7

783 128 13
                                    

Nos volvimos más cercanos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Nos volvimos más cercanos. Fue como si aquel pequeño incidente, aquella pequeña muestra de amor nos acercara. Nos mostrara que podíamos confiar él uno del otro.

Nació en nosotros una infinidad que no sé explicar. Cuando estaba a su lado, me sentía en casa. Cómo si sus brazos, tan cálidos, se hubieran convertido en mi hogar.

Yo siempre creí que el hogar era una casa. La casa donde vivías con tu familia, dónde vivías tu vida.

Mi hogar siempre había sido el hogar de niños, frío, con el llanto y el silencio siempre acechando. Con Sor Inés y las demás monjas dando todo su amor, siempre tan rectas, tan frías.

Ese creí que era mi hogar, el lugar donde me sentía incómodo y fuera de lugar. Dónde no me sentía merecedor de nada.

Luego vino mi segundo hogar. El que apareció como si fuera un milagro por arte de La Tía. Tan cálido, con olor a moho. Pero familiar y seguro. Un hogar que había caído y se había extinguido con la muerte de aquella santa virgen.

Ahora tenía otro concepto de hogar. El hogar no es un lugar fijo. El hogar era ese rincón, espiritual o físico, dónde se busca el refugio. La fortaleza que nos ampara de la guerra que es la vida.

Santino era mi hogar. Lo sentía así.

Apenas lo conocía pero lo sentía mi hogar. No sé porqué. Quizás porque fue el primer chico que se fijó en mí. Quizás porque era un ángel hecho humano. Mi ángel guardián, que al verme tan estúpido y patético, bajó de la gloria del cielo a ponerme en el camino correcto.

Si usaba este nuevo concepto, mi hogar siempre habían sido mis poemas. Mi cable a tierra, dónde la vida dejaba de ser tan dolorosa y desabrida. Dónde todo tomaba color y giraba a mi lado.

Esos poemas, esos escudos, esas espadas que me habían protegido. Hoy, se colonizan por la simple sonrisa de Santino.

Mis poemas, mi alma, mi hogar. Habían dejado de agregar colores a una vida gris, ahora retrataban colores sobre la tinta gris.

Siempre me considere un chico perdido, un Lost Boy, como la canción de Troye Sivan que tanto me gustaba. Un sin hogar, un huérfano, un mariquita invisible.

La luz había llegado, desde el horizonte, para llenarme de sentimientos que creí ajenos. Para suavizar los baches impresos en mi cuerpo. Para coser las partes que yo mismo me coloqué.

Me construí yo mismo. Era mi propio Frankenstein. El monstruo sin padre. Era la muñeca rota que canta Valeria Lynch. Pegando mis pedazos a medida que crecía por mi mismo.

Siempre me avergonzó ser un Frankenstein sin padre. Hasta que conocí a ese maravilloso chico de sonrisa simple. Me enseñó que yo era como un país. De esos que tanto me gustaba aprender su historia. Que era como la Argentina, hecha por si misma, forjada a examen y error con la espada en la mano.

Lo comprendí. Curiosamente lo comprendí de la forma que jamás creí comprenderla. Un golpe a mi orgullo huérfano.

Una persona, un chico, me hizo ver cosas que mi sabiduría de huérfano jamás me enseñó. A creer en mi mismo.

Esa noche reflexioné sobre el asunto:

El nacimiento de un chico

Levanté
mi corazón
de la alfombra,
mientras
cosía
mi cuerpo
en pequeñas partes.

Susurré
en sus labios,
los poemas tímidos
de los enamorados.

Me cosí toda la tarde,
a compás de sus risas,
al silencio cómplice de sus miradas.

Otra vez entero,
a su lado,
Otra vez nuevo,
a su lado,
Otra vez yo,
con él a mi lado.

Me miró completo,
Contempló mi cuerpo desnudo,
Lleno de cicatrices,
de mapas tristes.

Colocó en mi cabeza,
una corona de olivo,
me rezó cuál santo,
se arrodilló y besó mis pies.

Nació de mi pecho,
la flor que florece en invierno,
la flor rebelde,
la flor eterna.

Mis heridas se cerraron,
desaparecieron por el perfume de esa flor,
regada con sus llantos.

Me dijo que era perfecto,
pues mi piel había dejado de estar muerta,
mis ojos ya no estaban vacíos,
ahora era un muñeco de porcelana.

Me reinó sin reino,
me glorificó sin gloria,
me dió su mano,
me dió su vida.

Sacó de mí
las tormentas,
las hecho con un abrazo.

Hizo nacer de mí,
cómo si fuera un Dios milagroso,
las fuerzas para estar de pie,
el diamante que recubre mi piel.

He nacido,
de mí mismo,
He crecido,
de las manos de aquel chico.

He nacido,
He encontrado el camino,

Ya no soy un chico perdido.

🌈El Chico De Mis Poemas✨  (COMPLETA) (BL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora