I.- Exploradores

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Charlie corría despavorido, tratando de seguir el paso de Steve. No era nada sencillo, el terreno estaba anegado, había una humedad tan densa que dificultaba la respiración, y la vista se atareaba de sólo ver color verde oscuro hacia cualquier lado que se mirase. Se detuvieron, jadeando y mirando tras de sí para asegurarse de estar a salvos.

­ ― ¿Crees que lo perdimos, Steve? ―preguntó, luchando por poder dar bocanadas de aire.

―Sí, ya no debe de seguirnos ―respondió, sentándose en el suelo―. Los creepers no son tan comunes en la selva, pero es un horror toparse con uno en un lugar como éste. Al menos ya tenemos lo que buscábamos ―dijo, más tranquilo y mostrando alegremente un mapa recién trazado.

Charlie sonrió y ayudó a Steve a ponerse de pie, y juntos retomaron su viaje.

Los dos exploradores llevaban cerca de un mes internados en la selva, tratando de trazar mapas de un área totalmente inexplorada. Su viaje fue bastante rutinario, a decir verdad. Se toparon con paisajes maravillosos que nunca habían visto, como grandes montañas cubiertas de naturaleza verde, árboles tan grandes que era imposible ver dónde terminaban sus frondosas copas, y lagunas cristalinas en las cuales nadaban peces parecidos a pequeños dragones y desconocidos para ellos. También disfrutaron el estar en los bosques de bambú y toparse con osos panda, animales realmente fantásticos con los que se podía convivir sin ningún problema.

Sin embargo, luego de estar alejados de la civilización por tanto tiempo, había llegado el momento de regresar y entregar los mapas e información que habían generado. Los dos amigos sintieron que salir de la selva era mucho más sencillo que adentrase a ella, por lo que poco tiempo les tomó pasar de un bioma tan lleno de vida, a uno más apagado como lo era la sabana.

―Fue divertido, ¿no crees, Charlie? ―preguntó Steve, mientras hacía una fogata para afrontar el frío de la noche.

―Totalmente ―respondió, acomodando los sacos de dormir―. Creo que no habíamos estado en un bioma tan extraño desde que estuvimos en la isla champiñón. Sólo que aquella vez fue un tanto aburrido, nada interesante más que hongos gigantes y vacas extrañas.

―Concuerdo ―rio un poco―. Este viaje fue mucho más interesante, no me extraña que el cliente haya pagado tantas esmeraldas por mapas de este sitio.

― ¿Y sabes lo mejor? Recolecté suficientes semillas de cacao y brotes de árboles de jungla, ganaremos buen dinero vendiéndolos a los mercaderes de alguna ciudad ―dijo con emoción Charlie, terminando de acomodar su saco de dormir.

Se recostaron, mirando las estrellas. No había mucho de qué hablar. Charlie y Steve eran amigos desde hace mucho tiempo, siendo un equipo dedicado a la exploración a sueldo. Por ese motivo ya había poco que comentar entre ellos, se podría decir que los dos sabían todo uno del otro, así que la mayor parte del tiempo guardaban silencio y miraban el cielo, a la espera de ver algo nuevo el día siguiente.

Luego de que amaneciera, caminaron medio día hacia el sur. El terreno se volvió menos árido y más fresco, habían llegado a un bosque de robles. Supieron que estaban de vuelta en la civilización cuando se toparon con una pequeña y solitaria choza, así como un camino. Conforme más andaban sobre el sendero, más casas y personas aparecían. El entorno se volvió menos impresionante, aunque ello no los desanimaba, lo contrario, les alegraba ver a otro ser humano después de tanto tiempo.

Habían llegado a Fugel, un pueblo no tan grande en el que convergían comerciantes, viajeros y ciudadanos nativos. Sobre los caminos principales andaban docenas de caballos arrastrando carromatos y carruajes, exploradores que buscaban un lugar para pasar la noche, y campesinos que pretendían vender sus productos a los mercaderes. Según pensaba Charlie, pasaron de un lugar lleno de vida a otro igualmente vivaz, pero en un sentido diferente.

Minecraft. El Origen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora