Capítulo 36: El principio

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Evadiendo la lucha, Johan se dirigió hacia su objetivo.

Los estallidos y los rayos que salían volando en el centro de la lucha eran un claro indicativo de que iba por buen camino. Sin pararse a ayudar, Johan pasó junto a varios rostros conocidos: los maestros Travis y Gerald habían ido a apoyar los mercenarios de Atas Jilhad, quienes habían sufrido demasiadas bajas para mantenerse solos en la lucha. Ambos maestros daban lo mejor de sí, empapados en sudor pese al aire frío que recorría Someland.

Ignorando a los no-muertos y el grupo de magos, Johan pasó junto a un grupo de Caparojas de último curso hasta encontrar una brecha en las fuerzas enemigas. Allí siguió avanzando hacia una lucha única que allí estaba teniendo lugar.

Luchando separados del resto, Kaelin y Reks se batían en duelo.

El Caparoja blandía su alabarda con soltura, enfrentándose al ángel sin temor alguno, obligándole a cubrirse con su brillante escudo argénteo a la vez que devolvía los golpes con su ornamentada espada de oro y mitrilo.

Johan se detuvo a observarles unos segundos, boquiabierto ante tal muestra de poder. El Caparoja luchaba con una furia incontenible, pero Kaelin aguantaba el tipo a base de una defensa ejemplar. Cada vez que Reks golpeaba el escudo del ángel unas chispas eléctricas salían de su arma con un zumbido aterrador. Su rostro estaba crispado por la ansiedad, desesperado por acabar con su oponente lo antes posible, mientras Kaelin permanecía calmado, evitando y bloqueando los ataques de su rival en busca de una oportunidad para contraatacar. Era evidente que su anterior encuentro había provocado que el ángel fuera más precavido. En una de sus embestidas, Kalein se vio forzado a empujarle con su magia, pero Reks aguantó el embate y lanzó un nuevo golpe con su arma, obligando al ángel a abrir sus alas para retirarse unos metros. Pese a la tensión de la lucha, Reks sonrió: se lo estaba pasando en grande.

Ni las bestias ni los soldados se atrevían a acercarse a ellos. O tal vez era cosa del propio Kaelin, quién había dado la orden de no interrumpir. Fuera como fuera, ambos se encontraban en una pequeña planicie dentro del caos de la batalla sin ser molestados.

Pero Johan no tenía miedo. Tomando su espada, el rey se unió a la lucha.

Johan cargó por la espalda del ángel en busca de un golpe letal, recorriendo la tierra quemada por la protoelectricidad sin ninguna oposición ante él. Enfrascados en la lucha, ninguno de los dos luchadores pareció darse cuenta de su presencia.

Mientras Johan se acercaba, Kaelin volvió a verse forzado a hacer una maniobra defensiva que le dejó ligeramente desequilibrado. Sujetando su espada a dos manos, Johan preparó el golpe definitivo.
Era su oportunidad.

De pronto unos verdes tallos surgidos de la tierra le frenaron en seco, agarrándole por los tobillos. Johan estuvo cerca de caer, pero con un ágil movimiento se deshizo de un corte de sus ataduras y siguió con su carga

Pero era demasiado tarde: aquella nueva energía había advertido al ángel, quién giró sobre sí mismo y lo empujó con dureza con su escudo al notar su presencia. Johan perdió la respiración ante el impacto, doblándose por la cintura. Kaelin preparó una nueva estocada, pero una nueva carga de Reks le obligó a cubrirse de nuevo.

-¡S de aquí!!Vete! -vociferó Reks mientras se ocupaba de Kaelin.

Frustrado por su fracaso, Johan intentó ponerse en pie, pero unos nuevos tallos salidos de la tierra le sujetaron de brazos y piernas contra el suelo. A la lejanía pudo ver el autor de aquellas ataduras: Keifu el verdimago había llegado hasta ellos. Reks le observó por el rabillo del ojo, pero el propio nigromante acompañado por tres gigantescos bégimos fueron a su encuentro, obligándole esta vez a retroceder en la lucha ante las feroces bestias y la poderosa magia del anciano mago.

Crónicas del Aprendiz de Mago II: La sombra del videnteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora