V.- Realidad Multidimensional

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Pasó otro día y otra noche. Desde el asalto de los saqueadores el ambiente se había vuelto denso y depresivo, nadie en la caravana conversaba ni se animaba a sonreír, sólo querían llegar de una vez por todas a la Capital para poder olvidar lo que vivieron. Ya estaban cerca, pues el camino se hizo más ancho y sólido, los alrededores estaban llenos de campos enormes de cultivos, y la caravana prácticamente se disolvió entre nuevas personas que se incorporaban al camino, como comerciantes de aquellas granjas u otros viajeros que provenían de otros rumbos.

Dado que Alex ya tenía su propio caballo ―el cual tomó de un viajero que murió durante el asalto―, Charlie y Steve andaban juntos y se sentían con mayor libertad para hablar. Fue entonces cuando Charlie, con la mente todavía aturdida por la inyección de emociones, cuestionó:

― ¿Quién era ese tal Louis? ―su rostro reflejaba algo de indignación.

―Nadie que te importe ―contestó Steve, sin quitar la vista del camino.

―Claro que me interesa ―pausó―. Hemos sido amigos y colegas por ya algunos años, ¿en serio no me quieres contar esa historia? ¿Qué tuvo que ver él con lo que ocurrió entre tú y Alex? ―Steve no dijo nada, seguía viendo hacia delante.

El aire fresco del amanecer calaba sus cuerpos, y los primeros rayos de sol bañaron a los enormes mares de trigo amarillo, ondeándose al son del gentil viento. Campesinos en carromatos salían de las granjas, cargando animales y fardos de trigo. La escena le dio algo de tranquilidad a Steve, estaba seguro de que, a estas alturas del viaje, sería imposible sufrir otro ataque de los saqueadores debido a que ellos no se acercaban a los pueblos humanos y mucho menos a las grandes ciudades.

―Sólo te diré que lo que pasamos hace un día me trajo un deja vu ―pausó―. Por favor, Charlie, no me insistas en sacar recuerdos que he tratado de olvidar todo este tiempo.

Charlie comprendió y dejó de inquirir. Sin embargo, antes de lanzarse de nueva cuenta en sus meditaciones sobre qué habrá sido de ese tal Louis, una silueta en el horizonte lo distrajo. Los rallos del sol dejaban ver enormes torres y figuras en el fondo del camino, era la Capital.

― ¡Al fin llegamos! ―exclamó Charlie, alegre.

Justo después, el caballo de Alex salió disparado, dejando atrás a los dos viajeros.

―Maldición ―masculló Steve―. Ramsey, lamento dejarte tan de repente, pero nos despedimos ―dijo, dándole la mano a su compañero de caravana.

―No se preocupen ―respondió, esbozando una gran sonrisa―. ¡Hasta pronto!

Los caballos de Steve y Charlie galoparon veloces, esquivando a todo quien se cruzara en su camino. Más y más viajeros replicaron esta acción, y al poco rato, el camino se transformó en una auténtica pista de hipódromo. A la carrera escuchaban blasfemias de los locales y órdenes de detenerse de los caballeros reales, pero todas fueron eludidas.

La Capital se dejó ver mejor: estaba rodeada por enormes murallas de casi 20 metros, y, aun así, los techos de muchos edificios alcanzaban a asomarse. A causa del alboroto, los guardias comenzaron a cerrar las puertas a la ciudad, pero era demasiado tarde, los varios viajeros ―entre ellos Steve y Charlie― lograron colarse y adentrase a la Capital. Algunos de los que pudieron entrar fueron arrestados, pero la mayoría escapó y se perdió entre los ríos de personas y carromatos.

―Dejemos los caballos en ese establo, y démonos prisa para llegar al castillo real ―ordenó Steve. Dejar los caballos atrás sería una buena idea, así los guardias de la ciudad les perderían la pista con mayor facilidad.

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