Damon estaba parado en la puerta de salida del hotel esperando a Elizabeth. Eran las ocho de la mañana y la había levantado cinco minutos antes para desayunar. Él en cambio había madrugado. Siempre había sido madrugador y ese día no fue una excepción.
Se sacó el saco azul marino y se lo colgó de un hombro mientras que intentaba remangarse las mangas de la camisa blanca. Se había soltado los botones principales para sentir el frescor de la mañana. Pensó que ir un poco informal y formal a la vez, no supondría nada de malo. Sus zapatos de cuero negro brillaban debido al lustrado que debieron darle y al sol. Estaba empezando a aburrirse más de lo que ya estaba, así que se puso a observar su alrededor.
Frente al hotel había un parque con una gran fuente. A la izquierda había una cafetería y tienda de ropa masculina. A la derecha, una boutique y un edificio que no supo de qué era.
Miró su reloj de platino y suspiró algo frustrado. Durante la noche no pudo dormir muy bien pensando en lo cerca y lo lejos que estaba de Elizabeth.
Se había recostado pero a cada instante se volvía a levantar queriendo ir hacia su habitación y hacerla suya de una vez. Había tenido que ducharse tres veces con agua fría para que su excitación se calmara y lo dejara dormir. Cuando por fin había podido dormirse. Ella había aparecido como una musa en sus sueños donde podía hacerle lo que quisiera.
Le había hecho el amor unas cinco veces y seguidas. Había disfrutado de su cuerpo, lo había sentido, acariciado, besado... ¡Dios mío! ¡Cuánto deseaba que esos sueños se cumplieran!
Sacudió levemente la cabeza intentando despejarla de aquellos pensamientos impuros.
Cuando puso su mirada en la puerta del hotel, la vio. Con un vestido azul, corto, exactamente cinco centímetros más arriba de sus rodillas, de tirantes y con escote en corazón. Un cinturón ancho y negro abrazaba su cintura moldeando su figura. Sus pies estaban calzados por unas sandalias negras con plataforma y su rubio cabello caía sobre sus hombros, hacia los lados tenía unas pequeñas y finas pinzas blancas haciendo que los mechones no se cruzaran por su rostro. Un bolso grande y negro colgaba de su hombre derecho.
Damon la admiró mientras ella se acercaba hacia él. No quitaba su mirada de ella porque era increíble lo que podía ocasionar con su hermosura.
Cuando por fin estuvo frente a él, le sonrió y Damon creyó que no podía respirar. Teniéndola tan de cerca pudo ver que no tenía ni una pizca de maquillaje en la cara. Esa mujer solo con su cuerpo sabía volverlo loco.
-¿Nos vamos?-le preguntó Elizabeth sonriendo.
Damon asintió sin poder emitir alguna palabra dado a su estado de estupefacción y cogiéndola de la mano se encaminaron hacia el restaurante.
Mientras desayunaban, Elizabeth no pudo hablar por los nervios que le provocaba la mirada de su jefe. Se había fijado en cómo la había observado cuando salió del hotel. Juró que en aquellos profundos ojos azules vio deseo y tuvo miedo al sentir cómo reaccionaba su cuerpo a tal evidencia.
Era obvio que su jefe no sólo la había llevado a ese viaje solamente porque la necesitase como secretaria, sino que, necesitaba a alguien en su cama. Pero ella no le iba a permitir que le sedujese para cumplir su cometido. Por eso, se había prometido mantener las distancias, no solo por su bien físico, también por el emocional.
-Estás preciosa-le dijo Damon mientras tomaba su café.
Ella mantuvo la mirada clavada en sus tostadas e intentó que no le afectase su cumplido.
-Gracias, pero desearía que no volviera a decirme ningún cumplido más, señor Thalassinos-dijo secamente.
Él se sorprendió ante su reacción.
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Un Amor Imprevisto(En Edición)
RomanceDamon Andreus Thalassinos era un hombre poderoso que creía con arrogancia que todo tenía un precio, incluido las personas. Solo sabía que tenía que desear algo y con su poder y dinero lo tendría pero no contaba con conocer a Elizabeth Miller. Una mu...