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Nunca tuve una familia así que debí inventar una.

Mara era una pequeña niña que siempre pedía monedas en el semáforo cerca de mi trabajo. Siempre le daba un par de monedas o le compraba un sándwich y un par de golosinas. En el fondo me hacia acordar a mí. Ella era hija de la calle, sin familia y sin hogar. Éramos lo mismo, la diferencia era que yo tenía dinero y ella no.

No sé lo que me impulsó adoptarla. La niña tenía un aura mágica. Era una luz entre tanta oscuridad. Era la fuerza entre tanta tragedia. Se merecía un mundo mejor y nadie era capaz de dárselo. Yo me propuse hacerlo, sabía que ella era la mejor persona que jamás conocería.

Cada vez que el semáforo se ponía en rojo le daba algo y charlamos un poco de todo. Tenía mucha sabiduría con apenas cuatro años. Me contó que eran ella y su mamá hasta que murió de una enfermedad que no sabía cómo se pronuncia. Se quedó sola y la llevaron a un hogar. Se escapó porque la trataban mal y se dedicó a pedir en la calle.

No sentí lastima con su relato. Sentí admiración. Era valiente, nadie que pasó por tanto te lo contaría todo con una sonrisa luminosa y con calma. Entendiendo que son cosas de la vida. Que hoy se sobrevive y quizás mañana se vive.

Un día no estuvo más en el semáforo y me preocupé. Fui a las autoridades para preguntar por ella. Una oficial me dijo que estaba en un hogar. No lo dude, comencé los papeles de adopción. No duró mucho el juicio, el juzgado no se atrevía a tener una columna hablando mal del sistema de adopción Argentino. Después de un año Mara fue oficialmente mi hija.

Me cambió la vida. Ya no estuve solo. Ya no era solo odio y resentimiento. Ella floreció en mi el amor que tenía latente. Me guío hacia la luz.

Ella daba vida a mis mañanas,

Ella le daba sentido a mis días,

Era la razón que tenía para volver a casa,

La razón para esforzarme más,

La razón para sonreír.

Mara era una niña inteligente, bondadosa y carismática. Era arcoíris y ponis salvajes.

Al poco tiempo nos hicimos inseparables. Éramos familia. Ella y yo contra el mundo. Yo dependía de ella y ella dependía de mí.

Sin embargo la ciudad la acosaba. Veía su mirada perdida cuándo recorría las calles, a veces me contaba sus recuerdos, otras solo callaba. La bestia la visitaba cada vez que miraba por la ventana de nuestro departamento.

Tomé una decisión y volví a mi pueblo natal. El hijo pródigo. Yo enfrentaría mis miedos para alejarla a ella de los suyos. Daría mi vida por ella y ella necesitaba salir de su infierno y crecer feliz en el campo.

Compré un chalet en uno de los barrios de mi pueblo. Extrañaría la ciudad pero me acostumbraría a trabajar desde casa. Al diario le pareció fantástica la idea. Solo debía enviar periódicamente mis columnas por mail y listo. Los amé por ser tan comprensivos. Luego me di cuenta que les salía más barato.

Volví a mi viejo pueblo. Estaba como siempre, tomillo y molle. Duraznos en flor y lluvia de olmos por las tardes.

Volví al inicio creyendo que era el final.

Volví a la boca del lobo.

Volví a Santino sin siquiera saberlo.

🌈El Chico De Mis Poemas✨  (COMPLETA) (BL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora