26 ── P.M

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[Aquí iba a ir otro gif, pero desde que alguien comentó que mis viejitas le recordaban a las amigas de Magnolias de Acero me enamoré de la idea

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[Aquí iba a ir otro gif, pero desde que alguien comentó que mis viejitas le recordaban a las amigas de Magnolias de Acero me enamoré de la idea. Si no han visto esa película, véanla. ]

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Después de la llamada con Holly, no puedo volver a dormir. Pongo todo mi esmero en limpiar hasta el último rincón del departamento como última opción para mantener mi cabeza ocupada, ni siquiera tengo harina para refugiarme en cocinar como tanto disfruto.

Por una vez que estoy deseando llegar a la cafetería, mi jefa me llama para informarme que no abrirán en toda la semana.

Las llamadas de Alicia comienzan al medio día y siguen una tras otra, ignoro cada una con más remordimiento del que me gustaría admitir. Han sido años de amistad, no es fácil sacar de tu vida a alguien con quien has experimentado tanto.

Podría hablar con ella, intentar arreglar las cosas y discutir como dos adultas, pero cada vez que recuerdo sus palabras malintencionadas me lleno de rabia.

Sin mover un músculo del sofá, lucho por recordar en qué caja están mis mancuernas, no he hecho ejercicio ni una vez desde que llegué a Brooklyn, quizás quemar energía me ayude.

—¡Dannika! ¿Estás ahí?

¡Mercedes!

Mi adorable vecina remata dando de golpes a la puerta como un cobrador sin paciencia.

Oh, no, no, no. Tal vez si apago las luces y me quedo en silencio...

—¡Sé que estás allí! ¡Nadie te ha visto salir! ¿No te han dicho que es de mala educación no recibir a tus visitas?

—¿Y a ti no te han enseñado a tocar como una persona decente? —Escucho la voz de mi salvadora, Marianne.

Con mis dedos empujo hacia atrás mis cabellos que van estilizados a la manera en que me desperté. Tal vez si me ven en pijama se compadecen de mí y me dejan descansar.

—Creo que no está allí —dice airosa una tercera voz, Louisa.

—¡Claro que sí! El chismoso de tu esposo dice que no la ha visto bajar.

Con un suspiro de resignación, abro la puerta, Marianne me sonríe como si detrás de ella no estuviera Louisa amenazando a Mercedes con su bolso.

—No las escuché, estaba limpiando —miento haciéndome a un lado—. ¿Cómo están todas?

—Hola, querida, ¿ya has almorzado?

No me da lugar a responderle a Marianne porque Mercedes entra como un huracán con Louisa pisándole los talones.

—¡Nos han mentido todo el tiempo!

—¿De qué estás hablando, Mercedes?

Es muy temprano para esto y Mercedes es demasiado ruidosa. Me duele la cabeza y, tal como ha preguntado mi vecina, no he almorzado ni desayunado más que un yogur; muy tarde me di cuenta de que ya estaba vencido. Necesito algo en el estómago para lidiar con ellas, por mucho que las aprecie.

A.M. ✦ Bucky BarnesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora