Kachess se recuperó de su desmayo mucho antes de lo esperado. Sin embargo, no abrió los ojos.
"¿Y ahora qué?"Recordaba perfectamente todo lo sucedido en la batalla: la carga de los Leridian, las letales flechas de Ukic, la imponente figura de Nemrazul rompiendo las filas enemigas, los vivos ojos azules del joven caballero anónimo que le había salvado la vida, el infierno invocado por Alakina... y el doloroso sacrificio de Lunt.
Con todo, apenas sintió nada.
Sentía que todo había sucedido en un pasado muy lejano, como si apenas fuera un sueño borroso en una mala noche. Visualizó el rostro sereno de Lunt, manchado de tierra, desprovisto de vida.
Nada. No sintió nada.
"Tengo que levantarme".
Kachess abrió los ojos. Estaba tumbado en la tienda que Alakina les había prestado una semana atrás; notó un paño húmedo en la cabeza. Al incorporarse oyó un respingo a su lado y vio a Yamira, quién había estado cuidando de él. Linari dormía hecha un ovillo, con su cabeza apoyada en las piernas de la anciana y el rostro cubierto por una cascada de largo pelo rubio.
-¿Qué haces?¡Vuelve a acostarte!¡Debes descansar! –dijo Yamira en susurros, intentando no despertar a la niña.
Kachess dejó el paño a un lado y se puso en pie. Se encontraba estupendamente.
-No te preocupes. Soy un Capaverde, podemos sanarnos antes que los demás –mintió a la anciana. En realidad, sabía que debía aquella recuperación milagrosa a Owen.
Yamira parpadeó un par de veces, no muy segura: le resultaba sospechoso, pero apenas sabía nada de magia sanadora. Y al fin y al cabo, Kachess parecía gozar de una salud excelente.
-Aun así, sería mejor que no salieras de la tienda. Has pasado por muchas cosas esta tarde, pequeño –dijo preocupada.
-Por eso será mejor que arregle las cosas cuanto antes –respondió Kachess con tono neutro-. Dime, ¿dónde están los demás? Necesito hablar con ellos.
Yamira dudó.
-Por favor, deja que nuestros líderes se ocupen de todo. Será mejor que descanses...
-Déjalo. Ya los encontraré yo mismo.
Dejando atrás a Yamira y Linari con decisión, Kachess salió de la tienda.
Se encontró con un gran cielo estrellado, coronado por una enorme luna llena que iluminaba con claridad la noche en los campos. Kachess vio a varios grupos de guerreros Lanson descansando junto a varias hogueras, mientras otros eran tratados de sus heridas lo mejor posible. El campamento se mantenía silencioso: seguían con vida, pero nadie parecía capaz de saborear aquella victoria.
Guiándose por el instinto, Kachess se dirigió hacia la tienda de Alakina.Varios miembros del clan Mistral se fijaron en él, pero nadie intentó pararle. Al llegar ante la entrada de la tienda escuchó con claridad el sonido de una discusión. Tumbado junto a la entrada se encontraba el lobo de Mawa, durmiendo plácidamente, y Raharo, enroscado sobre sí mismo mientras descansaba de la batalla. Uno de sus amarillentos ojos siguió a Kachess mientras este entraba en la tienda.
Allí se encontraban los líderes que habían acudido a ver el duelo entre Koggar y Alakina de aquella mañana, aunque daba la sensación que había pasado una eternidad desde que ambos se hubieran enfrentado. Discutían acaloradamente sentados en círculo, con caras largas y rostros cansados. La mayoría parecía no haber recibido heridas graves durante la lucha aunque Kachess notó la ausencia de varios líderes, aunque no tenía la menor idea de si habían caído en batalla o si simplemente habían vuelto a sus tierras. Pudo ver a Mawa entre los asistentes, pero no había rastro de Ukic.
Y, por supuesto, entre ellos estaba Alakina.
ESTÁS LEYENDO
Crónicas del Aprendiz de Mago II: La sombra del vidente
FantasyCon la inminente guerra entre Monardos y Lanson en el sur y con la omnipresente amenaza de los Khayam en el norte, la estabilidad de Gea pende de un hilo. Balwind y sus amigos deberán enfrentarse a poderosos enemigos y situaciones que nunca habrían...