19 La cámara y las nuevas reglas

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Tom salía de aquel pasillo por donde había entrado, regresando al patio donde Mary seguía sentada viéndolo correr hasta el otro extremo para seguir el camino hacia la entrada de ellos en la Cámara. El joven iba a gran velocidad a tal grado de empujar a cualquiera que se le atravesara en su camino.

Tom estaba llegando a unas de las puertas donde se podía ingresar a la Cámara. La puerta era diferente a las demás, grande, vieja, con detalles en oro y con una leyenda en el marco superior. Tom al entrar se encontró con dos vigilantes, armados y serios. Ambos sujetos le prohibieron la entrada, cosa que a Tom no le gustó ni un poco, ya que él es miembro de la Cámara.

Los guardias le explicaban la razón por la cual el joven no podía entrar, pero éste no la podía creer y ordenaba que le dejaran el camino libre. Hasta que, de un momento a otro, después de aclaraciones, ordenes que los soldados no obedecían, Tom sacó su arma eh hizo que salieran aros de agua que golpeaban a los guardias mandándolos al suelo todo mojados y adoloridos. Tom comenzó avanzar hacia unos escolanes que eran parte de otro pasillo que también lo llevaba a la Cámara, pero la ventaja era que este pasillo pasaba por detrás de la última fila que estaba hasta arriba. Tom sabía que se acercaba a la gran sala, cuando comenzaba a escuchar la voz de un señor que solía no conversar ahí en el Senado.

Tom abrió la puerta sin problemas y pudo ver como aquel pasillo cambiaba de pared del lado derecho, ahora no era de piedra, sino que era de los respaldos de las grandes sillas de color oro de la última fila. Tom tranquilizaba su paso y comenzaba a caminar mientras iba escuchando a un hombre y viendo a los demás por los espacios que había entre silla y silla.

—Una vez dicho las aclaraciones sobre el propósito de esta reunión y quitarle la preocupación a la jovencita, podemos proceder con esta junta que la cual le dará alojamiento y seguridad a la señorita...

El hombre guardó silencio mientras apuntaba con toda su mano a la joven que estaba en medio de ese gran salón, rodeada de sillas en oro menos en la parte de sus espaldas, que era la entrada para las víctimas y para los integrantes de la Cámara.

La mujer estuvo a punto de contestar cuando de repente una voz se escuchó por toda la cámara.

—Su nombre es Rebeca, su nombre es Rebeca—Tom había salido de aquella parte del pasillo al lugar donde estaba el juez y otros agentes del Senado.

Tom seguía parado en la parte donde el pasillo dejaba de tener la pared de respaldos, donde tenía una gran vista donde podía ver a la hermosa mujer que no le quitaba la mirada encima.

—¿Disculpe? —el juez tenía la mirada en Tom.

—Ella es Rebeca y ordeno que esta junta se levante y no se vuelva a tomar.

—Lo siento, pero...

—¡Como te atreves! —intervino Isabela alzando la voz mientras se ponía de pie.

—¡Quiero esta junta terminada!

—Disculpe joven, pero no podemos hacer eso ya que hay un documento que indica que la junta se va hacer y más de la mitad firmaron.

—Juez, yo sé cómo es el procedimiento, pero déjeme decirle que dicho documento no me llegó...

—Tom, todos los presentes firmaron esta carta...

—Querida, si más no recuerdo, todos pueden firmar eso, pero las firmas más importantes son de los superiores, y si una firma no está ahí, ese supervisor puede exigir una pausa para que le pongan al corriente sobre lo que se va hablar.

OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora