Capítulo 23: Mar de arena

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Balwind observó orgulloso como el pequeño barco de madera sobrevolaba la cabeza de los trabajadores del taller real con suma elegancia. El surcavientos –pues así lo llamaba Luf'Ced, el jefe del proyecto- se movía con una fluidez impecable, con movimientos muy distintos a las toscos virajes del primer modelo. Balwind apenas podía contener la emoción: Luf'Ced comparaba el surcavientos con un barco normal, como si este cabalgara el aire en vez de las olas, pero ningún barco de ningún puerto podría hacer aquellos suaves giros que Luf'Ced y su equipo de magos había logrado fabricar.

-¡Realmente fascinante! –dijo Keiss'Lad a su lado, siguiendo el recorrido del surcavientos con una sonrisa de oreja a oreja-. Un trabajo increíble, Luf'Ced.

Luf'Ced sacó pecho, lleno de orgullo ante el cumplido del consejero. El surcacielos se tambaleó un poco ante la alegría de su controlador, quién había dado demasiado poder a una de las rundas del control que tenía en sus manos a causa de la emoción.

-No todo el mérito es mío. Sin Tania y Hog'Erraen nada de esto habría sido posible –dijo humildemente Luf'Ced-. Sin olvidar la inestimable ayuda de Balwind, por supuesto.

Aquello cogió por sorpresa a Balwind, quién casi se indignó al huir su nombre.

-Apenas he hecho nada comparado con vuestro trabajo –aseguró avergonzado.

-Un par de manos siempre vienen bien, chico y las tuyas han sido extremadamente útiles –replicó el Monardo.

Balwind aceptó el cumplido con una mirada cargada de gratitud. Tania, la Capaazul de pelo celeste, le dio una palmada en la espalda con una sonrisa de satisfacción en los labios.

-Todos hemos trabado muy duro en esto –aseguró la Eorian.

Aunque Balwind se sentía contento de haber podido trabajar con ellos, sentía que no merecía todos aquellos cumplidos. Pero tampoco les daba demasiada importancia: tenía suficiente con ver aquél pequeño barco navegar los cielos sabiendo que había un poco de su esencia en él.
Y es que su presencia en el taller no era ninguna rareza. Después de la primera reunión con Keiss'Lad, Balwind había recibido una nueva invitación del joven consejero real para ir a palacio. Lord Korver no se opuso demasiado, así que Balwind la aceptó. Tras aquella llegó otra, y luego otra más, hasta que finalmente ni siquiera hizo falta ninguna invitación para que la guardia le dejara pasar. Los motivos de aquellas invitaciones eran confusos, pues no había ninguna necesidad real, pero Keiss'Lad siempre se alegraba al ver que esta vez Balwind no rechazaba sus invitaciones. 

Durante aquél tiempo Keiss'Lad le enseñó el palacio Monardo de arriba a abajo, le habló de su tiempo en la Academia y le habló de como la vida en los desiertos había mejorado desde su llegada al cargo. Aunque era interesante, a Balwiend no le preocupaban mucho aquellas cosas, pero había algo que ambos sí tenían en común: la pasión por el trabajo de los Capaazul. Ambos se pasaban la mayor parte de las visitas de Balwind en el taller, donde Keiss'Lad le presentó a todo el mundo, mostrándole los distintos proyectos que allí tenían lugar (desde el aclamado surcavientos hasta el extraño proyecto de una pareja Capaazul de las islas Irin que pretendía convertir la arena del desierto en nieve). Al principio Keiss'Lad se quedaba con él desde el inicio de la visita hasta el final, pero eventualmente fue el propio consejero quién le dejaba estar solo al tener que tratar otros asuntos. Eso le llevó a poder colaborar con el grupo de Luf'Ced, quienes necesitaban un par de manos ahora que Keiss'Lad les había dado carta blanca para hacer uso del almacén.

Lo que había empezado como una pequeña ayuda se había acabado convirtiendo casi en un trabajo a jornada completa, donde había veces que Balwind ni siquiera llegaba a ver a Keiss'Lad. Bajo el liderazgo de Luf'Ced, Balwind trabajaba codo con codo con el pequeño grupo, obedeciendo punto por punto todo lo que sus compañeros le ordenaban, quienes le acabaron tratando como a un igual pese a la evidente diferencia de habilidad y conocimiento. Balwind tan solo se ocupaba de grabar las runas y moldear los materiales más fáciles, pero cada aprendía mucho más de lo que había podido aprender en un año en la Academia. Sin darse cuenta, poco a poco el taller se había acabado convirtiendo en su nuevo hogar.

Crónicas del Aprendiz de Mago II: La sombra del videnteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora