. Tal vez estaba envidioso de que al menos yo estaba teniendo diversión y él solo estaba tecleando frenéticamente sobre el marco teórico de su tesis.

—¿Es tu hermano? —Preguntó Cristopher desconcertado una vez que terminamos de cerrar la puerta de mi habitación.

—Bueno, promete no reírte y tampoco salir corriendo, ¿vale? Es mi terapeuta. —Cristopher soltó un bufido, ahogando una risita. Me observó, como esperando que lo que le acababa de decir fuese una mentira o un chiste. Mis ojos le dedicaron una mirada fulminante. No estaba para chistes.

—Ha tenido una mala racha y se ha quedado conmigo. No sé cuánto tarde, el hecho es que él me está ayudando. Tenerlo cerca y en casa me da un poco de paz interior.

—No sabía que estabas tan perturbado... —Cristopher a veces no era sutil con sus comentarios, pero tendía a entenderlo. Él sólo servía para una cosa o a mí me servía para una cosa: sexo. De resto, si era buen amigo o lo que fuese, en realidad no lo sabía bien, pero era de suponer que un lado menos carnal debía tener.

La cuestión era que sí, a pesar de que era sólo sexo, él también había estado para mí en algunos momentos de mi vida, en esas oscuras sendas de peligro y autodestrucción.

—Tengo una caja de Pandora de ira reprimida que sólo el más osado en el mundo tiene la capacidad para abrirla... No querrás saber de lo que soy capaz.

—Vale, pues es que yo tengo un manojo de llaves en medio de las piernas. En especial tengo una que abre todo lo que toca.

Observé que traía un rosario colgando del cuello. Adivinó a donde iba mi mirada, lo tomó y me lo enseñó de cerca.

—Se supone que es para protección. —dijo.

—¿Y se supone que te debe de cuidar de...?

—De personas como tú, por ejemplo.

Yo, Ibrahim Cooper Donde viven las historias. Descúbrelo ahora