Capítulo 27

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Un año después, Damon se encontraba en su empresa frente a su escritorio moviendo un bolígrafo distraídamente, pensando en todo lo que había cambiado su vida.

Elizabeth y él se habían casado hacía unos seis meses en una hermosa iglesia antigua en la ciudad de Italia. Anthea y Faviolo habían aceptado alegremente ser los padrinos de su boda. Habían ido amigos, familiares y algún que otro periodista, se había colado.

Cerró los ojos con un suspiro y con las manos apoyadas en la cabeza, se inclinó hacia atrás en su asiento de cuero y dejó que los frescos y dulces recuerdos de su boda le llegaran rápidamente a la cabeza. Una vez estuvieron casados la primera en felicitarlos había sido su prima Anthea quien los había abrazado con mucha efusividad.

-¡No saben lo feliz que estoy de verlos por fin como se merecen!-había exclamado con su característica sonrisa-. ¡Ya era hora! Les deseo lo mejor del mundo para ambos.
Damon y Elizabeth habían reído al igual que Faviolo, que se había acercado a ellos y les había dado un abrazo a cada uno.
-Yo también quería desearles lo mejor. Que sus vidas se llenen de dicha, amor y riqueza-había dicho con una sonrisa agradable.
-Muchas gracias-había respondido Damon en doble sentido y Faviolo tan solo había asentido satisfecho.
En el banquete de boda habían bailado junto con las canciones de Spirit, habían reído juntos, se habían besado...
Ese día había sido el mejor día de su vida.
Damon sonrió, aún con los ojos cerrados.
Y la novia, que ahora era su esposa. Suya. Había estado preciosa.
Damon saboreó aquellas palabras como lo hacía cada día desde que la había visto entrar en la iglesia con su hermoso vestido blanco, su ramo de rosas y acompañada de Faviolo. Nada más verla había creído estar en el cielo con su ángel acercándose a él para amarlo y protegerlo para siempre.
Volvió a suspirar con una dichosa sonrisa.
La amaba tanto. Y no aguantaba estar sin ella ni un segundo más.
Abrió los ojos soltando un suspiro desesperado. Elizabeth había entrado en el mundo de la moda gracias a su talento y dividía su tiempo en crear nuevos estilos y ser una buena esposa.

Después de aquella increíble reconciliación en aquella cafetería, habían tenido algunos meses donde lo habían aprovechado para volver a conocerse y a seguir amándose. En los primeros meses, Damon no podía evitar seguir sentirse culpable o no merecedor de su amor, pero Elizabeth había estado a su lado, en todo momento para darle ánimos. Aunque, había veces que aún volvían algunos malos recuerdos de antes, era capaz de seguir adelante y darse cuenta que tenía a alguien a quien darle lo mejor de él. Y ahora estaba ahí desesperado por verla y tenerla en sus brazos.

Comenzó a desnudarse la corbata. Por la mañana, antes de irse a trabajar, Elizabeth le había dicho que le tenía una sorpresa esperando cuando regresara a casa. Y lo había dejado tan intrigado que ya no aguantaba seguir esperando más.
Unos golpes en su puerta y un adelante dieron paso a una sonriente Anthea.
-Veo que mueres por ir a casa, Romeo-se burló sentándose en la silla frente a él.
-Hola, primita-saludó Damon con ironía-. ¿Perdiste los modales?
Anthea revoleó los ojos y después con una sonrisa lo saludó con la mano.
-Creo que deberías irte ya-empezó y con una sonrisa misteriosa siguió-. Eli me acaba de llamar y me ha dicho que ya puedo dejarte ir.
-¡Qué bonito!-exclamó Damon soltando una pequeña risita-. Mi esposa y mi prima confabulando contra mí.

-No te quejes que te va a gustar-dijo Anthea guiñándole un ojo.

Damon abrió los ojos ansiosos y se inclinó hacia delante para mirarla fijamente.
-¿De qué se trata?-inquirió.
-Lo siento. No traiciono a mis amigas-respondió su prima mirándose las uñas distraídamente y después lo miró y sonrió-. Además, se supone que es una sorpresa. Si te lo digo dejaría de serlo.
Damon asintió y se enderezó en el respaldo de la silla con una sonrisa divertida.
-¡Vamos, debes irte!-exclamó Anthea parándose de su silla de un salto-. No hagas esperar a tu preciosa mujer.
Acto seguido, Damon era levantado de su silla por su prima mientras lo conducía fuera de su despacho.
-No entiendo por qué Liza no me dejó contratar a otra secretaria-murmuró aparentemente molesto con ella.
-Porque quiere proteger lo que es suyo-respondió Anthea con una sonrisa enorme-. Y tengo órdenes estrictas de echar a patatas a cualquier bruja.
-Así que, era eso-murmuró Damon pensativo y con una pequeña sonrisa traviesa-. A mí me dijo que era porque tú querías seguir trabajando junto a mí.
-Bueno, eso también-admitió Anthea asintiendo y después le dio un pequeño empujón-. Vamos, primito, tienes que irte a casita. Tu esposa te espera.
Damon asintió sonriente y se despidió de ella con un beso en las mejillas antes de salir corriendo del edificio con muchas ganas de llegar a casa.
Veinte minutos después se encontraba aparcando el coche en el garaje de su casa.
La casa tenía unos altos muros, un enorme jardín tanto delantero como trasero y contaba con diez habitaciones, una sala de juegos, otra de gimnasio, una biblioteca, cuatro baños; algunos con hidromasajes y jacuzzi y dos piscinas; una dentro de la casa entre unas paredes de cristales y de pequeña longitud y, otra fuera al aire libre, más amplia y grande. Habían elegido la casa juntos, tres días antes de su boda. Damon había mirado la casa imaginándose en el jardín jugando con sus hijos o con Elizabeth en la piscina interior o en el jacuzzi haciendo el amor.
Entró al interior de la casa y al instante le llegaron un delicioso aroma a canela. De inmediato esbozó una sonrisa mientras se quitaba el abrigo y dejaba su maletín en una mesita cercana a la gran puerta de entrada. Caminó hacia el gran salón rodeado por dos grandes sillones de cuero negro. Se quitó el saco y lo dejó encima de aquellos sillones. Caminó unos pasos más para entrar a la cocina donde se hallaba su esposa de espaldas a él, con un recipiente en sus manos sacando del horno.
Se acercó sigilosamente y la abrazó cariñosamente mientras le daba un pequeño beso en el cuello haciendo que su esposa se estremeciera levemente ante aquel contacto.
-Hola, amor-dijo Lis mientras se giraba hacia él y así darle un beso en los labios-. ¿Qué tal el día?

-Agotador. Sin ti a mi lado es muy aburrido trabajar-respondió dándole otro beso en los labios. Después se separó un poco para poder mirarla a los ojos-. ¿Dónde está mi sorpresa?
Elizabeth soltó una pequeña sonrisa y Damon sintió un vuelco en su corazón. Le encantaba cuando reía.
-Qué ansioso eres-dijo su esposa y acto seguido cogió su mano y lo llevó con ella hacia el gran salón-. Siéntate, por favor.
Damon obedeció y miró fijamente a su esposa tratando de adivinar sus pensamientos. Cuando la expresión de Elizabeth se puso seria, Damon no supo más que preocuparse.
-¿Qué ocurre, agápi mou?-preguntó cogiendo su mano y depositando un beso en su palma-. Confía en mí, por favor.
Elizabeth tragó saliva nerviosa.
-¿Te acuerdas que me mareé hace como tres días?
Damon asintió con el ceño fruncido.
-Sí y no quisiste ir al médico-replicó.
-Bueno, es que ya me imaginaba lo que me iba a decir-dijo Elizabeth mordiéndose el labio inferior.
Damon la miró con preocupación.
-¿Qué ocurre, agápi mou? Me estás asustando.
Elizabeth volvió a tragar saliva.
-Bueno, es que, vamos a ser papás-balbuceó nerviosamente.
La mano que Damon utilizaba para acariciar a su esposa, cayó en el aire de repente y Elizabeth se asustó.
-Esto se suponía que debería alegrarte-dijo Elizabeth en un hilo de voz.
Damon levantó la mirada y observó los ojos cristalinos de su esposa entonces sonrió abiertamente y feliz.

-¡Oh, claro que me alegra, cariño mío!-exclamó levantándose de un salto y estrechándola en sus brazos a la vez que le daba pequeños besos en el rostro mojado por las lágrimas-. No sabes lo feliz que me haces, amore.
Elizabeth lo miró con una media sonrisa antes de preguntar:
-¿De verdad? ¿No crees que es demasiado pronto?
-Para nada, amor-dijo Damon besándola-. Es genial. Por fin tendré un hijo. No sabes cuánto deseaba tenerlo, cara.
Elizabeth sonrió y lo abrazó fuertemente mientras se dejaba besar por su esposo. Después ambos quedaron recostados en el amplio sofá de cuero.
-Tenemos que cenar-protestó Elizabeth con los ojos cerrados disfrutando de las caricias de su esposo.
-Eso puede esperar un poco-susurró Damon a la vez que se deshacía del vestido-. Te amo y mi vida no sería nada sin ti. Gracias por quererme y estar a mi lado.
Ante aquellas últimas palabras ambos se dejaron llevar por aquel amor y aquella pasión que los había unido desde un principio. Dejando atrás todo lo malo y recibiendo con los brazos abiertos su nuevo futuro.

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Besos 💋

🌸Ania🌸

Un Amor Imprevisto(En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora