Capítulo 40. "No es el infierno...

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Hawks

Sentía que me estaba devorando vivo, dejándome sin aire cada vez que mordía mi labio inferior, quedando a su entera disposición. Sin embargo, más que sentirme sofocado por sus salvajes arrebatos, estaba extasiado al punto en que, anhelaba que no se detuviera.

Y lo que comenzó como una simple llovizna, pronto se convirtió en una batalla campal en la que los truenos competían con las ventiscas de agua por preponderancia, reacios a ceder.

Pero, menos podría importarme pues, en el apogeo de nuestros movimientos, ni siquiera me percaté de que escasa, o ya ninguna tela, nos cubría, mucho menos si nuestros gemidos opacaban cualquier otro sonido dentro de mi habitación.

Llevó mis manos por encima de mi cabeza, separando sus labios de los míos solo para que su lengua hurgara en cada uno de los espacios de mi cuello, sintiendo mordiscos que cumplían muy bien su cometido de no darme descanso ni lucidez.

No tenía ni el más mínimo reparo en demostrarme que no tendría clemencia y, como a una de sus víctimas, cualquier intento de resistencia era saboteado una y otra vez por sus manos en perfecta sincronía con su boca, que en nada más me dejaba pensar y, la verdad es que, no quería que fuera de otra manera.

Sucumbido totalmente en el arrebato de su contante estimulación, no tuve restricciones para dejarme llevar.

Cuando sus manos decidieron profanar alguna otra parte de mi cuerpo, haciéndome estremecer con cada cambio esporádico de su temperatura, las mías no tuvieron inconveniente en atraerlo nuevamente a mis labios. Sentía unas irreprimibles ansias de engullirlo y sucumbir por el sabor metálico de su boca, de la que ahora era un irreversible adicto.

Sumergí mis manos en su cabello, embriagándome en cada oscilación en la que su boca me desprendía de cualquier gramo de voluntad de la que alguna vez dispuse, y que, en cada arrebato, destilaba una lujuria tosca y feroz en perfecta simultaneidad con nuestros gemidos.

La respiración jadeante con la que lidiábamos para mantenernos conscientes, chocaba desesperadamente contra nuestras mejillas, mientras yo juraba que en cualquier momento me desvanecería por el constante roce del piercing de su lengua sobre la mía.

Cuando al fin se compadeció de mi famélico estado, sus fauces se enterraron nuevamente en la piel de mi cuello, dispuesto a su merced.

Estaba aturdido a más no poder, al punto en que daba por hecho que en cualquier momento iba a desmayarme, hasta que sentí sus labios enfrascarse en mi nuez de Adán y, si tenía la mínima intención de ceder, la esfumó en cuestión de segundos.

Estaba desesperado, ansioso, frenético.

Lo deseaba como nunca había deseado algo, o a alguien, y eso era cuestionable por muchas razones.

Quería que se apoderara de mí con tanta necesidad que, por lo extático que me sentía, juraría no estar con un ser de este planeta, pues no concebía que sentir este nivel de placer, fuera algo mundano.

Lo ansiaba con una ansía ingente.

Me abandoné a cualquier voluntad.

¿Cómo había cedido a él sin más?...

No, había pasado mucho tiempo atrás.

Quizás fue cuando me sometió contra la pared de ladrillos de esa abadía cerca del río, o quizás cuando me encapsuló contra él sobre su cama... De lo que sí estaba seguro era de que, todo este furor que estaba experimentando, no quería que terminara.

Sus labios húmedos, siguieron su recorrido por mi torso, mientras colocaba mis piernas a sus costados para después lamer con delirante maestría la piel de mi abdomen y, si alguna vez conocí el significado de decoro o pudor, los olvidé en cuanto un impudoroso gemido me impidió reprimir la destreza con la que sus labios evidenciaron su satisfacción y deleite tras escucharme. El muy infeliz sabía perfectamente lo que hacía y le había dado la confirmación irrefutable de que estaba en lo cierto.

Solo Si Es Contigo (2da parte) BakTd/TdBkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora