17. Delirio

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Al cabo de unas semanas, Martín no había dado señales de vida y eso era algo que le agradecía en un 50%

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Al cabo de unas semanas, Martín no había dado señales de vida y eso era algo que le agradecía en un 50%. La motocicleta se quedaría en la cochera de la casa de los viejos y era lo único a lo cual no le podían echar mano.

Cada vez que la puerta sonaba, el corazón me daba un brinquito de alegría ligada con miedo, pues el que estuviese en la puerta de mi apartamento podía, o mandar todo a la mierda... o simplemente terminaría peor que la primera vez.

Durante las tres semanas restantes había comenzado a hacer pequeñas reformas: eliminé la puerta de la cocina, reformé las ventanas, hice que cambiaran las baldosas del bañito y pintaran las paredes. Otra reforma extra era cambiar la cerradura ya que por error no le había pedido la llave a Martín, pero nunca lograban cambiar la chapa de la puerta.

—Que, si eso le hubiese dado por hacer, ya lo hubiese hecho. Tampoco debo preocuparme por esa jerigonza. —dije en voz alta mientras terminaba de arreglar la ropa que estaba dando vueltas en la secadora. 

Había dejado en un montoncito la que él había dejado y sopesé en enviársela por DHL o simplemente quemarla, donarla o lo que sea... pero no me animaba a hacerlo.

La estancia estaba más iluminada y con más vida. Siendo honesto conmigo mismo yo había empezado a sentirme mejor. Estaba tratando de ocupar mi cabeza en otro asunto, en cualquier cosa que no tuviese que ver con lo que allí había pasado.

La solución final era que iba a entregar el apartamento como nuevo y que, en caso de volver, alquilaría en otro sitio. Quería, en ese preciso momento, estar lejos del alcance de sus manos, de sus llamadas que sabía que continuaba haciendo, de sus ojos, su respiración, su poder de convencimiento. Había iniciado todo un cambio porque quería liberarme de ciertos recuerdos del lugar. Quería que cambiase la escena por completo y eso me había llevado tiempo.

Seguía dándole dos o tres vueltas a la manzana y ya estaba mejorando mi tiempo. Lo hacía en trece segundos sin parar y eso para mí era un logro que, a la primera vuelta, estaba teniendo un ataque al corazón. Luego de eso subía y bajaba las escaleras del edificio unas 5 veces.

Lo positivo es que no era tan alto y podía entonces estar tranquilo con eso por los momentos. Luego de todo ese ejercicio me daba un duchazo, me ponía cómodo y comenzaba a hacer zapping en la televisión. Me quedaba viendo siempre un programa de entrevistas en la 1 de Televisión Española presentado por Borja de la Oz.

El tipazo estaba bueno y al menos se desenvolvía bien en el único programa que valía la pena de toda la parrilla de programación.

El día sábado hice la rutina de siempre: levantarme, cepillarme los dientes, comer algo apenas vistiendo unos gayumbos, porque no podía seguir ensuciando ropa, y colocarme un modelito bastante holgado para ir a trotar como siempre lo hacía todas las mañanas.

Luego de haberle dado las vueltas a la manzana y de subir y bajar los cinco pisos de mi edificio, decidí que era hora de parar y de, por lo menos, hacer algo divertido. Quizás una última guarrada con un tío o lanzarme unas tapas y cañas con Alí antes del viaje.

Yo, Ibrahim Cooper Donde viven las historias. Descúbrelo ahora