Capítulo 12:La ley del piromántico

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-Vamos Kachess, levanta. Tenemos que ponernos en marcha –dijo Lunt.

Kachess se giró a un lado, remugando en voz baja. Aunque nunca le había costado mucho despertarse por las mañanas, dormir a la intemperie le comenzaba a pasar factura, haciendo que cada día se sintiera más cansado al anterior. Sin embargo, sabía que no había tiempo que perder, y no tardó en espabilarse. Al abrir los ojos vio las perezosas nubes iluminadas de un intenso rojo a causa del crepúsculo matutino, lo que indicaba que quedaba poco para que saliera el sol. Un águila daba vueltas majestuosamente por encima de su cabeza, cuando de pronto el maestro le arrancó la manta de un tirón.

-Hoy no es día para perezosos, ¡venga!–dijo Lunt de buen humor-. Me gustaría llegar ante Alakina antes de que todo el clan se ponga en marcha. Creo que nos irá mejor si llamamos la atención lo menos posible.

Sin levantarse del suelo, Kachess curvó su espalda y estiró todo su cuerpo. Había sido una noche más fría de lo habitual, lo que provocó que cada uno de sus huesos crujiera al estirarse.

-Siento que hace una eternidad desde que tomamos aquél barco en Merians –se quejó, dando un largo bostezo mientras se levantaba al fin.

Medio dormido, se acercó hasta donde Lunt se encontraba, sentado con las piernas cruzadas mientras tomaba su desayuno. Kachess se sentó junto a él y el maestro le entregó una de aquellas tiras secas de carne que tanto detestaba y una manzana.

-Ahora viene lo más importante. Habrá que convencer a Alakina de que nosotros somos la clave para ayudar a los Lanson a parar la invasión de Monardos y Leridian. No será fácil, pero creo que tengo la solución a ello –aseguró Lunt, dándole un mordisco a su manzana.

-¿Y de que se trata?

-Un objeto. Algo que no creo que se atrevan a renunciar–respondió el maestro.

Kachess miró a Lunt de reojo, ofendido por su poca confianza en aquellos momentos. "Es evidente que no quiere contarme su plan. ¿Pero por qué? Es extraño que haga esto justo ahora", pensó molesto. Pero no hubo mucho tiempo para pensar. En cuanto acabaron sendos desayunos y se asearon un poco, ambos recogieron sus pocas pertenencias, ensillaron sus caballos y siguieron hacia el norte, yendo a contracorriente del rio que les guiaba.

La mañana era increíblemente tranquila, con un silencio sepulcral solo roto por las bandadas de pájaros y la hierba moverse a causa del viento. La mayoría de animales diurnos seguían durmiendo, mientras los nocturnos ya se habían ocultado en sus madrigueras. De no ser por las puntuales bandadas de pájaros que pasaban de vez en cuando cruzando el cielo, cualquiera diría que el mundo había dejado de girar justo en aquel momento.

-Parece ser que estábamos más cerca del clan de lo que pensaba –advirtió Lunt, mirando al horizonte.

Siguiendo el rio y junto a un pequeño montículo con un cerezo en él, había una tienda hecha con pieles con antorchas en su entrada.

-Esa debe ser la tienda de Alakina –supuso Lunt-. Por ahora guarda la calma cuando vengan a por nosotros –añadió, señalando a un punto cerca del campamento-. Como ya te he dicho, simplemente déjame hablar a mí.

El punto que había señalado, que se trataba de un jinete haciendo la guardia matutina, volvió rápidamente al campamento en cuantos los avistó. Apenas unos instantes después salió acompañado de tres jinetes más, armados con lanzas y cabalgando a toda velocidad hacía donde ellos se encontraban. Al acercarse pudieron comprobar que los jinetes del clan Mistral montaban en caballos normales, a diferencia de los ciervos que montaba el clan Cuja. En cuanto llegaron hasta ellos tres de los jinetes se separaron de la jinete que parecía ser la líder, rodeándoles con sus lanzas en alto.

Crónicas del Aprendiz de Mago II: La sombra del videnteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora