Joaquin Bondoni no resaltaba mucho. La gente que no era cercana a él solo sabían que era un chico pálido callado, un poco cascarrabias y apenas entraba a los veinticuatro.
Sus amigos sabían que era fanáticos de los gatos, pansexual y que tenía un no...
Una bola, del tamaño aproximado de una pelota de ping-pong, entró dentro del culo del menor. Este gimió y se retorció, dentro de su reducido rango de movimientos teniendo en cuenta su inmovilidad. Emilio suspiró y le acarició el muslo interno, recordándole que una barra le mantenía las piernas separadas
—Venga, Joaco. Solo seis más. Si esto te encanta... – Empujó con sus dedos la siguiente bola, que entró con facilidad. Su tamaño era similar al de la anterior, pero un poco más grande. Esas siete bolas anales, con una separación minúscula entre unas y otras, eran el sueño, o tal vez la pesadilla del menor -. Dos – continuó su Amo. Joaquin estaba intentando contenerse, pero era difícil hacerlo con Emilio introduciendo una a una las bolas mientras le pellizcaba un pezón. El pezón izquierdo de Joaquín estaba recibiendo mucha menos atención que su hermano, pero estaba igual de erecto, esperando su turno para ser toqueteado, tal vez lamido y, con un poco de suerte, mordido. Y, hablando de erecciones, el pene de Joaquín estaba empezando a gotear líquido preseminal. Las bolas, de tamaño creciente hasta la última, que era más o menos como una pelota de tenis pequeña, llevaban rozado su punto G desde que Emilio metió la tercera –. Siete – dijo, finalmente, el mayor –. ¿Qué tal vas? ¿Mh? –preguntó, acariciando su estómago. Joaquín intentó hacer alguna clase de sonido para indicarle que bien, pero el simple hecho de llenar sus pulmones de aire le hacía sentir las bolas presionando dentro de él. Sintió algo húmedo acariciando su pene, desde la base hasta la punta, limpiando el líquido que se derramaba.
Gimió mientras los labios de Emilio depositaban un suave beso sobre el agujero de su uretra. Con cuidado, apenas sin rozar su piel, un anillo se deslizó, bajando por su pene hasta llegar a un punto donde apretaba lo suficiente para impedir el paso del semen pero no como para cortarle la circulación. Y, con el mismo cuidado, una sonda se coló por su uretra, para duplicar la seguridad. -Cariño mio... -Los labios de su novio se juntaron con los suyos, mientras su mano le acariciaba la mejilla. Y entonces, todo el cuerpo de Joaquín empezó a retorcerse. Emilio había activado la vibración de las bolas, que ahora torturaban su pobre próstata. Los labios que hace unos segundos estaban junto a los suyos ahora estaban haciéndose cargo de su antes ignorado pezón. El derecho ahora estaba rojo por los pellizcos, y estaba siendo acariciado sin mucha emoción, mientras que el izquierdo disfrutaba de todo lujo de besos, succiones y mordiscos. Joaquin intentó mantener la compostura, pero las vibraciones en su interior no le permitían pensar en algo que no fuera su amo. Su cuerpo, mente y alma estaban siendo enteramente dedicadas a él. Mientras gemía "Amo" una y otra vez. Un orgasmo en seco le arrasó, dejándole desprotegido y sobre-estimulado unos segundos hasta que Emilio paró esa locura, amagando las bolas. La respiración de Joaquín era agitada, y sus muñecas estaban en carne viva detrás de su espalda. Sus tobillos, que habían luchado (en vano) para poder soltarse de la barra y cubrir su vulnerable agujero, también tenían un lastimoso color rosado. -Oh, pequeño -comentó Emilio, sin ninguna intención exacta, mientras desataba uno de los tobillos de Joaquín de la barra. Besó la rozadura con cuidado –. Ricura, ¿por qué te haces esto a ti mismo? ¿No sabes que solo te vas a hacer más daño? –Fue subiendo a besos por su pierna, hasta llegar a su muslo interno. Lamió levemente su entrada para, finalmente, sacar rápidamente las bolas, tirando de la anilla que sobresalía. Todo el cuerpo de Yoongi se contorsionó durante los breves instantes en los que las bolas salían de él –. ¿Estás bien? Ahora viene una ronda de descanso –, la suave voz de Emilio le acarició los oídos –. Pero lo tendrás que hacer con tu tapón favorito. Sabes cual es, ¿verdad? -Joaquín tragó saliva, esperando. Emilio le separó sus piernas desatadas e introdujo, poco a poco, un tapón anal de unos cinco centímetros de diámetro. Lo que le aterrorizaba a Joaquín no era el tamaño, si no los relieves piramidales y redondeados, que acariciaban sus pared a la mínima que se movía. Entre sufrimientos, o tal vez innombrables placeres, consiguió bajarse de la cama y empezar a mamar a su amo. Sentía como que podía distinguir a su novio de cualquier otra persona, no solo por su sabor o su tamaño, si no también por su manera de reaccionar. Aunque él siempre era muy serio y masculino, mostrándose impasible, su cuerpo no podía mentir. Cada gota de liquido preseminal era solo un indicador del poder de Joaquín. Entre pequeños gemidos y usando su lengua, pero intentando moverse lo menos posible para que el tapón no le torturara, consiguió llevar a Emilio al orgasmo. Su semen le llenó la boca, y él dejó que lo hiciera. Tenía que contentar a Emilio, o si no seguiría usando juguetes toda la noche. Le miró, o al menos miró a donde suponía que estaban sus ojos, y abrió la boca, dejándole ver todo su semen manchando su lengua. Cerró la boca y tragó. Emilio estaría satisfecho con eso. Y lo estuvo. Afortunadamente para él, tuvo casi tres horas de sexo sin descanso hasta que se desmayó, montando la polla de Emilio con sus manos atadas a la espalda.
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