PRÓLOGO

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El jardín amplio contaba con césped artificial que se extiende hasta donde alcanzan los ojos. Alrededor, hay árboles altos y frondosos que proyectan sombras donde sentarse a pasar la tarde. A un lado, un columpio que se agarraba de la rama de un árbol, junto al camino que lleva a la casa.

En el centro del jardín, hay una mesa de madera con varias sillas del mismo estilo, encima de esta se encuentra vasos como si alguien hubiera estado disfrutando de la tarde.

Dos hermanos juegan juntos bajo la luz del sol, corriendo de un lado a otro. El mayor, corre descalzo por el césped, su risa resonando en el aire, mientras el pequeño, lo sigue con pasos rápidos y torpes, intentando alcanzarlo. El mayor, con el pelo despeinado y la camiseta sucia de tanto jugar, se detiene de repente al recordar algo. Se gira hacia su hermano y, con una sonrisa, le dice que va a buscar una galleta adentro.

El niño pequeño asiente, aunque en realidad no le presta mucha atención; está ocupado montándose en el columpio. El mayor se da la vuelta y corre hacia la casa, atravesando la puerta trasera que conecta con la cocina. Dentro, todo está en calma, pues sus padres no se encontraban y su niñera estaba leyendo un libro en el sofádel salón. El mayor se dirige hacia la estantería, abre la puerta con la familiaridad de quien lo ha hecho cientos de veces, y saca un paquete de galletas. Se acerca una a la boca y otra la sostiene con su mano pequeña para luego seguir el camino de vuelta justo por donde había venido.

Al salir de la casa, con la galleta en la mano, espera ver a su hermano pequeño cerca del lugar donde lo dejó. Sin embargo, el jardín está silencioso. El columpio sigue balanceándose lentamente, pero su hermano pequeño no está allí.

El mayor se queda quieto por un momento, confundido, sin entender lo que esta pasando. Mira a su alrededor, esperando ver al niño entre las flores o quizá escondido detrás de uno de los árboles, listo para sorprenderlo con una broma. Pero no hay rastro de él. El jardín, que hace solo un momento estaba lleno de risas y juegos, ahora parece extrañamente vacío.

La luz del sol cae sobre él, y las flores siguen brillando, pero hay una sensación de inquietud en el aire.

—¿Alan? —su voz se alzó un poco más fuerte, pero no obtiene respuesta.

La única respuesta que recibe es el canto de los pájaros en los árboles y el suave crujido de las ramas al moverse con el viento.

Da unos pasos hacia adelante, mirando hacía la calle, esperando encontrar al pequeño agachado, escondido tal vez como parte de un juego. Pero no está ahí. El mayor empieza a sentir una punzada de preocupación. Vuelve hacia la mesa, esperando que tal vez su hermano haya decidido sentarse a esperar, pero la silla vacía le advierte del peligro.

Corre hacía su niñera asustado, sin saber qué hacer ante la desaparición de su hermano.

—No encuentro a Alan —expuso quitándole el libro de la vista.

—¡Dylan! —gritó cogiendo el libro— ¿Qué crees que estás haciendo?

—¡Alan no está! —gritó de la misma manera haciendo fruncir el ceño de la chica.

—Estará escondido, no le ha pasado nada.

—¡No!

Volvió a agarrar su libro y corrió hasta llegar al jardín con ella siguiéndole los talones, pero estaba seguro que a su hermano le había pasado algo.

—¡Dylan!

Llegaron al jardín, y fue entonces cuando la chica miró de un lado al otro sin encontrar al pequeño. Un escalofrío recorrió su cuerpo empezando a mirar desesperada para todos lados gritando su nombre.

Había desaparecido y las cámaras solo señalaban el lugar por donde se había ido, no había señales de haber sido secuestrado, pero aún pasando los días, no habían dado con él.
Dylan se encerró, no era capaz de dar tres pasos fuera de su casa sin que un sentimiento de impotencia o culpa recorriera por su mente.
Había sido consciente de lo que había pasado, pero no podía quitarse el hecho de la responsabilidad que tenia sobre su hermano menor y que no había podido cumplir.

Por otra parte, había un pequeño con grandes esperanzas. Miraba el libro aburrido sin ganas de estudiar, pero debía hacerlo. Quería conseguir lo que otros decían ser imposible, su sueño.

No sabía como sería su vida cuando entrara en el instituto. Un niño de 11 años entrando por primera vez en el "colegio de los niños grandes" era todo un lujo para ser tan pequeño. Siempre tuvo miedo ha crecer.
Crecer y no convertirse en lo que quiere, en algo que no cumpliera sus estándares.

Con el largo de los años se dio cuenta que ser bailarín era todo para él. Le daba sentido a su vida de una forma radical, le gustaba expresarse a través de los pasos y que un ritmo lo marcara.
Para su madre era todo un desafío cumplir aquello por el simple hecho de que no tenía suficiente dinero para conseguir un buen tutor para su hijo aunque por cuenta propia pudo seguir adelante con su sueño hasta que se enteró de la gran competencia.

Al cumplir los 18 se fue como prometió con su padre para trabajar con él y cuando septiembre llegó también llegó la hora de empezar la universidad.
Estaba nervioso pero no lo admitiría. Tenía un ego demasiado grande para admitirlo.

Recogió lo más importante y lo metió en la maleta decidido a irse al campus a vivir, era hora de independizarse.

El padre lo acompañó hasta la universidad y aunque no hubo lágrimas, si hubo un encuentro de sentimientos.
Su hijo se iba, y aunque había pasado poco tiempo con él en estos años atrás, sabía que lo echaría de menos.
Oliver pensó lo mismo, creía que estar con su padre iba a ser un infierno por el simple hecho de que no tenía amigos aún allí y solo trabajaba sin descansar pero estaba seguro de que fue todo lo contrario.
Amaba a su padre tanto como a su madre y los echaría de menos estos meses.

Se despidió y miró al edificio que había enfrente suspirando, sería una larga trayectoria pero esperaba cumplir sus metas fuera como fuese, era algo en lo que estaba seguro.

Saber el valor de algo que creías que ya tenías, de darte cuenta que sin un grupo que te de fuerzas nadie es capaz de conseguir nada.
Lo que no sabía era los largos meses que le esperaba dentro de ese edificio, las horas que pasaría ensayando y los grandes amigos que haría. Aunque aún le quedaba por aprender, esos días que se convertirían en meses, meses de aprendizaje.

•°MI PEQUEÑA PERDICIÓN°• Donde viven las historias. Descúbrelo ahora