Capítulo 20

101 12 3
                                    

Despierto en la habitación de Leiv. Anoche apagué mi teléfono por si mis padres me llamaban; no tengo ganas de una nueva pelea. Miro la hora en el teléfono de Leiv, el cual está sobre la mesilla de noche, y veo que son las doce del mediodía. Tras pasar por el baño para lavarme la cara y sentir pena de mí misma por el estado de mis ojos después de haberme pasado media noche llorando, bajo para encontrarme con la familia de Leiv, un poco avergonzada por las horas que son.

— ¡Pero qué ven mis ojos!— exclama Tor llamando la atención de todos y avergonzándome un poco más aún si cabe.— ¿Hemos despertado a la Bella durmiente? Somos unos desconsiderados por hacer tanto ruido.

— Ya vale, Tor,— le digo mientras me siento al lado de Leiv.

— Parece que alguien se ha levantado de mal humor hoy— dice con sorna y yo le lanzo una mirada heladora.

— ¿Te encuentras bien?— me susurra Leiv acercándose a mí, mientras deja su mano en mi espalda.

— Perfectamente,— le digo dedicándole una sonrisa.

— Moriré de diabetes...— murmura Tor y a la mirada heladora que le vuelvo a lanzar también se le suma la de Leiv.

— Para ya, Tor,— dice Anne mientras deja una taza con leche frente a mí y yo se lo agradezco.

— No me parece mal que tengas un favorito, pero disimula un poco, mujer,— le dice Tor a su madre.

— Me agotas, cariño,— le responde su madre apretando sus mofletes mientras Tor se queja.

El padre de Leiv y su hermano Paul entran en la cocina cargados de bolsas de la compra. Todos empiezan a guardar las cosas y yo me uno a ellos cuando termino de beberme mi taza.

— ¿Te quedas a comer, Hela?— me pregunta el padre de Leiv.

Tras la conversación que tuvimos a noche, su trato hacía mí ha cambiado. Ahora me trata como al resto y yo se lo agradezco.

En cuanto a lo de quedarme con ellos... Yo no puedo volver a mí casa, ni tampoco quiero. Pero lo que tampoco quiero es quedarme aquí como un parásito. No tengo tanta confianza, a pesar de haber vivido tantas cosas extrañas junto a ellos. Creo que es porque yo no soy tan sociable como otras personas. No es que sea tímida, introvertida o solitaria, es solamente que me cuesta lograr sentirme a gusto con la gente o tomarme muchas confianzas a la primera de cambio.

— No, pero gracias por la invitación,— le agradezco.

— Quédate,— me suplica Leiv, más que ordenarme.

— No puedo, Leiv. Tengo que ir a trabajar ahora, — le explico.— Quizás otro día.

En verdad hoy no tengo que trabajar, pero me da vergüenza que la familia de Leiv me pueda llegar a ver como a su buena acción navideña y darme de comer un plato caliente de sopa como si fueran de la beneficencia.

Leiv me mira enfadado, como si le hubiera dicho lo peor del mundo.

— ¿Sientes que mi familia y yo te tratamos como una vagabunda o algo por el estilo?

— ¡LEIV!— le grito furiosa por meterse en mis pensamientos una vez más, lo cual hace que todos se sobresalten.

Ambos nos miramos retándonos: él sabe que odio que se meta en mi cabeza y a él le molestan mis pensamientos.

MI MATE ME MATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora