Como cada tarde, gritos ensordecedores los esperaban tras las robustas puertas del dormitorio. Y, como cada tarde, Kaname exhaló lentamente buscando cada ápice de autocontrol dentro de su ser.
Lo necesitaría.
Las puertas se abrieron, mostrando la avalancha de adolescentes agitadas aplastando a su pobre hermana. Yuuki apenas podía contener ese mar de hormonas; era un conejito contra una jauría de poodles. A pesar de ver la misma escena todos los días, le seguía pareciendo divertido.
No pudo evitar el impulso de acercarse y saludarla. Sabía que lo mejor era guardar distancia, alejarse lo máximo de ella, pero se le hacía imposible.
Aunque odiaba admitirlo, Kaname ya no soportaba estar solo.
Ella le sonrió como siempre, tan inocente y tierna, y él acarició su cabello, aun sabiendo quien se acercaba claramente molesto por su arrebato.
No se sorprendió al sentir la calidez subiendo por su brazo cuando su mano fue bruscamente retirada de la cabellera de Yuuki. Cada vez que se tocaban sucedía lo mismo. Kaname se preguntaba qué sentiría Zero, ¿Calor? ¿Una corriente eléctrica? ¿Repulsión? ¿O, tal vez, la paz que él sentía?
La mano ajena reforzó su agarre, provocándole un ligero escalofrío, y tuvo que contener la respiración cuando escuchó su voz.
-Las clases están por comenzar, Kuran-senpai.
Su tono estaba cargado de indiferencia y un poquito de odio -porque si bien Zero le odiaba, tenía que guardar las apariencias en ese teatro que Cross montó para ellos-. Kaname ya estaba acostumbrado a la actitud osca del cazador; incluso le gustaba. Era parte de su encanto.
-Que miedo, señor prefecto-Kaname respondió con un deje de burla. Era su lado infantil, ese que seguido le avergonzaba, buscando la atención de su alma gemela a toda costa.
Antes de decir alguna tontería, retomó su camino junto a los demás nobles. Le bastaba esa pequeña interacción para continuar su aburrida rutina. No podía pedir mucho más aunque quisiera. Por eso, cuando una chica de la clase diurna se acercó para darle una rosa, él aprovechó para ver como un malhumorado Zero lidiaba con las alborotadas adolescentes y su apenada hermana.
Apenas contuvo la sonrisa ante la escena.
Mientras caminaba, sintió la mirada de su destinado en su espalda. Era una sensación tan extraña; le ponía nervioso, feliz y triste a la vez.
Todo lo relacionado a Zero oscilaba entre la felicidad y el dolor.
Le gustaba mirarlo, observarlo desde las sombras-un vergonzoso hábito que desarrolló durante esos cuatro años a su lado-, tener esas pequeñas interacciones durante los cambios de turno o su atención momentánea. Una dulce calidez se apoderaba de su cuerpo, para después ser invadido por el dolor de saber que jamás podría tener más que eso.
Porque Kaname era el ser que su destinado más odiaba, un vampiro sangre pura.
Kaname siempre detestó su especie, pero aprendió a vivir con eso. Como con muchas otras cosas, se resignó a que esa era su realidad y no podía cambiarla; pero, cuando su destinado resultó ser un niño que aborrecía a los vampiros, todo el odio que guardaba hacia sí mismo resurgió con renovado vigor.
Ahora no sólo se odiaba por ser un vampiro, se odiaba por ser cobarde. Desde el principio, no tuvo el valor para presentarse ante Zero como su destinado; se deshizo en excusas para no afrontar un posible rechazo. Ni siquiera se sentía merecedor del afecto que le profesaba Yuuki. Pero tampoco podía alejarse.

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Crisantemo
أدب الهواةKuran Kaname se resignó a ser uno de los muchos "sin vínculo", personas destinadas a la soledad. Él jamás pensó que, tras miles años de existencia, conocería a su destinado, y mucho menos que ese destinado estuviera convirtiéndose en un nivel E. *...