XXV

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—¿Qué haces aquí?

Zero observó curioso el bulto de cobijas verde olivo acurrucado en el ropero. El bultito tembló y un sentimiento de ternura llenó su pecho.

Cuando apareció en medio de ese largo pasillo no supo que esperar. El lugar era tan majestuoso que parecía irreal. Las paredes blancas tenían intrincados diseños de yeso, al igual que los techos y columnas; los ventanales eran cubiertos por pesadas cortinas verde oliva y los pisos de mármol brillaban a la luz de las antorchas. Todo en ese lugar indicaba opulencia. 

El verdadero dueño de ese cuerpo avanzó con la confianza de quien conoce el lugar como la palma de su mano, hacia esa habitación. Fue directo al ropero y contuvo una sonrisa al ver la oruga de mantas.

 —¡No quiero ir! ¡Odio las fiestas!—una enojada voz infantil salió del bulto. A Zero le pareció conocida.

Su cuerpo se acomodó al lado, empujando un poco la bolita de mantas que gruñó por la intrusión a su espacio seguro.

—¿Qué haces?—una carita llorosa se asomó entre las cobijas. Zero reconoció esos ojitos azules y el cabello castaño ondulado; era la misma niña que vio en otro de esos sueños, quien llamó a Kaname "papá". Esta vez pudo apreciar los rasgos en el rostro infantil que compartía con Kaname, como la forma de sus ojos y nariz, o el color de su cabello. No había dudas de que eran padre e hija.

—También odio las fiestas.—suspiró abatido Kaname.

Si esas fiestas eran igual a las que él asistió, Zero también podía decir que las odiaba.

—Pero siempre estás sonriendo y hablando con todo el mundo.—ella reclamó con un adorable puchero en sus labios—Te vez muy cómodo entre ellos.

Kaname sonrió.

—¿Qué crees que diría tu madre si ignoro a todos y me siento en el trono con ésta cara? —se señaló a sí mismo haciendo una cara seria, sacando una risa de la niña.

—Se volvería loca.—afirmó ella con seguridad.

—¿Ves?

—Pero eres el Rey, ¿a quién le importa si vas a fiestas o no? Ese no es tu trabajo. —Kaname dio dos caricias al seño fruncido de su hija. A Zero le enterneció el gesto.

—En realidad, sí es parte de mi trabajo...¿Seguirías las órdenes de alguien que jamás has visto? —ella negó con la cabeza.—Las fiestas son la oportunidad de ser más cercano a los súbditos. A ellas no sólo asisten los representantes de los clanes nobles, sino que cualquier vampiro es bienvenido. Para una sociedad que recién está saliendo de una guerra, la convivencia es muy importante.

Pero debe ser muy agotador para ti, pensó Zero.

—¿También tendré que hacer eso cuando sea reina?

—Solo si quieres. Eylean, puedes vivir tu vida como quieras. Si quieres irte y viajar por el mundo, está bien. O, si prefieres dedicarte a la investigación, o, si quieres vivir cómodamente. Lo que sea que quieras, puedes hacerlo. Siempre tendrás nuestro apoyo.

—Pero mamá dice soy la heredera Kuran y que es mi deber tomar el trono.

—No hay ninguna regla que dice que tu debas ser reina. Y si existiera alguna, las reglas siempre pueden romperse.—acarició el cabello castaño con cariño.— Tu madre creció en una familia de nobles, para ella esas cosas son importantes. Pero siempre tienes que recordar que tu vida no le pertenece a tu madre, ni a mi, es solamente tuya. Nadie puede elegir por ti.

CrisantemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora