U N O

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Seungmin dejó salir un suspiro cuando logró que su cabello quede atado en una alta coleta, sin importarle el hecho de que su flequillo aún seguía jugueteando frente a sus ojos. Su reflejo en el espejo le hacía ver lo demacrado que él estaba, lo destruido y maltratado. Su mente jugaba en su contra haciéndole recordar al hombre dueño de sus malestares cada vez que veía una pequeña parte de su dañada piel. ¿Esa sería su maldición?

Quería creer que seguía siendo el niño bonito y tierno que alguna vez fue. Se podía recordar correteando por los pasillos oscuros de aquella casa siendo perseguido por sus hermanos, aquellos que le daban una mano cuando tropezaba con las alfombras. En aquel tiempo él sonreía, sus mejillas brillaban como bellas constelaciones y sus ojos liberaban destellos de varios colores que endulzaban los amargos corazones de los mayores. Nadie se resistía a él y su belleza, todos daban su vida por cuidar esa inocencia tan propia de Seungmin.

Tanto, que cuando el monstruo que habitaba con ellos logró corromper hasta el último centímetro de Kim Seungmin, todo su mundo de felicidad y diversión cayó de sopetón, derrumbándose frente a sus narices sin que ellos pudieran hacer algo. Ya era tarde. Los ojos del pecoso habían dejado de mostrar ese azul intenso que les recordaba al valiente y feroz mar; mostrando un negro aún más oscuro que las frías noches que los cubrían por el invierno.

Seungmin se había rendido. O tal vez nunca lo intentó, simplemente aceptó el hecho de que ahora le pertenecía al diablo y él debía ser su fiel ciervo.

Ya cansado de sus ruidosos pensamientos decidió vestir sus ropas sin cuidado, tironeando las finas telas que lo cubrían cada día.

"Te ves ridículo" — le dijo el espejo.

— Lo soy. — le contestó Seungmin sin vacilar.

El espejo no volvió a molestarlo, como si se hubiera quedado satisfecho con la respuesta del menor. ¿Acaso eso buscaban todos? ¿Que Seungmin se desprecie al punto de convertirse en un sucio muñeco?

Bufó, encaminándose a la salida de aquel cuarto que alguna vez usó. El cuarto de su niñez. En él guardaba los recuerdos más felices de su corta vida, y entrar ahí ahora se sentía como si estuviera echando a la basura todos esos momentos bellos que vivió. ¿Entonces por qué seguía entrando cada mañana?

Tal vez, él aún anhelaba poder volver a ser el niño que sonreía a los crudos días de ignorancia.

— ¡Hey, Min! — gritó una de las hermanas del menor que corría en su dirección con una mano alzada intentando llamar la atención del chico — Te estuve buscando. — dijo cuando logró alinearse al lado de su hermano.

Seungmin la examinó. Le parecía aún más hermosa que ayer, con su pelo negro suelto en grandes ondas que llegaban hasta su pequeña cintura, y esos grandes ojos llenos de vida que iluminaban su herido corazón. No pudo dejar pasar el hecho de que llevaba vestido uno de los trajes que su madre había dejado antes de fallecer haciendo que su belleza resaltara con el color vino que llevaba. El menor sabía del gran parecido que su hermana tenía con su difunta madre, y le encantaba que ella vistiera los bellos trajes que había dejado.

— Te ves hermosa hoy, Haseul. — murmuró, recibiendo como respuesta la brillante sonrisa de ella.

La amaba. Aún cuando su corazón estaba destruido y despedazado, sentía un gran aprecio por aquella chica. Desde pequeños habían sido muy unidos, tal vez por el hecho de que habían nacido el mismo día. El ser mellizos les hacía tener un lazo demasiado fuerte que no se comparaba con el que pudieran tener con sus demás hermanos. Ellos eran inseparables, y juraban poder sentir lo que el otro en cualquier momento. Seungmin presentía que el seguir vivo se debía a ella y sus constantes sonrisas que llenaban su pecho de un cálido sentimiento.

› Obey ꙳໋͙ HyunMin ⌕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora