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-¿Quieres un poco de algodón de azúcar? –bromeó Emilio, viendo cómo Joaquín se tambaleaba, intentando caminar recto y fallando en el intento. Emilio le ofreció su hombro, y él se apoyó en él con todas sus fuerzas.

Joaquín solía soportar bien el mareo, pero en la última atracción se había pasado un poco. Había montado tres veces seguidas, con el pase de saltar colas que Emilio había comprado para los dos. Emilio si que no podía soportar unas vueltecitas sin marearse. Se sentaron juntos en un banco, esperando que a Joaquín se le pasara el mareo. Emilio acompañó a Joaquín en algunas montañas rusas, cogiéndole de la mano para que no se asustara, a pesar de que Joaquín no tenía vértigo. El algodón de azúcar llegó finalmente, lo comió ávidamente después de una deliciosa comida en un sitio de temática de El Rey León. Caminaban tranquilamente de la mano, esperando llegar a su habitación de hotel.
                
-¿Qué tal el primer día? –Emilio iba bebiendo un granizado arcoiris. A pesar de la temperatura, podía tomar helados en invierno y sopas en verano. Joaquín puso cara de circunstancias, alejando un segundo su algodón tamaño más-grande-que-uno-familiar-pero-no-hay-nombre- para-uno-tan-grande.
                   
-No debí haberme montado en La Borrasca tres veces seguidas. Casi echo hasta la primera papilla. -Emilio sonrió.
                   
-No está mal, ¿verdad? Vamos a probar todas las atracciones. ¿Te apetece darte un bañito al llegar a la suite? –Joaquín le miró de golpe, con los ojos iluminados.
                
-¿Juntos? –Emilio asintió – iSi! –El otro se puso serio de golpe y se llevó una mano a la cabeza.
                 
-Ah... Cerebro congelado –se quejó, cerrando los ojos y doblándose sobre si mismo. Joaquín le pegó una colleja.
                
-Eso te pasa por tomar granizado en invierno.
                
-¿Esperas que me resista a ...? ¡Ah! ¡Mi
cabeza!-



[....]

                                    
El agua estaba caliente, y los chorros del jacuzzi daban justo en los puntos en los que tenían que dar. La piel de Joaquín, ligeramente sonrosada por la caliente agua, estaba siendo acariciada por las arrugadas yemas de los dedos de Emilio. Sus labios estaban en contacto, con sus leguas jugando en el absoluto silencio del baño, solo molestado por el gorgoteo ocasional del agua. Una mano de Emilio palpó el tatuaje de su nalga. Acarició el suave relieve de las letras, repasando con su dedo los trazos. Finalmente, agarró el culo de su novio pegándolo a él. Sus labios se separaron un segundo, mientras ellos recuperaban el aliento. La mente de Emilio llevaba un tiempo intentando encontrar una posición en la que poder hacerle el amor a Joaquín sin ahogarle en el intento. Esa pausa fue perfecta para revaluar sus opciones y ponerle contra la pared de la bañera como medida provisional. Separó sus piernas y las puso sobre sus hombros, mirándole fijamente a los ojos. Joaquín sonrió.
                  
-¿No te habías traído mis juguetes favoritos?
                   
-Ah, que impertinente. ¿Quieres sexo sí o no? –Le penetró lentamente, sabiendo lo mucho que le gustaba eso. Las uñas de Joaquín se clavaron en su espalda, mientras este gemía
–. ¿Es que no te gusto yo? ¿Prefieres los consoladores a mí? Si me dices esas, cosas me pondré muy triste... –Hizo amago de alejarse, pero Joaquín le abrazó, pegándole a él.
                  
-Lo siento, Amo. Me gustas tú mucho más que cualquier juguete. –Emilio sonrió, adaptando un ritmo normal. Joaquín le rodeó la espalda con brazos y piernas, arañándole.



[....]

                                   
-¿Qué quieres cenar? –preguntó Emilio, abotonando su camisa de pijama. Joaquín se asomó por la puerta.
                   
-No sé. Tal vez pato, o cerdo. Lo que tú prefieras. –Emilio tuvo que contener la respiración uns segundos. Joaquín se había adueñado del albornoz del hotel, que le quedaba bastante grande, su pelo seguía húmedo, y lo estaba secando con la toalla que tenía sobre los hombros. Sus pies estaban descalzos, hundiéndose en la moqueta de la habitación. La imagen que Emilio contemplaba era tremendamente erótica a pesar de su comodidad. Joaquín sonrió, viendo como observaba su cuerpo.
                  
-¿Qué pasa?
                   
-Nada. Solo... Wow. Estás... Wow. Solo wow – consiguió balbucear el mayor. Cuando Joaquín estaba más cómodo, haciendo alarde de su mutua intimidad y confianza... Simplemente le parecía excitante –¿ibas a ponerte el pijama? -Joaquín asintió –. ¿Podrías quedarte así, porfa? ¿Solo un ratito? - el menor rió, divertido, y se sentó en el borde de la cama, sobre el regazo su novio. Este le besó suavemente, acariciando su pelo. -¿Quieres echarle un ojo a la carta? –preguntó, tendiéndole la carta del hotel. Joaquín la cogió, y la ojeó rápidamente.
                   
Pidieron la cena por el servicio de habitaciones, y estuvieron fácilmente media hora besándose, fundiéndose en una montaña de mimos, confundiendo su saliva con la del otro... Hasta que el timbre sonó.
                   
-Señores, su cena –dijo una voz en inglés, detrás de la puerta. Emilio dejó a Joaquín reposando en la cama mientras iba a abrir, saliendo de la sala. El menor miró al techo. Sus labios todavía cosquilleaban, reaccionando a los de su Amo. Sabía que una de las maletas de Emilio estaba llena de juguetes. Sabía lo que había traído. Sabía ese juguete en concreto que iban a usar si o si, y sus interiores se empezaban a retorcer solo de pensarlo. Emilio le estaba acariciando. Sus movimientos eran impredecibles, teniendo en cuanta el grado de inmovilidad Joaquín. Sus piernas estaba separadas con una barra separadora, sus muñecas esposadas en su espalda y sus ojos vendados.
                   
-Sé que sabes lo que he traído –. Joaquín oyó el estruendo que hacen dos docenas de juguetes sexuales y dos botes de lubricante al caer al suelo. La voz de Emilio estaba en todos lados, y en ninguno a la vez –. ¿Tienes ganas de usarlo? –Él tragó saliva, sin saber qué contestar. Por un lado le encantaba, por otro lo odiaba. Lo único que hacía era frotarse contra su próstata. Se corría tan rápido que no podía ser sano. Pero, antes de poder decidir qué contestar, los dedos de Seungbae, completamente lubricados, ya estaban dentro de él. Gimió, notando como le toqueteaba, buscando más el lubricarle bien que su placer. -Te digo el planing. –Joaquin pudo sentir como su Amo se ponía sobre él. Peligrosamente cerca de sus labios -. Primero, tus favoritas. Luego, tu dildo favorito. Después, todo esto sin correrte, mamada. Y, por último, podrás correrte mientras te follo una y otra vez, hasta que pierdas el conocimiento. Puedo hacer eso, ¿verdad? –Joaquín asintió. Hacía mucho que no jugaban hasta que se desmayara. Recordaba esos juegos como con cariño pero confusión. Lo único que podía asegurar era que el orgasmo justo antes de perder la consciencia era el paraíso.

 Lo único que podía asegurar era que el orgasmo justo antes de perder la consciencia era el paraíso

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Bri_farfan


Sugar Master || EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora