Capítulo 16:El Heraldo

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Los dedos de Johan tamborileaban contra el brazo izquierdo del trono. La sala estaba casi vacía, a excepción de Reks y él mismo. Desde el asesinato de Sara, Reks no se había separado de Johan ni de su lanza ni un solo segundo, prohibiéndole a su protegido visitar los suburbios de nuevo. Al nuevo rey de Someland aquello no le habría importado demasiado de no ser por la tediosa actitud de Reks. Johan tenía claro que algo fuera de lo común tenía preocupado al Caparoja, pero esa no era excusa para no bromear ni sonreír ni una sola vez, lo que había acabado convirtiendo su estancia en el castillo cómo una experiencia detestable y aburrida. Era como si Reks esperara que en cualquier momento los Khayam pudieran atacar la capital apareciendo de la nada, demasiado tenso cómo para ni siquiera descansar en paz, a juzgar por las bolsas bajo los ojos del mago.

Johan miró a su tutor, dejó ir un suspiró y dirigió la mirada hacía uno de los ventanales de la sala del trono. Pero no había nada que ver.
La niebla que cubría Someland había llegado a su densidad más extrema. Era como si de pronto todo el reino se hubiera sumido en una noche negra e infinita, cómo si la propia oscuridad hubiera decidido rebelarse para dejar de esconderse de la luz y así tomar su lugar, siempre acompañada por una deprimente y monótona llovizna. Tal era así que ni las antorchas ni la magia lumínica podían deshacer apenas aquél amasijo de sombras, por lo que salir al exterior del castillo era toda una aventura.
Pese a todo, los nobles de Someland habían acudido a la capital. Gale y lord Culbert habían hecho un trabajo excelente, logrando que la mayoría de nobles acudieran a su llamada, bien por interés propios, bien por simple curiosidad. Aunque Johan sospechaba que el conde Bastian también debía de haber metido mano. Y es que el hecho de que varios de los nobles más ricos como lord Everan Olmer o lord Mainus Seraphin hubieran aceptado tan pronto había creado una reacción en cadena: ambos mantenían negocios con la mayor parte del reino, por lo que todos los demás querían asegurar seguir los pasos adecuados para seguir manteniendo sus acuerdos. Y es que dado a que en los mensajes solo había una invitación a la capital en nombre del rey sin ninguna información más, la nobleza todavía pensaba que acudían en nombre del difunto rey Stefan.

Pero la realidad era que estaban a punto de conocer a su nuevo señor. Gale, lord Culbert y Reks le habían estado preparando para aquél momento: debería decirles la verdad. O al menos, parte de verdad.
Johan estaba obligado a presentarse como hijo legitimo del antiguo rey. Como se había quedado huérfano y nadie podía pensar que alguien de los suburbios pudiera llegar a ser rey, nadie nunca podría encontrar pruebas para determinar lo contrario. Además, tenían el documento que habían obligado firmar al último rey. Era, a ojos de todos, el digno heredero. Por eso debía contarles la amenaza de los Khayam y la formación de un ejército común en caso de guerra. Y es que al fin y al cabo, él era el rey, y por tanto podía movilizar los hombres de su reino a su antojo. Solo debía mostrarse seguro al hacer la orden que le habían enseñado de puntillas una y otra vez.
Johan volvió a dejar un leve suspiro. Gale y lord Culbert habían ido a recibir a lord Tsar Laurwik de Maqiora, el único noble a la altura de lord Culbert en cuando a poder y riquezas. Se suponía que ya debía haber llegado, pero debía haber tenido problemas a causa de la niebla, a juzgar por la tardanza.

-Me estás poniendo de los nervios –dijo Reks a causa del sonido que producían los dedos del rey al chocar contra la madera del trono.

-¿Cuánto más van a tardar? Ya deberíamos haber acabado –dijo molesto Johan. Estaba seguro de que iba a interpretar su papel a la perfección, pues nadie más que él deseaba poder presumir de sus nuevos poderes. Pero su impaciencia le comenzaba a pasar factura, dejando poco a poco que los nervios se le fueran acumulando en el estómago. Odiaba es sensación.

-Tan solo respira hondo y relájate. ¿Recuerdas lo que tienes que decir, verdad?

-Coma por coma –bufó Johan.
Inconscientemente sus dedos volvieron a bailar contra la madera, pero dejó de hacerlo ante la mirada recriminatoria de Reks. Johan cogió su corona con aire distraído y empezó a darle vueltas en sus manos.
De pronto alguien abrió las puertas de la sala del trono sin ni siquiera llamar o pedir permiso. A Johan no le sorprendió ver entrar a Seth a la sala: nadie más habría entrado sin llamar.

Crónicas del Aprendiz de Mago II: La sombra del videnteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora