1. Aurora

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Hongjoong blandió su espada, sus ojos inyectados de sangre, su mirada estaba sobre su oponente vigilando cada uno de sus movimientos como si fuera solo una presa débil, lo cual irritaba a su oponente.

—No lo haré tan fácil... Omega.

La sangre le hervía, estaba tan cegado que no fue capaz de notar a tiempo la hoja de la espada; se agachó apenas logrando que la espada se clavara en su hombro. Formó una sonrisa mientras tocaba el filo y la arrancaba de su piel, miró a su oponente y en un movimiento veloz pateó su pantorrilla, haciendo que cayera al suelo. Hongjoong de inmediato presionó su pie sobre él, inmovilizándolo. En ese instante, la duda se plasmó en su rostro.

Hongjoong miro al hombre en el suelo, inmovilizado por su pie y por la espada que le apuntaba al cuello.

—Un Omega jamás podría con un Alfa —intento moverse, pero Hongjoong piso con fuerza el pecho del hombre, no lo dejaría ir.

La espada cortó el cuello del hombre, la sangre le salpicó el rostro, Hongjoong pateó el cuerpo sin vida del Alfa y prestó atención a su alrededor, encontrando varios cuerpos en la cubierta. Maldijo en voz baja, no encontraba a su tío, pero entonces lo vio... El capitán había muerto. Maldijo otra vez, viendo a sus atacantes, sabiendo que no podría enfrentarlos solo. Quería llorar y lanzarse a matar a todos, pero sintió que debía huir.

Salto de la cubierta antes de que alguien más pudiera darse cuenta de que seguía vivo, no podría derrotar a todos solo. Era una locura, por lo que no tenía más opción que nadar con posibles tiburones.

Saltó de la cubierta antes de que alguien más pudiera darse cuenta de que seguía vivo, consciente de que no podría derrotar a todos por sí solo. Nadar con posibles tiburones era una locura, pero la suerte estaba de su lado, ya que encontró los botes de sus atacantes. Agradeció a los dioses por ello, pero sabía que apenas estaba comenzando; tendría que buscar tierra firme para estar a salvo. Su espada llena de sangre le recordó que la tripulación a la que se había unido había muerto y ni siquiera había podido darles un entierro digno. Apretó la mandíbula, molesto por su impotencia, y juró que jamás olvidaría aquella bandera pintada de azul y rojo.

La bandera de color azul oscuro, como el océano profundo, y tenía una calavera roja en el centro, con dos espadas cruzadas debajo. La calavera tenía una expresión de burla y desafío, y sus ojos vacíos parecían mirar con desprecio a sus víctimas

Se reprochaba el haber mostrado que era un Omega en plena batalla, odio con todas sus fuerzas haber huido del barco.

Al anochecer pudo llorarle a la muerte, la luna ilumino su rostro, sus labios presionados tratando de evitar sollozar, sus ojos vidriosos, sus mejillas y nariz sonrojadas por el frío, pareciera etéreo, pero la sangre en sus ropajes demostraba que solo era un vil pirata que acaba de huir y perderlo todo.

Apenas cerraba los ojos, el mar parecía infinito, pero estaba seguro de hacia dónde iba, al menos la brújula que tenía todavía le era útil. El viento salado pego en su rostro y fue entonces cuando se iluminaron sus ojos, había llegado a una isla, que seguro estaba cerca de alguna aldea, remo tratando de llegar más rápido a tierra.

Y en efecto, después de arrastrar el bote por la arena se dejó caer cansado, sus ojos picaban gracias al sol, su cuerpo se volvió demasiado pesado para siquiera intentar moverse, se tapó el rostro con la mano para no dejar que el sol lastimara sus ojos, cerró los ojos y al fin se quedó dormido.

—No podemos.

—Es un Omega.

—Tiene sangre.

—Oh vamos, Sannie.

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