Primer Interludio

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Primer Interludio: Érase una vez, una noche de tormenta.

Era la caída del sol cuando su padre tomó sus frágiles hombros y susurró palabras extrañas conjunto a una disculpa. Kaeya lo miró a los ojos, pero no hubo contacto visual, el hombre al que llamaba padre se dirigía únicamente hacia a algún punto en el horizonte, a metros y metros de distancia, hacia las tierras donde alguna vez su línea de sangre había existido y prosperado.

Cuando el par de manos lo dejó y sus piernas trazaron pasos distantes hasta que su figura se perdiera hacia un rumbo desconocido, Kaeya se quedó plantado en su mismo sitio, como si hubiese sido congelado en el tiempo, no se movió incluso cuando el cielo se oscureció y tampoco lo hizo cuando las primeras gotas de lluvia empezaron a caer. Su padre había ordenado, recordó, le había ordenado que caminara hasta la puerta de ese gran edificio entre uvas y enredaderas y rogara por auxilio. Kaeya no lo hizo, en cambio, cuando la capa que apenas lo cubría finalmente filtro las primeras gotas de agua, echó a correr hacia donde había visto a su padre por última vez.

El niño tropezó en la oscuridad y se adentró en el bosque. La lluvia cayendo con cada vez más fuerza agregó un peso extra que parecía colgar en su corazón con cada paso. Las huellas de su padre se perdieron en el lodo y pronto estuvo corriendo a ciegas.

¿Por qué no lo había seguido antes?, se preguntó entonces. El espíritu de Kaeya nunca había sido complaciente, y sin embargo, la experiencia había indicado que seguir las órdenes de su padre siempre había sido el mejor curso de acción, así que eso hacía, acataba cada órden al pie de la letra, sin cuestionar ni desobedecer. Y sin embargo ahí estaba, corriendo detrás del hombre que lo había abandonado. Kaeya en realidad tenía su pobre mente demasiado confundida como para realmente entender tal cosa, tan solo sabía que quería volver a lo que había considerado su hogar, al lado del padre que lo mantenía con vida, que le había enseñado cómo caminar, cómo cazar, cómo sobrevivir; al lado del abuelo que con su mirada amarga contaba historias sobre un pasado esplendoroso y opulento, experiencias de fortuna y desventura; Kaeya quería volver a los cálidos brazos de una mujer que ya no recordaba, una mujer que alguna vez lo había llamado "hijo".

Así que siguió corriendo, incluso cuando el cielo lanzó un rugido lleno de ira y el feroz viento lo empujaba hacia atrás, incluso cuando a su alrededor no habían más que sombras lóbregas de terribles y afilados contornos que arañaban sus mejiillas, brazos y piernas, e incluso cuando su respiración quemaba y todo dentro de su garganta y su boca supo a hierro, Kaeya siguió corriendo.

Sacrificar la propia sangre por su otra sangre, su legado futuro por el porvenir de su pasado, abandonar al hijo del abismo por el bien del abismo. El padre de Kaeya siempre había estado lleno de contradicciones, pero el propio niño siempre se había esforzado en entender las razones del hombre, y sin embargo, esta vez el gastado corazón negaba toda orden lógica que pudiera haber tras ellas. No había forma en la que un niño de apenas siete años pudiera aceptarlas, de todas modos.

Kaeya no se hubiera detenido si no fuera porque sus piernas momentáneamente dejaron de reaccionar, como una especie de lapsus o cortocircuito, su cerebro se resistió a coordinar y su pierna simplemente no se movió. El niño se cayó de bruces al barro y por puro reflejo se sostuvo de lo que le pareció era un tronco, dada su aspereza.

-¡Padre!- gritó, usando todo el aire que sus pulmones pudieron reunir, pero los goterones de lluvia y los truenos sofocaron todos sus instentos, aún así él perseveró, llamado tras otro hasta que sus gritos gastados finalmente enmudecieron cuando se quedó sin fuerzas para gesticular y las fuertes sacudidas que su cuerpo daba por el frío amenazaron con que se mordiera la lengua accidentalmente. En el largo viaje que había emprendido con su padre, muchas veces había tenido que enfrentar las bajas temperaturas o calores abrasadores, hambre, sed y cansancio, pero nunca había temido por su muerte, porque él siempre había estado ahí para ofrecer una capa de ropa extra, un trago de agua, su propia ración de comida, o algo tan simple como una mano extendida. El padre que le había enseñado a sobrevivir, ese padre...no estaba, y tal realización provocó el florecer del miedo intrinsico a la muerte que experimenta todo ser vivo.

En el ojo de la Tormenta - Genshin ImpactDonde viven las historias. Descúbrelo ahora