XX.- Destierro

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―Por favor calma, en un momento tendremos permiso de desembarco ―decía en voz alta el capitán de un barco atestado de refugiados―. Les pido paciencia, antes de que acabe el día estaremos en un lugar seguro.

Habían transcurrido casi dos semanas desde que Tenebris lanzó su ataque al Overworld, y durante ese tiempo logró destruir a todas las grandes ciudades y pueblos de la humanidad. En cuestión de días gran parte de la raza humana fue borrada del mapa, sólo unos pocos lograron escapar al océano y dirigirse hacia las instalaciones de la Fortaleza del Portal del End No. 2. Otros menos afortunados se refugiaron en las ciudades subterráneas o construyeron sus propios refugios bajo tierra, pero éstos de poco aguantarían con el constante ataque de las hordas de no vivos. La única esperanza de los sobrevivientes era huir hacia el portal del End No 2.

―Mami, ¿qué es eso? ―una pequeña en brazos de su madre observaba con curiosidad el océano, veía cosas opacas que se movían por debajo del agua.

Nadie prestó atención a la niña, todos en la cubierta hablaban sobre cuán emocionados estaban por encallar. Querían bajar cuanto antes del barco, días enteros de poco espacio y suciedad estaban por desquiciarlos. La pequeña niña, por su parte, vio que aquellas cosas opacas se acercaban más y más y ahí se dio cuenta de que esas cosas tenían forma de personas.

―Mami, ¿por qué esas personas están nadando hacia nosotros?

La mujer más tardó en mirar hacia el océano de lo que el capitán fue atravesado por un tridente. El caos estalló, los refugiados comenzaron a lanzarse al agua o tratar de ganarse un lugar en algún bote salvavidas a costa de la violencia. Zombis deformados por el agua salada del mar comenzaron a trepar el barco, hasta llegar con las personas despavoridas. Con tridentes en mano, los zombis comenzaron una masacre en la que no tuvieron piedad con nadie, ni siquiera con aquella niña que le divertía verlos nadar.

Lo mismo ocurrió con el resto de barcos cercanos a la costa, todos comenzaron a ser atacados por zombis ahogados. En tierra la situación no fue diferente, repentinamente presenciaron cómo un enorme ejército de no vivos marchaba sin detenerse.

― ¡Señorita Krani! ¡Nos atacan los no vivos, son docenas y docenas de miles, por todos lados! ―informó un militar, con el corazón a punto de salírsele por la boca.

Krani sintió un profundo terror, no sólo por el gran ataque que vendría, sino porque su artilugio mágico no indicaba un descenso en el poder de la arena de almas a pesar de que ya habían pasado un par de días desde que envió a Charlie. Estaba claro, pero no quería aceptarlo, se rehusaba. Charlie fracasó en su misión.

― ¡Que los gólems y warden defiendan desde la superficie! ¡Envíalos a todos! ―ordenó a ese mismo soldado, quien se retiró en un parpadeo―. ¡Dejen entrar a todos los refugiados al End! ¡Que los soldados se encarguen de salvar a los más posibles!

Miles de almas se aglutinaron en los estrechos túneles, corrían angustiadas por sus vidas hacia el portal que supuestamente los salvaría. En el camino quedaban los viejos, los enfermos y los niños, abandonados a su suerte por su intrínseca lentitud.

Los gólems y los warden luchaban loablemente contra los zombis y esqueletos, de pocos golpes eran capaces de sacar volando a grupos pequeños de enemigos. Pero no podían resistir para siempre, eran superados en número, como si una araña tarántula luchara desde la boca de un hormiguero.

Los soldados también se retiraban, sólo se aseguraron de sellar bien las puertas de acero y a disparar con sus ballestas a los monstruos que habían logrado cruzar la línea defensiva de los gólems y warden.

Steve y Alex también emprendieron la huida. Estaban dentro de una casa en la ciudad subterránea, platicando. No podían hacer otra cosa importante después de todo, sólo ayudar con algunas labores menores. Además Steve continuaba decaído por la partida de Charlie, de quien no llegaba ninguna noticia.

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