XXII.- Veneno

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Un enorme dragón apareció en medio de la construcción de una ciudad del End. La bestia escupió un aliento altamente corrosivo que desintegró a un grupo de trabajadores en la parte más alta de la edificación. De inmediato aparecieron soldados surcando el cielo, planeaban a alta velocidad y, con ballestas en mano, dispararon una horda de flechas que derribó al dragón, dejándolo tendido en el suelo. Los solados aterrizaron, y reían entre sí. Miraban con desprecio y burla al cadáver del dragón, y sin titubear, uno de los hombres desvainó su espada e hizo un corte limpio en el cuello de la bestia, sólo para después alzar triunfante su cabeza decapitada. Los obreros aplaudieron la hazaña, y tras un par de comentarios, retomaron sus labores.

Krani observó a lo lejos la escena. Le satisfacía presenciar el gran éxito de su más reciente invento, las alas de Élitros. El paso de las semanas le habían restado penuria, se sentía algo contenta de los grandes avances la nueva civilización. La mayoría de las personas se adaptaron a su nueva vida y asumieron con cierto estoicismo los deberes que debían de realizar, llámese cultivar, minar, construir, cuidar, curar, proteger, explorar. La sinergia era un éxito, y eso le provocaba ilusiones profundas a Krani sobre un nuevo grande y reluciente futuro.

Las elucubraciones de la ministra fueron cesadas al escuchar las voces de Alex y Steve acercándose.

― ¿Quería vernos, ministra Krani? ―preguntó Steve, tomando asiento delante del escritorio de Krani.

―Así es, hay algo muy importante que quiero plantearles ―tomo asiento―. Sé que las cosas están yendo muy bien por aquí, pero me rehúso a aceptar totalmente que el destino de la raza humana está condenado en esta dimensión.

Steve y Alex se miraron, suspicaces, intuyendo hacia dónde iba el asunto.

― ¿Quiere decir que halló una forma de tratar de retomar el Overworld? ―interrogó con cierta desconfianza Alex.

―Creo que es muy atrevido decir que sí, pero tengo una fuerte corazonada ―sacó un papel y un lápiz―. He estado estudiando esta dimensión y su correlación con el resto de la realidad, y he formado una posible teoría que explica cómo sería posible retornar al Overworld. Y claro, una vez ahí, la misión consistiría en volver a atacar a Tenebris y liberarnos de la maldición que nos impuso. Es muy rebuscado, lo sé, pero la posibilidad existe.

― ¿Y cómo regresaríamos al Overworld? Usted misma mencionó que ya no era posible.

―Saltando al vacío, mi estimada Alex ―y sonrió solemnemente.

La conversación se vio interrumpida por un grito desgarrador que provenía de afuera. El trío se asomó desde la ventana y desde allí vieron a un grupo de personas que rodeaba a un sujeto que se rasgaba sus ropas.

―Tranquilo, Lucius, tranquilo ―decía un hombre regordete, acercándose al desquiciado.

― ¡¿Cómo demonios me pides que me tranquilice si tengo esto en mi piel?! ―clamó y rasgó aún más sus ropas, dejando ver manchas negruzcas en su espalda y abdomen― ¡Ve esto! ¡Estoy enfermo y no sé de qué!

―Un médico te revisará, amigo, tranquilo ―decía con nerviosismo el mismo tipo.

El hombre histérico se abalanzó hacia el otro tipo, y de un tirón, le arrancó su camisa, dejando entre ver que él también tenía manchas negras en su abdomen.

― ¡Hagan lo mismo! ¡Revísense! ¡Comprueben si no están enfermos todos!

No tardo mucho para que Krani fuera visitada por una serie de soldados y médicos, informando que toda la población en general está padeciendo de estas extrañas manchas, incluso los médicos.

―Tenemos reportes incluso de personas a quienes las extremidades les están creciendo ―comentó uno de los médicos―. No sabemos exactamente la causa, pero consideramos que la dimensión está envenenando nuestros cuerpos.

―Ya veo ―decía Krani, nerviosa por la situación―. Probablemente sea el caso, pero si no hay ningún efecto adverso, pienso que podríamos ignorarlo y...

Uno de los médicos corrió hacia Krani y le arrancó su camisa. Para sorpresa de algunos, ella no tenía ni una sola mancha negra en su abdomen o espalda.

― ¡Lo ve jefe! ―gritaba el médico que acometió contra la ministra― ¡Le dije que no era la dimensión en sí misma la que está envenenando a las personas, sino el fruto del End! ¡Y como era de esperarse, los malditos políticos y militares no están comiendo de esa asquerosa fruta como sí el resto de la población!

Alex y Steve sintieron un terrible escalofrío. Muy seguramente ello sería cierto, pues ninguno de los dos presentaba los síntomas del envenenamiento. Ellos habían estado comiendo comida del Overworld todo este tiempo, tal vez por eso estarían sanos. Los militares expulsaron a los médicos del lugar luego de que todos comenzaran a insultar a la ministra.

A solas, los tres intercambiaron miradas, como si quisieran expulsar la culpa por los ojos.

― ¿Cree que el fruto del End fue la causa de envenenamiento? ―preguntó Steve, cabizbajo.

―Estoy casi segura de que sí ―respondió, a secas―. Ninguno de los altos mandos me ha informado que presenta algún tipo de cambio raro en su cuerpo. Todos comieron comida del Overworld y...

― ¡¿Qué debemos de hacer?! ¡¿Qué pasará con esta gente?! ―exclamó Alex, consternada.

―No tengo ni la más remota idea... ―se dejó caer en su asiento, y se cubrió su cabeza con las manos, frustrada―. Váyanse, por el momento no podemos hacer algo para ayudar.

Caminando entre las islas, Steve y Alex trataban de pasar desapercibidos, observando cómo las personas se preguntaban sobre los cambios en su cuerpo, entre la simple curiosidad y el terror absoluto. Steve sabía que todo esto estaba puesto sobre la mesa para que estallara, era cuestión de tiempo para algo muy, muy malo ocurriera. 

Minecraft. El Origen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora