Nolan bajó el puño al ver como el ejército enemigo volvía del más allá. Aunque no había quedado ningún rastro de sus cuerpos, aquella nube oscura levantó de nuevo a los soldados caídos, quienes empezaron a cargar de nuevo en cuanto volvieron en sí. Los pocos incautos que seguían celebrando aquella victoria también quedaron en silencio al ver lo que sucedía, mirando a sus compañeros con el terror grabado en sus ojos.
-¿Cómo es posible?¡Se supone que no pueden traerlos de vuelta si no hay un cuerpo! -se lamentó Nolan.
-El poder de los Cuatro es mucho mayor del que ninguno de nosotros pueda llegar a imaginar -digo lacónico lord Culbert-. O tal vez haya sido cosa de Kaelin. Quién sabe que más fuerzas nos deben estar ocultando.
Nolan asió su hacha con fuerza: fuera como fuera, lo único que tenía que hacer era salir allí y acabar con ellos.
Desde su posición vio el estandarte Eorian ondear de un lado a otro, mientras Erina cabalgaba dando órdenes a sus hombres:
-¡Alzad vuestros escudos!¡Que no crucen nuestra línea! -vociferó con energía. Los hombres en primera fila, ataviados con pesadas armaduras y grandes escudos, se colocaron en posición defensiva con sus largas lanzas en ristre.
Los no-muertos avanzaron a toda velocidad hacia la línea defensiva. Nolan sintió que había algo extraño en aquella escena, como si algo se le escapara y no supiera el qué.
-Son niños -dijo al fin, abriendo los ojos.
Al tratarse de una lejana masa, Nolan no había caído en ello, pero ahora que los tenía tan cerca no había duda: aquellos no-muertos no eran más que niños y niñas de entre ocho y catorce años, jóvenes que por una razón u otra habían fallecido y que ahora cargaban contra un muro de lanzas bajo la orden de los Khayam.
-Para tratarse de un ángel al que tanto le gusta sermonear veo que no le irían mal unos cuantos escrúpulos -dijo furioso lord Culbert.
-Esto sí que es inhumano -se escandalizó Marion.
Nolan notó todavía algo más: no iban armados. La mayoría de aquellos no-muertos, que ya iban precariamente armados, habían perdido sus espadas y lanzas bajo aquella demoledora tormenta. Pese a ello, estos continuaron con su avance.
Erina también se dio cuenta de ello. De hecho, no había ni un solo mercenario que no se hubiera percatado ya de la situación.
-Alzad los escudos. Preparaos -dijo secamente Erina.
Sus soldados obedecieron la orden, disponiéndose a repeler el ataque de aquellos niños.
¡Arqueros y magos, descargad!
Nolan giró la cabeza al escuchar la voz amplificada de Johan, que resonó como un eco por el campo. La orden del rey no tardó en tener respuesta: de la retaguardia salieron volando miles de flechas y azotes de fuego, formando un gran arco por encima de las cabezas aliadas, tapando la luz del sol a su paso. La vanguardia siguió el arco de aquellos proyectiles con gesto sombrío.
-Estúpido -masculló Nolan.
Pronto aquella mortífera lluvia cayó sobre los indefensos cuerpos de los infantes, quienes cayeron en masa sin poder hacer nada por evitarlo. Los Khayam, por su parte, tampoco movieron ni un solo dedo para protegerlos. Nolan y los mercenarios que formaban el frente observaron en silencio como las victimas caían fulminados contra el suelo, mientras que los pocos supervivientes se levantaban heridos para continuar con su cometido.
¡Fuego!
Nolan sintió como la rabia crecía en su interior mientras el zumbido de las cuerdas de los arcos chaquear a sus espaldas. Los niños supervivientes continuaron avanzando hasta llegar a la primera línea, chocándose contra los pesados escudos de aquellos hombres cubiertos de acero. Sin querer contraatacar, los hombres de Erina se limitaron a repelerlos con sus escudos, empujándolos contra el suelo sin saber muy bien que hacer. Los niños y niñas se levantaban a cada golpe, cargando de una y otra vez contra aquella muralla impenetrable.
Lord Culbert miró a la retaguardia con decepción.
-Deberíamos haber previsto algo así. Y pensar que hemos gastado la protoelectricidad para acabar con niños desarmados... -suspiró con gesto cansado.
Pese a la lluvia de proyectiles, los infantes continuaron con su cruzada. Pronto una marea de niños y niñas se encontró golpeando los escudos de acero con sus puños, saltando con todo su peso para tratar de romper la línea defensiva.
Erina trotaba nerviosa de un lado a otro sin dar órdenes, incapaz de tomar una decisión.
-¡Erina! -exclamó lord Culbert. La mercenaria giró la cabeza hacia el lord con un claro gesto de preocupación grabado en el rostro-. Estos niños no son más que cuerpos vacíos. ¡Hay que aprovechar y avanzar!
-¡Ya sé lo que tengo que hacer! -respondió furiosa la chica.
Sin embargo, no dio ninguna orden.
-Abre filas y déjanos avanzar. ¡Nosotros nos encargaremos! -prometió lord Culbert al ver que la mercenaria no respondía-. No debemos dejar que Kaelin siembre más dudas con sus castigos.
El rostro de Erina se ensombreció.
-No hará falta -dijo al fin, alzando el pecho-. Nosotros lo haremos. Para eso estamos aquí.
Los soldados bajo el comando de Erina se giraron hacia su capitana. Un grupo de magas bajo su control se acercaron a ella, suplicándole que dejaran actuar a lord Culbert en su lugar.
Erina, impertérrita, dio otra orden distinta:
-¡Bajad los estandartes! No mancharemos el nombre de nuestro reino con esta acción -dijo decidida.
Las banderas y estandartes Eorian fueron retiradas del campo de batalla al instante. Mientras, el crudo sonido de los pequeños cuerpos chocar contra el acero fue ampliándose cada vez más a medida que más criaturas llegaban contra la defensa.
Las magas Eorian, vestidas con brillantes y pulidas corazas ligeras que refulgían bajo el sol, insistieron entre lágrimas a su capitana con la voz tomada por la desesperación.
Erina no titubeó.-Que sea rápido -sentenció.
Con la disciplina que les caracterizaba, los hombres de Erina cumplieron la orden a contra corazón. Por primera vez desde que la carga de los infantes hubiera comenzado, los soldados apartaron sus escudos para blandir sus espadas y lanzas e iniciar el contraataque. Avanzando penosamente contra un enemigo que nada podía hacer contra aquellos fornidos hombres cubiertos de acero y armados hasta los dientes, los Eorian fueron lentamente acabando con los atacantes mientras avanzaban hacia su auténtico enemigo. Las magas de Erina se abrazaron las unas a las otras, avanzando junto al resto del ejército, consolándose las unas a las otras mientras dejaban atrás los pequeños cuerpos que los Khayam habían obligado acudir a la batalla.
-Vamos -dijo lord Culbert sin mucho énfasis.
Siguiendo el grupo de Erina, lord Culbert y los suyos avanzaron poco a poco al encuentro contra el resto del ejército Khayam. Nolan fijó la vista en Kaelin, quién permanecía impasible observando al ejército de Someland desde la distancia.
¡Cargad!¡Cargad!
Nolan apretó los dientes al escuchar la voz amplificada y eufórica de Johan dar la orden. Sin embargo, su rabia se desvaneció al notar como Marion le agarraba del brazo, mantenido la vista forzadamente la vista al frente para no ver el horror que dejaban atrás. Respirando profundamente, Nolan acarició la suave mano de la chica mientras aguantaba su hacha con la otra.
-Que un ángel sea capaz de hacer esto solo me demuestra que estamos haciendo lo correcto -sentenció Marion.
Nolan asintió automáticamente, aunque los motivos de aquella lucha ya no le importaban: todo lo que sabía era que tenía que acabar con uno de los Cuatro, o incluso el propio Kaelin si llegaba a poder acercarse lo suficiente como para blandir su hacha contra él.
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Crónicas del Aprendiz de Mago II: La sombra del vidente
FantasiCon la inminente guerra entre Monardos y Lanson en el sur y con la omnipresente amenaza de los Khayam en el norte, la estabilidad de Gea pende de un hilo. Balwind y sus amigos deberán enfrentarse a poderosos enemigos y situaciones que nunca habrían...