CAPÍTULO VEINTISEIS

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La semana pasa rápido, he vuelto al instituto, la verdad es que pensaba que iba a llevarlo peor, pero poco a poco lo saco todo adelante, estas semanas voy a estar cargado de trabajos para recuperar notas y exámenes, el trabajo me va bien, aunque me quita un poco de vida social, he hablado con Laura y hemos decidido dejar temas amorosos que afecten a nuestra relación de lado, al fin y al cabo es mi mejor amiga.

Hoy, domingo, mi hermano y yo estamos de camino a la cárcel para visitar a nuestros padres.

El centro penitenciario impresiona bastante por fuera, le lanzo una mirada tranquilizadora a mi hermano, pasamos por varias puertas, que cierran con llave detrás nuestra, seremos más o menos quince personas, nos cachean y nos invitan a sentarnos en unas sillas, estamos frente a un cristal. Aparecen mis padres al otro lado del cristal y por un momento me siento en casa, en mi hogar, pero esa sensación se desvanece cuando veo sus caras agotadas y sus miradas apagadas. Ponen la mano sobre el cristal, Lucían y yo les imitamos, a los cuatro se nos escapa alguna que otra lágrima, estamos un rato hablando con ellos, pero no puedo parar de pensar en lo mucho que me duele ver a mi familia rota, ocurrió todo tan rápido, un día estábamos los cuatro en una buena casa con una buena vida y ahora ... simplemente hay que mirarnos aquí a mi hermano y a mí hablando con nuestros padres a través de un cristal.

- ¿Sigues con el chico ese? - pregunta mi madre

- Sii, estoy en su casa – respondo, les cambia un poco la cara pero no dicen nada.

La despedida es dura pero no lloramos, esta media hora nos hacía falta como familia. La vuelta en el bus es silenciosa, muy silenciosa, ninguno de los dos habla. Al llegar a la parada, Laura y Mauro nos esperan, Lucían pasa de largo y se va a la parada de metro para ir a casa de su amigo Lucas, donde se quedará hasta que podamos conseguir un apartamento, no creo que tardemos mucho tiempo, entre el dinero que nos dejaron mis padres guardado y el que voy ahorrando de la cafetería vamos bien, le pagaré algo a la madre de Mauro por toda su ayuda.

Laura y Mauro se acercan a abrazarme.

- ¿Como ha ido? - pregunta Laura curiosa, Mauro me mira esperando respuesta.

- Ha ido – digo sin levantar la mirada del suelo.

- Vamos a tomar algo

- sí, vamos – le sigue Laura, asiento con una sonrisa.

Nos acercamos a la plaza del Sol y de ahí buscamos algún bar, encontramos uno pequeño que hace esquina y nos sentamos en una mesa. Laura y yo nos pedimos unas claras y Mauro una cerveza. Los observo silenciosamente y sonrío hacia mis adentros, me siento tan agradecido de tenerlos, aunque tengan sus cosas malas, como que al principio le diese vergüenza a uno y que la otra le haga daño a mi hermano, los amo.

Nos reímos como hacía tiempo que no nos reíamos, es todo tan triste por un lado pero tan bonito por otro. Al final, una vez que tocas fondo, solo puedes subir hacía arriba, ya no te puedes hundir más ¿no?

Mauro nos enseña feliz la moto que se va a comprar mañana, Laura sonríe y levanta la mano, pero Mauro y yo que la tenemos en frente no comprendemos nada, hasta que nos giramos y vemos a Alberto. Él y mauro chocan las manos como saludo, cuando pasa por detrás mía me pone la mano en el hombro.

- ¿Que tal la visita?

- bien – respondo, me regala una sonrisa.

Ahora nos encontramos los cuatro en un bar que hace esquina, en el centro de Madrid, con un par de cervezas y pasando un rato de puta madre, pero hay algo en mí que no está bien, no me siento completo, tengo un vacío dentro, creo que aún no he sacado a relucir todos mis sentimientos, por culpa de mis pensamientos me pongo a llorar. Los tres me miran confusos y se acercan a abrazarme.

- Lo sie... - intento decir, pero me interrumpe Mauro

- No pidas perdón por nada Cándi

- Ya lo sé, pero es que estábamos riéndonos – digo, pero no me responden, simplemente me abrazan. Laura me limpia las lágrimas y Mauro me mira con pena, no quiero que me mire así, no quiero que cuando me mire sienta pena y me vea débil, quiero que me mire y vea a un luchador, a un chico fuerte. Pero es que ahora no puedo ser ese chico fuerte, me tengo que desahogar.

- Creo que es hora de que nos vayamos a mi casa – recalca Mauro.

Agarro mis piernas, y mojo la almohada, que todas las noches me presta Mauro, con mis lágrimas, me siento tan roto, pero a la vez tan seguro al tener a Mauro agarrándome de la mano, le doy la espalda pero agradezco sentir su respiración leve sobre mi nuca, intento pensar en otra cosa pero mi mente no me lo permite. Entonces noto una lágrima, que no me pertenece, caer en mi nuca, mi corazón se rompe un poco más, me giro para mirarlo a los ojos, y ahí lo veo, con sus ojos azules húmedos por numerosas lágrimas saliendo de sí, está llorando conmigo, me agarra la cara con sus manos y posa sus labios en mi frente, dejando un sabroso beso, abro los ojos y lo miro, noto como mis ojos brillan y entonces es cuando siento que este es el chico que quiero para mí, para toda la vida, el hecho de estar llorando juntos nos une más. No puedo dejar de mirarle a los ojos.

- Te quiero – me sale decir sin dejar ni un segundo de sollozar

Sus labios mojados de lágrimas chocan con los míos, también húmedos por estas, nuestras lenguas bailan juntas, al igual que nuestras lágrimas. 

AMAR EN SILENCIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora