XVII.- Amigos

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Steve andaba a ritmo rápido entre las calles de la ciudad subterránea, chocando hombro cada tanto con alguna persona que se le atravesaba, pero ello no le importaba. Sólo caminaba cabizbajo, dando pisadas firmes y rápidas, indiferente a lo que ocurría a su alrededor. Su caminata no lo llevaría a ningún lado, claro estaba, pero él lo seguía haciendo, como si de alguna manera eso le ayudara a dejar atrás sus pensamientos y emociones que le taladraban su mente con agresividad. Se atormentaba a sí mismo por lo que ocurrió, por el enorme daño que había hecho a incontables inocentes. Se detuvo por un momento y vio que el acceso principal a la ciudad a través de una cueva estaba abierto, y por su cabeza se construyó una realidad en la que él dejaba todo atrás, tomaría un bote de la costa y se iría lo más lejos posible; viviría de la pesca y en la calma que el inmenso océano le ofrecía, y si aun así su tormento no desaparecía, sólo bastaba encallar en alguna costa y esperar a que algún no vivo lo asesinará.

Titubeó un poco, pero finalmente se acercó cohibido hacia el gran portón de metal. A escasos centímetros de que sus dedos tocaran la puerta de hierro, éste se abrió lentamente. Una niña asomó su mirada tímida desde el otro lado de la puerta, y al notar que Steve no parecía hostil, se dejó ver mejor.

― ¿Qué haces aquí, pequeña? Deberías de estar con el resto de los refugiados.

―Estaba aburrida en la playa, y hacía calor. Sudaba mucho y tengo sed ―respondió sin expresar alguna clara emoción―. ¿Usted tiene agua, señor?

―Vamos, te ayudaré a conseguir un poco ―dijo, y se dio media vuelta, sólo para toparse cara a cara con Alex.

Steve y Alex guiaron juntos a la pequeña niña hasta una casa que servía de cocina para todo el personal del lugar. La niña no sólo bebió un cuenco lleno de agua, pues ya bien encarrerada, comenzó a comerse un pastel de calabaza.

― ¿Te encuentras bien? ―preguntó Alex a Steve, mientras la niña comía en una mesa un poco distante.

­―No ―respondió con voz apagada―. ¿Acaso no oíste lo que dije allá arriba?

―Te entiendo, Steve ―le tomó el hombro fraternalmente―. Yo me siento igual, recuerda que también fui miembro de aquella expedición para hallar ese maldito portal.

―Pero al menos yo sabía que graves cosas podían pasar, y aun así preferí seguir hacia adelante, inmiscuirme más y más dentro de toda esta porquería.

―No te culpes, Steve ―dijo, con voz calmada y jovial―. Piensa que, aunque no hubieses participado en esa expedición, otros lo habrían hecho y tarde o temprano el portal habría sido descubierto. Es decir, el resultado habría sido el mismo si hubieses participado o no, es como si el destino ya hubiese estado escrito.

―Te equivocas... fue culpa mía ―hablaba con voz notablemente quebrada―. Fue como aquella vez con Louis, ¿lo recuerdas? Fue por imprudencia mía que él muriera de esa horrible forma. Y otra vez ocurrió...

―No voy a negar que tienes responsabilidad en todo esto, tanto como yo. Sin embargo, te pido que no te dejes derrotar, te necesitamos, Steve. Aún hay muchísimas vidas que podemos salvar, no es tarde aún. Además Krani tiene un plan para poder salvar al mundo, aún hay esperanza para corregir nuestros errores.

Veían cómo la niña devoraba gustosamente el pastel de calabaza, sembrando una reluciente sonrisa con cada mordida que daba.

―Si es que aún hay manera para que ya nadie más muera, la quiero saber. Tenemos que buscar a Krani y...

―Conque aquí estaban ―dijo la voz de Charlie, detrás de ellos―. Los estaba buscando.

Luego de intercambiar un par de palabras sin importancia, Charlie le pidió un momento a solas con Steve. Ella accedió sin ningún problema, y aprovechó para llevarse a la niña del lugar, de vuelta a su familia.

Minecraft. El Origen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora