XV.- Frío

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Hacía mucho frío, Steve soplaba sus manos entumidas mientras le salía vaho de la boca. Dejó a Charlie dentro de un camarote del barco, algo apretado porque en él había cinco personas más que igualmente trataban de descansar. En cubierta, Steve ayudaba con lo que podía: asesorando a los navegantes sobre cómo leer las estrellas, colocando una soga para ajustar las velas o tratando heridas menores de algunas personas que se lastimaron cuando trataron de subir a la embarcación. En un momento de descanso, Steve se acercó a la orilla y observó el profundo y oscuro océano, sólo se divisaba un monumento marino por la luz que emitía, y estaba siendo evacuado por otro barco a la distancia.

― ¿Ves eso? ―preguntó Alex, parándose junto a Steve―. ¿Son como monstruos, no?

―Son los guardianes del monumento ―contestó Steve, sin mucho afán―. Son capaces de disparar una especie de rayo de energía que daña a quien sea que se acerque.

―Ya veo... es muy bonito, emiten mucha luz.

―No tomes mal mi pregunta pero, ¿por qué estabas en la Capital cuando ocurrió todo esto? ―interrogó, sin dejar de ver al luminiscente templo bajo el agua.

―Estaba en un pueblo cercano entregando mi reporte de exploración a un cliente. El tipo fue un estafador, me quería pagar sólo la mitad de lo que había acordado originalmente. Estuve a punto de romperle su cara cuando repentinamente el suelo comenzó a temblar. Fue un temblor muy fuerte, era complicado mantener el equilibrio ―pausó para limpiar su nariz que escurría por lo bajo que era la temperatura―. Dos portales del Nether aparecieron, rodeados de esa piedra rojiza del infierno, de lava y fuego. Antes de que cualquiera de ahí indagara más, recibimos una orden de evacuación inmediata: "Tienen que dejar este lugar y refugiarse a la Capital, es una orden del rey" algo así nos gritó el mensajero. No vacilé mucho, así que monté mi caballo y cabalgué rápidamente. Fue en ese momento cuando supe que las cosas no estaban bien, había miles y miles de soldados bien armados protegiendo las murallas, también había un ejército de gólems de hierro y unidades enteras de caballería. Era claro que se trataba de algo grande, así que decidí buscar respuestas yendo al castillo real para buscar a Krani o cuando menos a ti, que ya sabía perfectamente que te habías vuelto explorador real. No tardó mucho para que comenzará a oír explosiones, gritos de batalla y rumores que decían algo sobre un ejército de muertos vivientes. Para cuando esa cosa enorme que volaba destruyó la entrada a la Capital, me dirigí directamente al puerto para escapar lo más lejos de allí. Y bueno, después de muchos empujones, gritos y golpeteos, tomaste mi mano y terminé con ustedes. ¿Vaya suerte, no?

―Debo decir que sí ―dijo con alivio, aunque no lo hacía evidente. Tener a su lado sana y salva a Alex era un hecho fortuito dentro de este mar de infortunios― ¿Y qué pasó con... Lu?

―Oh, Lu... ―desdibujó la pequeña sonrisa que llevaba hasta ese momento―. Lo dejé en manos una amiga en Fugel, se suponía que lo vería en los próximos días pero... dudo que esté vivo a estas alturas del problema. Ya estoy enterada de que esto es a escala mundial, es una purga contra toda la vida.

Callaron por varios minutos, la luz del templo oceánico ya había quedado muy atrás así ahora sólo veían a la luna reflejada en la penumbra del océano.

―Perdóname, Steve ―musitó, con una voz a punto de quebrarse―. Perdóname por haber sido tan dura contigo estos años.

Steve la miró con confusión, ella tenía sus ojos bien cerrados pero aun así se le escapaban lágrimas. Sin mucho meditarlo, la abrazó fuertemente. Alex quebró en llanto y no paraba de lamentarse y disculparse. Steve, conmovido, también comenzó a sollozar.

―No te tienes que disculpar, Alex. Fui yo el del error en ese momento, te pido disculpas a ti por aquello ―y seguían abrazados, llorándose mutuamente.

Para cuando el sol del amanecer se presentó, Alex y Steve se hallaban recostados junto a una pared en la cubierta y cubiertos por una manta. Steve fue el primero en despertar, y con delicadeza, se puso de pie y cubrió mejor a Alex con la manta. Se dejó rociar por los rayos tibios del sol, sintiéndose con un peso menos en su corazón luego de haberse reconciliado con su vieja amiga. Le habría gustado que fuera en circunstancias menos dramáticas, pero al menos su malestar había decrecido un poco.

Más personas subieron a la cubierta y entre ellas comenzaban a cuestionarse sobre su destino, sobre qué sucedería con ellos. Empujado por las dudas colectivas, Steve se dirigió al puente de mando del barco para obtener información.

―Llegas a tiempo, Steve ―le dijo Krani en cuanto le vio cruzar la puerta.

― ¿A tiempo para qué? ¿Ya tiene un plan? ―preguntó, observando los múltiples mapas que estaban sobre la mesa.

―Sí, eso parece. Hemos recibido un comunicado de la Fortaleza del End Número 2. Nos dicen que no ha habido ataques enemigos debido a que están por debajo del océano. Allí entablaremos nuestro puesto de mando para continuar nuestro plan.

― ¿Qué es lo que sigue? ―preguntó con cierta severidad.

―Derrotar a Tenebris, por supuesto ―Steve se mostró incrédulo, pero no discutió―. Cuando lleguemos te daré los detalles. Entretanto te pido estar atento a cualquier orden.

A los pasajeros se les informó del destino, el cual fue recibido con gran emoción y alegría. Tenían esperanzas de que ese lugar nunca fuera atacado por Tenebris por su complicado acceso. Asimismo se informó que todo navío, flota o resistencia humana que aún quedara en pie, debía de dirigirse inmediatamente a la Fortaleza del End Número 2. Los recursos y tropas disponibles se organizarían para emprender un contraataque preciso y rápido, para derrotar a Tenebris en un solo movimiento.

Steve tenía poca fe en el plan, después de presencia en carne propia el abismal poder de Tenebris sabía que poco o nada se podía hacer para derrotarlo. No obstante, no tenía opción por el simple hecho de que no tenía a dónde ir. Quienes amaba lo acompañaban, no tenía hogar que lo esperara, ni tampoco familia o amigos que rescatar. Literalmente su destino estaba en manos del barco sobre el que iba montado. Steve lucharía sólo porque no tenía otro destino, otra opción. Además, el ver que la gran mayoría eran personas frágiles y vulnerables, necesitadas de protección, lo hacía sentirse obligado a quedarse para defender las vidas que quedaban. Al final del día, era lo mínimo que podría hacer luego de haber contribuido en la generación del apocalipsis. 

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