33. Cuerdas

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Jongho escupió, la mezcla de sangre en su boca se volvía cada vez más desagradable, y el mareo amenazaba con envolverlo. A pesar de ello, se obligó a ponerse de pie, consciente de que no podía permitir que el cansancio lo consumiera.

El golpe que había recibido palidecía ante el dolor más profundo: el temor de perder a su precioso cachorro. La ira encendía sus ojos, y no permitiría que nadie más le hiciera daño. El Alfa que lo pateó terminó en el suelo, con la cabeza brutalmente aplastada.

Necesitaban conseguir esa llave y la de sus cadenas, pero el dolor comenzaba a cobrar factura.

—Todos son unos inútiles —gruño la Alfa.

Mientras tomaba con fuerza a Jongho y San. La cadena fue entregada por uno de sus secuaces, y los hermanos fueron encadenados juntos. Jongho jadeó al ser lanzado de nuevo al suelo, sintiendo cómo su cabeza chocaba con la de su hermano.

—Haré que se los coman, sino se comportan.

Esta vez, los dejaron en la orilla del barco, donde el agua salpicaba sus heridas, intensificando el dolor. Jongho, consciente de que el agua aceleraría la curación de sus heridas, se preparó para soportar el proceso. Pero esta vez, la tarea no sería tan sencilla.

San miró a Jongho y luego a su vientre, donde la preocupación se reflejaba en su rostro. El Omega intentó sonreír, pero sus músculos doloridos apenas respondieron.

Ahora, bajo la mirada implacable de los Alfas, Jongho y San estaban atrapados. Jongho dejó que su cabeza se recargara para contemplar el cielo nocturno. Sin luna, oculta tras las nubes que anunciaban la temporada de tormentas, el miedo se filtraba entre ellos.

Las tormentas en el mar eran temidas; las olas se volvían traicioneras y los animales marinos, más peligrosos. Estar salpicados por las primeras gotas despertó el temor de caer al agua, un miedo que Jongho nunca había sentido tan profundo.

Y por primera vez, Jongho anheló estar fuera del campo de batalla.

—¿Estaremos bien? —preguntó a San, incapaz de ocultar su temor.

—Siempre lo estamos —murmuró el mayor, aunque su voz no pudo disfrazar del todo el miedo que compartían— seguro que los demás están cerca.

Ya habían pasado dos días, cuando su barco recibió un fuerte golpe, ese en definitiva era un cañón, salió de su camarote para descubrir que Hongjoong se encontraba sonriendo mientras prendía fuego contra ellos.

—No podemos acercarnos —informó Wooyoung a Hongjoong—. Tendrán que llegar por su cuenta. —Miró hacia el humo que se elevaba en la distancia.

—Confiamos en ellos —murmuró Hongjoong, mientras los cañonazos resonaban en sus oídos. Yunho y Mingi manejaban los cañones con destreza, habiendo aprendido bastante rápido como utilizarlos— Seonghwa, prepara cuerdas para ayudarlos —indicó, y su Alfa asintió— Yeosang, ayuda a Wooyoung.

—Pero... Jongho está encadenado —recordó Wooyoung, y Hongjoong palideció ante la verdad evidente.

—Necesitamos un nuevo plan —se mordió el labio, consciente de la urgencia de la situación. Wooyoung tenía razón, no podían acercarse con Jongho en esas condiciones.

Necesitaban actuar con rapidez antes de que la distracción se volviera inútil. En una situación normal, Hongjoong habría compartido el plan con San, pero en ese momento, San estaba en manos del enemigo.

—Wooyoung y yo iremos —musitó Hongjoong después de unos instantes de silencio.

—Es demasiado peligroso —Seonghwa saltó, mostrando su preocupación.

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