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C A R O L I N A.

Muchas ocasiones llegue a escuchar la dichosa frase de "el tiempo vuela cuando te diviertes", pero nunca le había encontrado tanto sentido como en estos momentos.
Ya habían pasado aproximadamente tres meses, las cosas parecían ir cada vez mejor, seguía saliendo con Agus seguido, nos llevábamos de maravilla, la conexión que había entre ambos parecía irse fortaleciendo conforme pasaban los días.

Seguíamos sin tener un título oficial, por lo tanto nadie sabía que era exactamente lo que había entre nosotros. No negabamos nada, pero tampoco lo confirmabamos, simplemente dejábamos que las cosas entre nosotros fluyeran.

Abrí las puertas de mi armario y comencé a rebuscar entre mi ropa algo decente para colocarme. Agustín pasaría por mi en una hora, al parecer me tenía "una sorpresa" y gracias a esa gran idea no sabía que sería lo más adecuado para ponerme.

Al final opté por un atuendo perfecto para cualquier ocasión: una falda negra, unas botas del mismo color con plataforma, una blusa blanca y encima una chamarra de mezclilla.

Justo cuando terminé de arreglarme oí el timbre sonar; tomé mi bolsa ya lista y mi celular. Bajé las escaleras y al abrir la puerta vi a ese lindo chico que tanto me gustaba parado frente a mi. Se veía bastante bien, nada exagerado: un pantalón negro, tenis blancos y una camisa sencilla del mismo color. Lo que me hizo sonreír más aún, fue lo que cargaba en sus manos: un pequeño ramo de flores, pero no el típico ramo de rosas rojas, sino uno de girasoles: mis flores favoritas.

Y por primera vez en mucho tiempo, ver aquel tipo de flores, ya no me afectaba, ya no me recordaba a aquel chico que a pesar de haber durado tan poco en mi vida, tubo un gran impacto en mi.

Ahora era todo lo contrario, me demostró que cuando algo se va, siempre es porque nos espera algo mejor en el futuro, que existen más personas a las cuales les importo y recuerdan esa clase de detalles, en especial, aquel que me estaba ofreciendo la sonrisa más bonita que había visto en mi vida, más aún porque sabía que yo era la razón de ella.

Tomé las flores con una sonrisa y me lancé a sus brazos, escondí mi rostro en su pecho, de inmediato su colonia me inundó de inmediato, aquella que tanta tranquilidad y confianza me transmitía. Sentí sus manos rodearme la cintura y los latidos acelerados de su corazón en mi mejilla.

Minutos después comenzamos a conversar, para luego subir al auto que le habían regalado hace unas cuantas semanas. El trayecto fue divertido, entre risas, música y charlas, llegamos al destino de ese día, el cual resultó ser un pequeño lago a las afueras de la ciudad, uno en el cual nunca había estado. Era fascinante.

Todo al rededor era verde, el césped y unos cuantos árboles; el lago lucía de un azul casi tan claro como el cielo de aquel día. Amaba esta clase de cosas, y él lo sabía bien. Nunca me aburría de esta clase de momentos, menos aún si él estaba conmigo.

Ambos nos sentamos en el césped, a unos cuantos pasos del agua; nuestros brazos se rozaban, mi cuerpo estaba inclinado hacia el de él y mi cabeza reposaba sobre su hombro. Uno de sus brazos me rodeaba la cintura, descansando su mano en mi cadera, su mejilla recargada en mi cabeza y su mano libre entrelazada con una de las mías, jugando con uno de mis anillos.

Nuestros ojos estaban clavados al frente, en el azul del agua y el cielo; el silencio era cómodo y tranquilo. El momento era simplemente mágico, porque no era necesario hablar para disfrutar de la presencia del otro.

Descifrando miradas [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora