Capítulo 13

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La vibración del suelo al aproximarse la bestia es lo más cerca que estaré en mi vida de un terremoto. Desde que conocí a Leiv, me he dado cuenta de que soy más miedosa de lo que creía. Aunque pensándolo bien, ¿quién no tendría aunque sea un poco de miedo al darse cuenta de que todo lo que conocía antes era una mentira? En mi mundo sólo existían lobos y humanos. Todos sabemos de la existencia de otras razas como vampiros o brujos, pero nunca hemos visto a ninguno. Hasta ahora. Pero cuando vi la otra cara de Leiv... No sabría explicarlo. Ahora entiendo cómo se debe sentir un humano al ver por primera vez a alguien de mi raza.

Gritos guturales suenan cada vez con más intensidad.

Está aquí.

Ha disminuido su paso. Sé que siente mi presencia, aunque casi ni respiro. Ahora camina lento, como el cazador que acecha a su presa. Al fin estamos cara a cara. Su respiración es profunda. Ninguno de los dos habla.

Hela, por favor, vete. Yo le detendré. Es tu última oportunidad.

No...— quiero pensar, pero lo digo en voz alta.— No me voy a mover de aquí,— digo ahora más firme.

Doy decidida un paso hacia él.

Leiv,— al decir su nombre suelta un rugido.

— No volverás a marcharte de mi lado. No lo permitiré,— su voz de ultratumba sigue intimidándome como la primera vez que la escuché, pero esta vez no me achantaré.

Me duele el cuello de mirar para arriba, pero si no lo hago, me es imposible ver su expresión. Sus ojos son totalmente negros; ni rastro de su esclerótica, algo que le da un aspecto aún más aterrador.

— Leiv, escúchame,— intento que el tono de mi voz sea lo más neutral posible, pero no sirve de nada.

Ese ser, el cual me mira con odio y desprecio, me agarra del cuello con brusquedad y me alza unos centímetros. Yo intento zafarme de él desesperada. Me está cortando la respiración.

— No dejaré que te marches,— repite acercando su cara a la mía.

Araño sus manos mientras pateo su estómago en un intento desesperado que me suelte, pero es inútil.

— Leiv... por favor...— no tengo aire ni para poder pronunciar unas palabras.

Noto que un par de lágrimas se me escapan. Me revuelvo como un renacuajo en la red de un niño que ha ido con su padre al río a cazar ranas. Me empieza a costar el enfocar mi vista. Debí haber hecho caso a Leiv y haber huido.

— ¡Leiv!— Tor aparece en escena gritando como un loco.

El nombrado gira su cabeza hacia él. Tor está fatal. Cojea, tiene su ropa destrozada y golpes por toda su cara.

— No me la quitarás. No lo permitiré,— murmura.

— ¡Mírala!— le grita Tor con rabia, con dificultad para respirar debido a la paliza que le ha debido de dar.— ¡Suéltala! ¡La estás matando!

Al principio pensaba que no estaba escuchando a su hermano, pero por un momento sus ojos vuelven a su estado normal y su expresión se torna a una de tristeza.

— ¿Hela?— su agarre se afloja y me deja con cuidado en el suelo. Yo caigo rendida mientras toso, sin poder pensar en nada más que en la búsqueda de aire.

MI MATE ME MATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora