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Capítulo veinticinco.

Pasaron días, sí, días, desde que llegué a la frontera entre Presente y Futuro casi muerta de hipotermia

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Pasaron días, sí, días, desde que llegué a la frontera entre Presente y Futuro casi muerta de hipotermia. Nunca supe cómo lograron salvarme de esa muerte segura, y tampoco me interesó saber, ya que nunca pregunté. Los primeros dos días no pude salir de mi habitación con temor de que en realidad todo esto sea un sueño, una trampa mental que yo misma me creé y fuera de ésta casa estén esperándome los ejércitos de Aren para llevarme ante su nuevo rey. Supuse que recaería como recaí hace dos años por Claus. Supuse que mi vida se volvería un infierno mental a partir de mi llegada a ésta casa donde vivíamos con Amon, Echo y Lizzie. No había nadie más cerca, ni creo que lo haya, ya que era un lugar abandonado que, según me contaron, reconstruyeron. No había nadie en los alrededores, ni en kilómetros.

Completamente solos.

Amon se había asegurado de que mi estadía allí fuese cómoda, tranquila. Me habían dejado la habitación con una cama para mí, ya que según Echo tenía que seguir recuperando fuerzas. Muchas veces solía rogarle a Amon que se quedara en la habitación al menos, y otras veces le decía que podía descansar a mi lado. Cuando eso pasaba, muy raramente tenía pesadillas o los recuerdos del pasado me atormentaban. Era como si el chico de cabellos blancos y ojos claros tuviera la posibilidad de anular aquellos recuerdos, esos miedos y aquella vieja yo con un solo roce, un toque, una palabra. Claramente me daba mi espacio cuando lo necesitaba, pero eso era casi nunca o directamente nunca; ya que desde que volvimos a unirnos otra vez, no podíamos separarnos.

Luego se cumplió una semana donde ya creé una rutina. Levantarme, comer, explorar la casa, hablar con Amon y Lizzie, perderme en mi habitación un rato y dormir nuevamente. Una semana sin hacer ejercicio físico, una semana de paz dónde creí que ésta pudo haber sido mi vida si rechazaba el trabajo de Jean en primer lugar y me marchaba a Presente solo con mi dinero, ese que me esforcé en conseguir. Y, en un pensamiento rápido, me dije a mí misma que esto se convertiría en radioactivo si seguía así. Era una rutina letal que recé por no tener nunca jamás en la vida.

Así que una semana después tomé la iniciativa y corrí en busca de Amon para decirle que la normalidad me estaba consumiendo.

Aunque sabía que nada de esto era normal.

   Tomé asiento a su lado en el pequeño arroyo cerca de la casa, quitándome las botas al acercarme y metiendo los pies en la fresca agua corriente. Su brazo derecho rozó el mío cuando tomé asiento a su lado. Ladeó la cabeza para mirarme y sonrió, donde le devolví la sonrisa.

—Tenemos que hablar —fue lo primero que dije.

Y esas son las peores tres palabras del mundo, pero las utilicé.

   Miré al frente, observando el arroyo, los árboles, los peces nadando a nuestro alrededor, agradecida de no ver nieve otra vez. Cómo no dijo nada, entendí que esperaba que le dijera lo que quería decirle. Así que no demoré más.

Mayor Engaño © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora