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Apareció el otoño,relucientevino a buscarme,aquella tarde hiriente

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Apareció el otoño,
reluciente
vino a buscarme,
aquella tarde hiriente.

Aparecieron sus ojos,
tan finos como el cielo,
cubierto de la sonrisa,
de perlas y terciopelo.

Me enamoré
sin
saberlo.

Caí del otoño
a un cuento.

Me convertí en la miseria,
de esperar una mirada,
una sonrisa,
cualquier gesto,
que me acelerara el corazón completo.

Siempre me habían gustado los chicos, desde antes de Facundo, quizás sin saberlo, o lo sabía pero no me atrevía a sacarlo a la luz. Cuando sos un niño, estas sujeto a las verdades absolutas de los mayores. Nosotros los huérfanos no somos la excepción.

Nos educaron para odiar. Para juzgar al mundo y odiarlo.  Nos dijeron que el odio era amor, que era luz. Toda nuestra educación está basada en el odio y el miedo. Odiar a ladrón por robar, odiar a la prostituta por vender su cuerpo, odiar al infiel, odiar al vecino, odiar al que piensa diferente. Nos dividían en dos bandos, uno toda luz y alegría, el otro todo sufrimiento y oscuridad.

Esa era la educación que reinaba cuando era niño, el lobo disfrazado de cordero. Odiar, a todo aquel que sea diferente. Solo odiar.  Tener que elegir entre dos bandos, el de odiar y el de ser odiado e incomprendido.

Los huérfanos vemos la educación de otra forma. Quizás nuestra condición de desamparados nos hace ver la realidad. Vemos los grises que se ocultan entre tanto blanco y negro. Vemos que todos tenemos dos caras, una que es luz y otra que es oscuridad.  Podemos ver que todo está sujeto a las percepciones de quién esté viendo.

Los niños bien educados, de familias acomodadas y con padres, nunca logran ver el mundo en realidad. Nosotros no la vemos, la vivimos. El sufrimiento de nuestras vidas nos hace ver las causas de la maldad de los otros. Nos hace ver el sistema en el que vivimos.

Cuando era niño odiaba a los gays, a los maricas, a los degenerados, a los enfermos. Los odiaba por odiar, porque no sabía que era amar, porque no los conocía. Se me había impuesto odiarlos. Si Sor Inés los odiaba, yo su fiel esclavo también debía odiarlos.

A veces me pregunto quién fue el que odió primero a los gays. Quien dictaminó que se debía odiarlos. Me gustaría conocerlo, para pegarle un importante trompada.

Aprendí a odiarme antes que quererme, me ví maldito antes de verme sano. Me hice daño yo primero y luego sufrí por el resto.

Cuando dejé de odiarme. Cuándo empecé a quererme un poco más, apareció Facundo y me dejó sin nada.

Otra vez, el pobre Thiago, puto y desarmado.

Cuando ví a Santino, el nombre de aquel chico que comenzó a despertar en mí, las poesías que creía muertas con mi espíritu. Entendí que podía revivir, comencé a ver qué era el amor, me lleve una sorpresa al verlo de una manera diferente a lo que creí que era.

Luego de Facundo, de su humillación. Decidí tomar una actitud cautelosa en el tema chicos. Ya no me creía las frases que algunos me decían. Intentaba ser invisible, que ningún chico lograra verme.

Tomé la actitud del esclavo sumiso, agaché la vista y evité mirar a los ojos a los hombres. Siempre sumiso, silencioso, casi inexistente. No tenía que existir. No podía pasar algo igual a lo que pasó.

Cuando Santino entró aquella tarde al bar, violé mi primera regla, cometí mi primer error: lo miré directamente a los ojos.

Había decidido no amar a ningún otro chico. Al menos hasta sacar de mi pecho y mi sangre, el lánguido amor que sentía por Facundo.

Fue amor, no tenía dudas, ninguno estaba listo para amar.

Decidí hacerme fan de algunos chicos por facebook. Seguir sus pasos por la red, darles siempre like y, por las noches, masturbarme mirando sus rostros, sus torsos desnudos, a través de la pantalla. Lo llamaba "amor de facebook".

La cosa fue creciendo cuando algunos de esos chicos me hablaban, me mandaban sus penes erectos y venudos. Pasé de mirarlos a compartir palabras sucias y nudes.

Me gustaba esa vida, refugiarme detrás de la pantalla y ser quien era en realidad. Ser invisible siendo yo. 

Sin embargo no era vida. La soledad de la casa, la falta de amigos y el odio constante que recibía cuando me enfrentaba al mundo. Me debilitaba, me mataba por dentro. Me sentía podrido, como si fuera una manzana y la soledad un gusano que me comía por dentro.

Me asfixiaba al estar tan solo. Tenía horror de perder mi corazón y volverme de piedra. Ser la maldad con la que tanto me habían educado para no ser.

A partir de esa noche, luego de acabar mi turno, caminé bajo el cielo nublado, escuchando un cantante que había revolucionado mi mundo, Troye Sivan. Su música me hacía flotar esa noche. Me sentía lleno de un extraño gas en mi pecho. Parecía helio, me hacía volar.

Mientras caminaba rumbo a mi casa, pasó él, el chico de los ojos mágicos. En un Fiat, me miró un instante y me saludó.  Me sentí en una de las canciones de Troye. Creo que fue allí donde comencé a sentir la felicidad.

Pasaste en tu Fiat,
con tu mirada perdida,
me dedicaste una sonrisa,
una pequeña alegría.

caí prisionero,
de tus labios sin besarlos,
caí esclavo,
de tus mañanas sin estar en ellas.

Chico Fiat,
de ojos ardiente,
de mirada eterna.

Quisiera pegarme en tu piel

quisiera sacar con mis labios toda tu miel.

🌈El Chico De Mis Poemas✨  (COMPLETA) (BL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora