Capítulo 17

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Han pasado tres días desde la última vez que vi a Leiv. Le he llamado varias veces, pero nunca logro que conteste al teléfono. La idea de presentarme en su casa la he descartado por completo; su padre ya me dejó claro que no soy bien recibida allí.

Se me vienen a la mente las palabras que le dijo aquel vampiro a Leyre: "Ya no recuerdo cómo me comportaba antes de conocerte". Y eso es lo que me está pasado a mí ahora mismo. Sé que no es sano depender de una persona, sea quien sea, pero siento que está distancia con Leiv, distancia más psicológica que física, me está anulando por completo. No quiero quedar ni con Leyre, ni con el resto de mis amigos. No tengo ganas de jugar con Anna, ni de dar explicaciones a mi madre sobre lo que me ocurre; tampoco lo entendería. Me limito a estudiar, a ir a trabajar y a no despegar mi mirada del teléfono por si Leiv se digna a llamarme. En estos momentos me encantaría poder meterme en su cabeza como hace él conmigo para saber qué está haciendo y saber si está bien o no.

Llego quince minutos antes al trabajo. Total, no tengo nada mejor que hacer en mi casa. Atiendo a varias clientas de forma monótona. No podría describir a la cara de ninguna ni aunque quisiese porque no las recuerdo cinco segundos después de que abandonen el local. A mi jefa le ha llamado el entrenador de hockey de su hijo diciéndole que ha tenido un accidente leve en una caída y que están dándole un par de puntos en el hospital, así que me pide el favor de cerrar yo la tienda. En otra ocasión me hubiera dado rabia quedarme hasta tan tarde porque hoy es día de inventario y me tocará quedarme a mi sola haciéndolo hasta tarde, pero como dije antes, no tengo nada mejor que hacer. Además, puede que esto me distraiga de pensar un rato en Leiv.

Son las diez de la noche y aún no he acabado. Estoy entretenida, pero me ha entrado hambre. Estoy sola en la tienda, pero la verja está cerrada, así que decido encargar algo en un restaurante chino que hay en estos mismos grandes almacenes. El zarandeo brusco de la verja me pone en alerta. ¿Alguien intentar entrar para robar? Me asomo con miedo por la puerta de la oficina de mi jefa y respiro aliviada al ver al hermano de Leiv, Tor, intentado llamar mi atención como un neandertal.

— ¡Hey, preciosa!— grita con la seguridad que le caracteriza.— ¿Es que no me vas a dejar pasar?

Me resulta extraño ver a Tor comportándose como el chico que era cuando le conocí: despreocupado, bromista y sonriente. Después del día de la fiesta de compromisos de Paul, el mayor de los hermanos Lundvic, no había vuelto a verle tan tranquilo. Recuerdo aquella vez cuando me llevó hasta aquella cueva en donde retenían a Leiv que deseaba que su actitud desenfadada de guaperas volviese. Cuando Tor está serio... Mal asunto.

Me acerco a la entrada en donde se encuentra y sin abrir me cruzo de brazos mirándole.

— ¿Qué quieres, pesado?— le pregunto sin estar de humor para sus tonterías.

— Pasaba por aquí y me preguntaba si Miss Simpatía querría venir a cenar conmigo, — ruedo mis ojos por su sarcasmo.

Le mandaría a paseo si no fuera porque quiero saber cómo está Leiv y él es el único a quien puedo sacarle información.

Me doy media vuelta y Tor me empieza a llamar a gritos, los cuales ignoro. Salgo por otra puerta cuando él ya estaba caminando para marcharse y alzo la voz, haciendo que se gire para mirarme.

— ¿No querías cenar? ¡Pues vamos!— Tor sonríe y me sigue.

— ¿Te gusta la comida china?— le pregunto por sacar un tema de conversación.

— ¿Bromeas?— finge indignación y me hace reír.— ¡La duda ofende!

Amo al Tor divertido. El chico normal que parece no tener ni una sola preocupación.

MI MATE ME MATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora