18. Culpa. 3 minutos para la media noche.

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Sabía que el alejamiento era necesario

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Sabía que el alejamiento era necesario. 

Incluso, aunque me lo pasara bastante bien, se estaba convirtiendo en un vicio. No tanto necesario, era quizás una forma de ponerle un coto a toda esa bola de sentimientos que yo había causado en mi paciente estrella y que habían salpicado sobre mí. Recordaba lo que mi padre decía constantemente sobre hacerle sentir a alguien algo por lo cual luego nos íbamos a arrepentir: 

"ten cuidado si algún día, por querer quemar hierba mala, quemas también la buena y no sea pues que el fuego alcance tu casa, tu mente y sobre todo queme tu espíritu".

"Paciente estrella."

Escupí las palabras casi atropelladas. De que me había involucrado sentimentalmente con Ibrahim, no cabía la menor duda. Sucede que cuando le sabes los pasos a alguien, el modo de ser, de caminar, de sentarse, de comer, las rutinas y esas cosas, pues que acabas por encariñarte. 

Por eso es que no se podía atender, en este tipo de conflictos, a familiares y amigos. No estaba marcado en rojo en el juramento hipocrático, desde luego, pero es que estaba casi siempre presente en las cuestiones morales e implícito, porque te terminas sumergiendo en una espiral sin salida.

Le conocía la vida y sabía de lo que era capaz y eso me empujaba a quedarme más tiempo junto a él, pero entonces había algo que me frenaba. Ese algo era un cúmulo de cosas que siempre había estado conmigo de manera silente, pero que las había sabido manejar bien y a mi antojo. Eran pues el orgullo, prejuicio o gilipollez y el miedo los que siempre estaban ahí, formados como esos gusanos que se unen sin ningún propósito más que el de estar juntos y vivir, pero que si los separas todos mueren.

Ibrahim era un chaval que estaba sumamente confundido y no me iba a perdonar dejarlo en manos de cualquier desconocido, por lo que tomé mi agenda estando en mi consulta y comencé a llamar.

Nadie quería el caso y no sé por qué eso no me sorprendía. Eso lo sabía desde que había tomado el caso hacía ya un año y unos meses. Todos mis colegas se sorprendieron cuando dije que aceptaba, pero era eso o no estar donde estaba ahora. La verdad es que esa era la respuesta que quería en el fondo escuchar para tener una excusa y no alejarme por completo.

Nadie quería a ese problema en sus consultorios porque todos consideraban que era algo que un psicólogo o psiquiatra común y corriente no podía tratar; que esto era un caso clínico y que, a pesar de que las bonificaciones eran enormes, nadie quería tratarlo porque temían que algo le sucediese y que la cabeza de ellos rodara como la de María Antonieta. 

Desde luego que intentar en el área de Psiquiatría del Hospital General de Madrid era algo que podía mejorar el asunto, pero ya había estado ahí. Lo habían tratado como un loco y es que saltarse una señal de alto, tratar de suicidarse tantas veces y estrellar el coche de su padre no eran conductas normales. 

La primera vez que lo vi estaba amarrado con una camisa de fuerza. Dopado, ojerosos, delgado... Haberlo visto me dejó sorprendido más ahora, porque no era ni la sombra de ese chaval que había encontrado ahí, abandonado en un cuarto de colchones. Verle el día del atracón de comida, tener que limpiar su vómito y luego marcharme... Eso día estaba decidido a irme para siempre, pero no podía dejarlo así. 

Yo, Ibrahim Cooper Donde viven las historias. Descúbrelo ahora