Prólogo

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Prólogo: Recuerdo lejano.

Era una noche de tormenta, en el cielo no había rastro de luz más que el relámpago cruel que caía rabioso sobre las fértiles tierras de Mondstadt, y para un clima tan terrible como este, era de esperar que un niño con pesadillas recurrentes no pudiera hacer más que mantenerse despierto; y de esta manera permaneció el pequeño, acurrucado en posición fetal y con su rostro acunado contra la ventana. La cortina estaba ligeramente corrida y por ese espacio que se dejaba entrever, el muchachito miraba hacia el abismo oscuro que sometía a la tierra allá afuera, en su único ojo visible había un brillo cristalino reflejado en su superficie.

Cuando caía el rayo, por cortos segundos la oscuridad era succionada por el verdor oscuro de figuras vegetales desdibujadas, con sus largas sombras proyectadas por un corto flash de luz, el paisaje allá afuera parecía sacado de algunas de las ilustraciones de los libros de terror que había tenido oportunidad de leer en el último tiempo. Era entonces cuando el niño, con disposición vigilante en su sitio, contaba pacientemente cada segundo, y uno por uno, él susurraba: "1...2...3...4...5", y un sonido estridente sacudiría ligeramente algún rincón estrecho de su corazón. El relámpago vuelve a caer y la cuenta se reinicia: "1...2...3", el pequeño no alcanza a contar hasta 4, lo que significa que la tormenta está cada vez más cerca. Kaeya abraza sus piernas con algo de nostalgia, había sido en un clima como este cuando fue abandonado, y al mismo tiempo, encontrado; había una dualidad conviviendo permanentemente en su persona.

Su destino, para ese entonces, no había sido el ser acogido por los brazos de la muerte, por lo que quizás los Cielos aún tenían algo escrito en las estrellas para él, o al menos eso fue lo que supuso sombríamente en ese momento. Otro relámpago cae y su mente se desvía, ¿por qué se producían las tormentas eléctricas?, ¿por qué es que primero viene la luz y después el sonido?, "Es interesante" pensó finalmente, con su cuerpo tiritando de frío.

Actualmente era verano, y como todos los veranos, la familia Ragnvindr se alejaba de la casa principal en la ciudad para huir del calor y estar más próximos del propio negocio, administrando de cerca el viñedo y la producción de este mismo. La dichosa mansión a la cual Diluc se refería alegremente como "casa de campo" estaba cerca de Espinadragón, por lo que era de esperar que incluso a pleno sol, un viento frío azotara repentinamente a los pobladores de la zona, y como es de saber común, la temperatura no hace más que disminuir por la noche. Esto en conjunto a la humedad del ambiente producto a la intensa lluvia, daba por resultado que la cara y hombro del pequeño pegados al vidrio estuvieran irremediablemente fríos, produciendo ligeros temblores. Pero por extraño que fuese, el niño lo prefería así, el frío mantenía su mente clara del estupor y le espantaba el sueño.

Pese a su temor, Kaeya prefería ver la tormenta, como si observarla en todo momento pudiera mantenerla bajo control, era una idea ciertamente infantil y carente de cualquier argumento lógico, y sin embargo "así era mejor" se repetía él mientras aguantaba el frío, pues lo mantenía distraído y evitaba que cayera en el espantoso mundo de los terrores nocturnos, donde las pesadillas voraces y hambrientas que lo perseguían eran mucho más aterradoras que el fenómeno natural que ocurría allá afuera.

Simplemente el pobre chico no le temía tanto a la tormenta como a sus pesadillas.

1...2...3...y el sonido estridente que causa el trueno no disimula el crujido de su puerta siendo abierta, y él no necesita voltearse para saber quién entra sin tocar a estas horas.

-Kae- el niño de un solo ojo es llamado por su sobrenombre en un ligero susurro, y sólo entonces él quita su mirada de la tormenta errante para observar a la otra tormenta de domicilio. En la habitación oscura, la figura de Diluc es repentinamente iluminada por el relámpago silencioso, su cabello rojo que brilla con el fervor de las llamas está terriblemente revuelto, lo que le dice que este pequeño niño debió haber dado muchas vueltas en la cama e incluso haber tapado su cabeza con la almohada para amortiguar el atronador sonido de la tormenta, pero tal y como revela su presencia en la habitación de otra persona, bien se podía concluir que dichos intentos habían sido en vano. -No puedo dormir- dice finalmente lo obvio mientras abraza la almohada que había traído consigo.

Diluc era unos cuantos meses mayor que él, y aunque había sido obligado a llamarlo "hermano mayor", cualquier persona que prestara correctamente atención a la relación de ambos niños sabría que aunque el pelirrojo era siempre el líder y quien hablaba por ambos, el que cuidaba al otro desde las sombras era de hecho el menor; siempre con un toque delicado, cambiando su habitual silencio por frases cortas, a veces el más joven indicaría sutilmente los posibles peligros que surgían de los alocados planes de aventura que el mayor insistía en jugar, así que, aunque ambos terminaban en situaciones quizás algo peligrosas para infantes de su edad, al menos tenían un borde seguro.

-El clima es terrible esta noche- consintió el menor y con una sonrisa apenas sutil se alejó de la ventana y apoyó su espalda en la pared para en seguida darle un par de palmaditas al espacio a su lado, dándole luz verde a su buen amigo. - Está muy frío, ven aquí- el pequeño salvaje no demoró en asentir y correr hasta la cama. En realidad no es que necesitaran razones para dormir juntos, y aunque en primer lugar habían tomado este hábito bajo la excusa de que Diluc cuidaría los sueños de Kaeya para espantar sus pesadillas, el mismo Diluc tenía bastantes problemas para dormir, costandole cerrar los ojos en primera y luego teniendo un sueño demasiado ligero; pero como un hechizo mágico, aquellos problemas desaparecerían una vez se recostara al lado del otro.

Rozando entre la cercanía y la costumbre, la almohada que el niño trajo quedó abandonada a un lado y sin vacilación se abrazó del cuerpo delgado de Kaeya, la sensación de su piel fría contra la piel caliente les trajo un estremecimiento a ambos por el cambio de temperatura.

-¡Pareces un hielo!- se quejó el niño, pero en vez de alejarse se abrazó con más fuerza al otro, esperando compartir su calor y evitar que su amigo pillara un posible resfriado. La acción, por supuesto, sólo provocó una pequeña risa en el más joven.

-Lo siento, estaba mirando hacia afuera y sin querer me quedé un rato más del necesario fuera de las mantas- explicó a medias, pero eso pareció suficiente para que el otro entendiera y respondiera negando con la cabeza en un gesto silencioso de reproche.

-No importa, ya estoy aquí de todos modos así que no necesitas las mantas- y como si quisiera aclarar su punto, restregó sus mejillas en el costado del otro, provocándole cosquillas.

-¡No hagas eso! - pidió Kaeya entre risas e intentó detenerlo con un abrazo que para su suerte, funcionó. -Tengo sueño, vamos a dormir- pide como bandera blanca y el pelirrojo asintió con una sonrisa y escondiéndose veloz bajo las cobijas, las levantó para indicar al otro su lugar junto a él. El menor no se demoró en hacer caso y ambos simplemente se abrazaron, con los sonidos de la tormenta aún azotando la fría tierra. Sin embargo, la compañía era todo lo que ambos pequeños necesitaban, Diluc no despertaría hasta la mañana y Kaeya ya no necesitaba observar la tormenta allá afuera.

En el ojo de la Tormenta - Genshin ImpactDonde viven las historias. Descúbrelo ahora