En mitad del desafiante y despiadado desierto, Balwind y lord Korver llegaron finalmente a Yándor. La capital de Monardos y Leridian era el reflejo del orgullo, el espíritu y la capacidad de superación de cada uno de sus habitantes. Dónde antes no había más que muerte y miseria ahora se encontraba una de las ciudades más seguras y acogedoras de toda Gea, pese a las duras condiciones a las que estaban sometidos.
La parte oeste de Yándor, más grande pero de aspecto sencillo, pertenecía a los Monardos. Las casas estaban hechas con barro, pero todas eran grandes y estaban en buenas condiciones, además de contar con las preciadas placas de brisamarina, que permitían a los Monardos mantener sus hogares frescos durante el día y caliente durante las heladoras noches del desierto. La silueta del castillo de la reina Lune'Gal era visible desde todos los rincones de la ciudad, gracias a un enorme torreón que sobresalía por encima del resto. Cerca del castillo había un coliseo dónde los Monardos solían luchar entre ellos, e incluso peleaban contra peligrosas bestias traídas del desierto. A los Monardos les encantaba la sangre y la lucha, y aquél lugar eran auténticos cantos de gloria para los más atrevidos.
La parte este de la ciudad, llamada la Ciudadela del Credo, era donde residían los Leridian. Apenas cubría una décima parte del terreno que ocupaban los Monardos en la capital, pero su riqueza y esplendor brillaba con tanta fuerza que parecía cinco veces mayor de lo que era en realidad. En aquella parte no había calles infinitas con hileras de casas de barro, ni lugares donde pelear por honor. La Ciudadela se caracterizaba por la paz y tranquilidad que desprendía. Templos, iglesias, bibliotecas y otros lugares donde ejercer su culto e intentar meditar para unir sus energías con la de sus deidades. Era cómo si los Leridian vivieran en un mundo distinto al que el resto de personas pertenecían, sin problemas ni peligros; solo paz.
Algo a lo que Balwind no podía crédito.
-¿Cómo puede ser que haya algo como esto en un lugar cómo el desierto? ¡Ni siquiera en Someland tenemos estás construcciones! -dijo totalmente boquiabierto mientras se acercaban a la Ciudadela.
Habían entrado por la parte oeste de la ciudad, donde se separaron de una simpática caravana con la que habían viajado hasta allí. Ahora se encontraban cruzando la calle principal en dirección este, cruzando mercados y pequeñas tiendas de lo más variopintas. Balwind se sentía sucio y cansado por el largo viaje por el desierto, y aunque el maestro le había asegurado que pronto podría tomar un baño, hubiera preferido tomarlo antes de entrar en aquella bonita parte de la ciudad.
-Hemos tenido buenos gobernantes, y hemos trabajado muy duro para conseguir vivir de esta manera -respondió lord Korver a su pregunta-. Los Selkis lo habéis tenido todo, y lo habéis echado a perder. Imagina las ciudades que habríamos alzado de haber contado con vuestros recursos.
Balwind decidió no contestar. Durante el trayecto hasta Yándor había aprendido que con las conversaciones con el maestro sólo podían terminar de dos manera; o bien lord Korver sacaba pecho al tener razón, o bien se enfadaba y despreciaba cualquier otro argumento hasta terminar la discusión. Por ese motivo las conversaciones entre ambos habían terminado convirtiéndose en intercambios de información y poco más. Por regla general, además, era mejor no hacer ninguna pregunta remotamente personal, y siempre se hacía mención a la brillantez y valentía de los Monardos y Leridian, lo que le había servido para recordarle una vieja lección que ya había aprendido en la Academia: nunca intentes contradecir a un Monardo.
-La gente nos está mirando -dijo Balwind en voz baja. Monardos de todo tipo y condición se giraban para obsérvales con un gesto de desagrado en su rostro, y aunque sabía que ellos despreciaban el estilo de vida Selki no esperaba encontrar un recibimiento tan hostil.
-No es a ti a quien miran. Es a mí -señaló el maestro.
Y tenía razón. No había nada en lord Korver que llamara la atención en comparación a la palidez de Balwind, pero todas aquellas miradas cargadas de odio iban dirigidas al maestro, quién simplemente hacia caso omiso de todos ellos.
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Crónicas del Aprendiz de Mago II: La sombra del vidente
FantasyCon la inminente guerra entre Monardos y Lanson en el sur y con la omnipresente amenaza de los Khayam en el norte, la estabilidad de Gea pende de un hilo. Balwind y sus amigos deberán enfrentarse a poderosos enemigos y situaciones que nunca habrían...